I

Comenzó con noticias raras, como en la previa en una de esas series apocalípticas tipo The Walking Dead.

Una sopa de murciélago en China. Canciones en balcones, cruceros a la deriva, tumbas cavadas en serie. Monos tailandeses peleando por comida en la calle, chillando, sacados. Un ciervo caminando por el medio de la avenida de una metrópolis europea.

Aún quedaba lejos.

Finalmente, llegó. No saber si compartir mate o dar un beso para saludar, fueron las primeras incomodidades que hicieron pie en nuestra sociabilidad.

Con apenas tres meses en el gobierno, el presidente Alberto Fernández anunció el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio. En ese entonces, se planteó un discurso de “guerra contra el virus” y a Fernández como el “comandante en jefe”. Las tapas celestes que compartieron los diarios nacionales –“Al virus lo frenamos entre todos”- quedaron rápidamente atrás. Los precios del alcohol en gel subían y las góndolas de papel higiénico se vaciaban.

Estos meses desnudaron las prioridades en el debate político y la profundidad de la crisis global. Al combo del cambio climático, protecciones sociales desarmadas, economía burbuja, ascenso de movimientos reaccionarios y de extrema derecha… se le sumó una pandemia mundial. Las desigualdades se agravaron y perdieron los matices.

Volvían del exterior y se iban a una fiesta.

Villas sin agua.

Las escuelas abiertas para repartir viandas y bolsones de comida.

Una enfermera con la cara surcada por el equipo de protección.

Facundo Astudillo Castro.

Cientos de trabajadores encerrados en el hipódromo de Palermo, durmiendo con los caballos.

Detienen un auto a la entrada de un country en Tandil: en el baúl llevan a la empleada doméstica.

Los paladines de la libertad individual contra la “infectadura”.

Macri pasea por París.

Un trabajador golondrina muere ahogado al intentar volver a su casa cruzando a nado un límite provincial.

El Fiat 1 con el cartel: “Todos somos Vicentin”.

Guernica.

Los lugares de la empatía.

II

El ASPO fue un rayo X a la estructura de organización de los tiempos, trabajos, vínculos.

Lxs chicxs en casa, la soledad de lxs viejxs, los zoompleaños, las reuniones de trabajo en pantuflas, el paso atrás en la cola del super y el acomodarse el barbijo, los paquetes de fideos rociados de agua y alcohol.

Julia sienta a Piti y Charly a la mesa en su habitación. Me invita a tomar un té, pero antes, me ordena: Lavate las manos primero.

Más del 20% de su vida transcurrió en pandemia.

Su vocabulario se amplió muchísimo en este tiempo. Dice alcohol, barbijo y también tira cosas sueltas en español latino. El otro día descubrimos, al servirle un poco de helado, qué quería decir cuando repetía aicuiiin-aicuiiin en una melodía inventada. Incorporó una palabra en inglés (icecream) que no le enseñamos. ¿Qué más está aprendiendo cuando mira en silencio pantallas por mucho más tiempo del que quisiéramos?

Soy una princesa – dice con voz impuesta y suave.

¡No!– le digo sin explicar, torpe, apurada: Las princesas no existen.

Me tironea de la remera para que le haga upa, atrás tiembla el lavarropas y trato de trabajar con los ojos ardidos y el deadline en la nuca.

En aislamiento, más que doble; la jornada es superpuesta. Al cuadrado.

Siguiendo a Marx [1], la jornada laboral es una medida de explotación. La cantidad de tiempo que se apropia el empleador a cambio de un salario se mueve entre márgenes más o menos elásticos, según el contexto y la correlación de fuerzas.

La división 8 horas para el trabajo, 8 para el ocio y 8 para dormir, reivindicación que nace junto al movimiento obrero, se borronea y prácticamente desaparece con el home office. ¿Cómo le clavás el visto al jefe?

Las tres 8 como demanda originaria supone la lucha por mejores condiciones de vida para la clase trabajadora. Sin embargo, pasa por alto todo ese cúmulo de trabajo que hoy, por si había alguna duda, se revela como “esencial”. ¿Es “tiempo de descanso” limpiar la casa, hacer la comida, cuidar a lxs niñxs, viejxs y enfermxs…? ¿Entra en la categoría “ocio” activar en la comunidad para tender una mano en el medio de la crisis?

Como sabemos, estas tareas “gratuitas”, fundamentales para la sostenibilidad de la vida; se encuentran altamente feminizadas. Contradictoriamente, el funcionamiento mismo del capitalismo descansa en este trabajo, depende de él; y, a la vez, no lo reconoce. Así lo señalan Cinzia Arruzza, Tithi Bhattacharya y Nancy Fraser, en su “Manifiesto por un Feminismo del 99%”  [2]: “Las capacidades disponibles para el trabajo de reproducción social se dan por sentadas, son tratadas como ‘regalos’ infinitamente disponibles que no requieren atención o reposición” (p. 73). Las autoras hablaban, en el lejano 2019, de una crisis estructural de la reproducción social a nivel global, ligada a los avances neoliberales contra los sistemas de protección social. Crisis que, pandemia mediante, nos explota en la cara.

