Me olvidé el encargue de su cielo, ¡no sé qué hacer! Preguntar de nuevo sería bajar de calidad y disminuir el presupuesto, ningún trabajador puede interrogar a su cliente:

—Disculpe, ¿qué me dijo? No lo estaba escuchando…

Por la forma de expresarse es de los idealistas. Adictos a los colores pasteles, miro los baldes y me trepo por las paredes. Me encuentro en el escalón más alto con los dos baldes en las manos, y entonces descubro que me olvidé el pincel, no tengo ganas de bajar. Todo bien con sus intenciones de cielo perfecto, pero se va a tener que conformar, de todas formas yo me esfuerzo demasiado, ¿todo para qué? Siquiera lo van a mirar, una vez lo dejé agrietado y pensaron que eran colibríes. ¡Qué estúpidos! La percepción es así, ven lo que quieren ver. Sumergí los dedos en la pintura y empecé, si llegara a preguntar es una “versión improvisada”. La cosa es que nadie trabaja por amor al arte, lo hice un mes y sólo provocó disturbios, pedidos irreales, y ostentosos:

—¡Ay! Quiero un cielo turquesa con círculos anaranjados, jazmines alrededor, puentes invisibles y nubes comestibles, ¡ah! Y si podes que se asome un planeta aun no descubierto— pide sin escucharse lo pretencioso y ridículo que suena.

—Pero señor, ¿usted sabe que su esposa es ciega?

—Por eso mismo, a ella le gustan los cielos simples.

—Y entonces, ¿para quién es? —pregunto sin entender el concepto de su regalo.

—Para mi esposa, pero si llegara a preguntar le miento, le digo que es igualito al de sus sueños.

Me veo inmersa en pedidos egoístas que buscan complacerse a sí mismos y olvidan que los obsequios no se planean con el corazón sino con el cerebro. Un loco una vez llegó a mi consultorio diciendo:

—Quiero un cielo con el sonido de mis latidos.

—¿Sabe que el cielo no emite sonidos? Y quizás a su novia no le interese el ruidito de un simple músculo, hágala sentir especial, escríbale algo sincero, que sean letras indelebles, que quede sellado cuánto la quiere. Puedo dejarlo marcado, ¡pueden ser relieves! Plasmar algún recuerdo que haya cambiado su vida y…

—¿Qué? No, mis latidos son más importantes que toda esa locura. He visto algunos que sí tienen sonidos, y hasta movimientos… 

No sé quién instaló la moda de los corazones pero ya me tienen podrida, se quedan sin recursos, parece que todos pensaran y sintieran lo mismo: “Amor es igual al corazón rojito”. ¿Están en preescolar o algo por el estilo? Encima que no se toman el trabajo de pintárselos ellos mismos tampoco tienen la más mínima de las creatividades. Tengo cada pedido anotado, con el nombre de los dueños y –por supuesto— sus remitentes. Galletitas de chocolates remplazando la fidelidad, pedazos de azúcar sumergidas en una miel decorativa, con abejas rellenas de frutillas, arcoíris de anulación, ¡paisajes que ciegan la visión! Es algo así como… “te compro algo rico compensando mi descuido”. Debo estar destinada a recibir los encargues, la inversión no es tanta, admito que las pinturas están más caras, pero es mucho mayor la ganancia.

Lo recuerdo como si fuera ayer; el día en el que tuvo más importancia lo que se demuestra y no lo que se hace. Se vieron atrapados en sus propias libertades, exigían un mundo sin enojos y obtuvieron entonces un mundo de mentiras, reclamando cielos idealistas, osos de peluches, bombones y dulces. En fin, lo único que provocó fue caries, ¡enriquecimiento de odontólogos! Hago la llamada mística, un vestido brilloso que deje obnubilados los ojos. Si son muy supersticiosos compro, en cualquier juguetería, una varita mágica y me recibo de la escena más sobreactuada. La novia, esposa o amante queda encantada:

— ¡Ay! Amor, ¿en serio te tomaste el trabajo de pintar el cielo para mí?

 Obviamente la ilusa no sabe que el trabajo pesado lo tuve yo, se piensa que soy una especie de mariachi que el estúpido contrato. ¿Vamos a dejarlo en claro? Yo hice los pastones, le puse cemento al cielo de porquería, llevé a cabo el método del “alisado”, casi se me resbala la pala y desnuco a un nene. Me caí cinco veces de un precipicio para llegar en puntitas de pie a decorar o agregarle vinilo, y el noviecito se lleva todos los aplausos. Admito que se lo cobré bien cobrado. Me concentro nuevamente dejo a un lado los pensamientos negativos y me digo: “amo mi trabajo”. Evito vomitar sobre el cielo recién elaborado.

Me encontraba frente a la problemática más intensa de toda mi carrera, la amnesia. Resulta que se volvió rutinario, ya no encuentro pasión, inercia de arrastrar el lápiz, en ocasiones el crayón o hasta un ladrillo… Estoy atravesando una crisis titulada como: “desenamorándome de mi labor”. ¿Alguna vez les pasó? No es por los pedidos exuberantes, ni por la creciente necesidad de nieve… Parece que están de moda los paisajes agretes. Ya nadie quiere cielos con serenatas, modificaron letras poéticas por la repetición de ciertas palabras básicas. La frase más inspiradora y casi “universitaria” fue el pedido de escribir en las nubes: “sos mi todo”. ¿En serio?… ¿No tienen algo más? ¡Siquiera pueden pensar! 

Quizás es despecho, quizás estoy cansada y sólo tengo sueño, pero, ¿saben? Montar un show con los sentimientos ajenos tiene su presupuesto; la culpa. ¡No duermo! Tal vez tenga que decir la verdad y exhibir de una buena vez la realidad. Confesarles a todas que les están mintiendo, que no se pasaron la noche pintando el cielo, que estuvieron en otro lado, que me pagaron a mí y se llevan el crédito de haberlo inventado. No puede ser que sea utilizado para cada aniversario, boda o cumpleaños. Siempre sienten piedad por las víctimas, pero nadie habla de las secuelas traumáticas que les quedan a los que estafan. ¡Sí! Porque las estafadoras también tenemos sentimientos. Se sintió bien el dinero por un momento, se sintió bien el auge de la profesión pero… ya no. Respiré hondo me acerqué al cliente y le confesé:

—Me olvidé el cielo que habías encargado, sinceramente no te escuché.

—No tiene importancia, ya nos divorciamos.

—Pero, me lo encargaste hace dos días.

—Así es la vida.

¡Me di cuenta! Quizás no los estaba estafando tanto, en el fondo saben que es de mala calidad y que no dura, en el fondo saben que el amor es pura idealización, que uso para todos la misma pintura. Es increíble la imaginación que puede tener el que mira. Ahora está a la venta el cielo “versión despedidas”, para festejar separaciones y divorcios, lo peor es que tuve mayores ganancias. Puedo diseñar cielos en diez minutos, se trata de leer bien el pedido, y darles a todos lo mismo: “La que quiere creer cree, y la que no se ahorra un tiempito”. Los cielos dicen eso sutilmente, en letra difusa, en chiquito. Si no llegaste a leerlo fue simplemente porque no tenías ganas de ponerte los lentes. Con gente a la que le gusta ser estafada no existen las estafas.

(Cada 14 de febrero hay cielos nuevos, consultar por privado).