Están ahí, por todos lados:

en transportes públicos, en automóviles,

en bicicleta, en la calle. 

Son padres, amigos, hijos,

trabajadores, estudiantes…

Vagan vacíos, pero tienen cuerpo 

igual que cualquier persona. 

La diferencia es que transitan

sin la guía del espíritu humano

cuando el interior pide clemencia: 

«la esperanza». 

Son personas que murieron la cantidad de veces

proporcional a la cantidad de almas corrompidas.

Ahora solo viven para odiar y desbocarse,

para empaparse de sangre y violentarse.

Son almas artificiales

que no necesitan ser reales, 

porque matan con una mirada,

con una palabra,

con una acción hecha de la nada.

Sin razón alguna, sin previo aviso,

Con o sin consciencia del que vendrá,

Sin remordimiento alguno.

 Solo lo hacen,  ¡Lo hacen!

Porque es lo único que saben hacer,

porque así encuentran consuelo;

arremetiendo contra el círculo

que desciende hacia el subsuelo.

 Están por todos lados,

distribuidos por doquier.

A veces, se hacen ver.

En ocasiones se esconden 

en apariencias tranquilas.

Incluso expulsan sus frustraciones

repitiéndolas una y otra vez, 

para que se vuelvan cotidianas,

quedando a merced de ellas, 

 y así, intentan naturalizarlas.

Logran, malogran y consiguen

ensanchadas en un terrestre,

empachadas de fragilidad.

Se desenvuelven, aparentan, fluctúan,

pero al final perpetran su cometido.

En nombre de él, viviendo por él;

agonizando en él; muriendo con él.

Aquellas que sobreviven,

quieren más no les alcanza,

vuelven a intentar.

Entonces, distraen con pistas falsas

esperando oportunidad 

para volver a atacar.

Y cuando esta se presenta

«atacan» sin más,

 para sobrevivir nuevamente

o morir en el intento.