El quiebre de las barreras entre lo laboral y lo doméstico también hace de las suyas en los tiempos que disponemos para dormir.

“Nuestro gran enemigo es el sueño” tweeteó hace unos años el Reed Hastings, CEO de Netflix. Sin vueltas, confesaba así su aspiración de disputar el territorio de ese tiempo inútil.

En “24/7. El capitalismo tardío y el fin del sueño” [3] , Jonathan Crary analiza este fenómeno.

El libro arranca con una imagen perturbadora: desde el Departamento de Defensa de EE.UU están investigando al gorrión de corona blanca; un pájaro que puede permanecer hasta al menos siete días despierto durante la migración. En el estudio de su vigilia, esperan descubrir la clave para la creación de un “soldado insomne”. Éste, observa Crary, podría ser el precursor del trabador o consumidor insomne.

¿Black mirror? No. Más allá de que el CEO de Netflix quiera que no durmamos para que metamos maratón de serie, el avance sobre la frontera del sueño se enmarca en la histórica disputa por el tiempo. A su vez, remite a una lógica de modernización económica que se remonta al surgimiento del capitalismo, contraponiéndose a los tiempos de la naturaleza. Sea de día o de noche, la máquina no para.

De acuerdo al autor, en el capitalismo contemporáneo se ha instalado una temporalidad 24/7 (24 horas, 7 días de la semana), marcada por la hiperconexión y la continuidad perpetua de las necesidades, su incitación e insatisfacción.

Con la excepción del sueño, todo nuestro tiempo es copado por el trabajo y el consumo. Las experiencias independientes se rompen y empobrecen de la mano de una “intensiva integración del tiempo y las actividades personales dentro de los parámetros de intercambio electrónico”. Así, lo novedoso no es la irrupción de nueva tecnología presentada como “revolucionaria” para pronto quedar obsoleta. En todo caso, su incorporación no hace más que “perpetuar el mismo ejercicio banal de consumo ininterrumpido, aislamiento social e impotencia política.”

Se configura así “un mundo sin sombras (…), espejismo capitalista de la poshistoria, del exorcismo de la otredad, que es motor del cambio histórico.” (p. 67).

Crary escribió su ensayo en 2015.

Hoy, los tubos de luz fluorescente parecen brillar más fuerte, en eterno presente artificial.

Las acciones de Netflix subieron a máximos históricos en los últimos meses. La incertidumbre, el insomnio, el aislamiento… no dejan de ser un buen negocio.

Duerme, duerme, negrita. Que tu mamá está en la compu, negrita – le canto.

Debería aprovechar mientras duerme. Debería trabajar, hacer ejercicio, leer o limpiar, tomar aire. Me agobia lo pendiente. ¿Hace cuánto que estoy hipnotizada mirando videos en instagram que no me interesan en lo más mínimo?

III

¿Qué futuros se proyectan hoy? [4] Imaginar horizontes poscapitalistas es, a esta altura, una cuestión de supervivencia.

-Ay, pero eso es una fantasía. El muro ya se cayó.

Elon Musk, el renombrado “emprendedor” multimillonario, se propuso colonizar Marte y generar las condiciones para que sea habitable para los seres humanos (que puedan pagarlo, claro). Habiendo cumplido ya con costosas aventuras en el espacio, Musk planifica llegar al planeta rojo en 2024.

Una utopía VIP que se nos presenta como más realizable que demandar la reducción de la jornada laboral. Que algunos paseen en nave espacial es menos fantasioso que luchar por la distribución de los cuidados (entre varones y mujeres; entre los hogares, las comunidades y Estados). ¿Tan loco es reivindicar el derecho de un tiempo libre, un tiempo nuestro?

La idea de que un tipo se tome una sopa en Wuhan y cambie una época es desconcertante. Pero la realidad no es random: hay un orden en el caos.

Después de unas temporadas, los zombies ya medio que no asustan. Te acostumbrás a ese andar roto e incansable, a las tripas afuera. Su respirar de muerte es un ruido de fondo. Lo que de verdad importa sigue siendo más o menos lo mismo que antes.

Quién manda.

Cómo se reparte el agua y la comida.

Quiénes resisten.

Quiénes se mueren.

Qué se hace con el miedo.

¿Por qué no ensayar nuevas respuestas? El fin del mundo debería ser una buena excusa.

Notas

[1] Marx, Karl ([1867] 2009), «El Capital», Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.

[2] Arruzza, Cinzia; Bhattacharya, Tithi y Fraser, Nancy (2019), “Feminism for the 99%. A Manifesto”, Londres-Nueva York: Verso. (Cita: Traducción propia).

El libro no se encuentra en español gratis para descargar, pero en este artículo de New Left Review, se recuperan sus principales tesis.

[3] Crary, Jonathan (2015), “24/7. El capitalismo tardío y el fin del sueño”, Buenos Aires: Paidós.

[4] Un ensayo publicado en 2020, pero antes de la pandemia, explora las ideas de futuro en el capitalismo contemporáneo:

Galliano, Alejandro (2020), “¿Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no? Breve manual de las ideas de izquierda para pensar el futuro”, Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores y Crisis.

Acá una reseña escrita. Y en este video, una interesante discusión del autor con Martín Kohan acerca del libro.