Luego de analizar mucho llegué a la conclusión de que solo se trataba de un consumo excesivo de levaduras, si me preguntaran no comí tanto, no desistí de hacer ejercicio y tampoco me dejó mi novio. Simplemente la levadura leudó en el cuerpo y causo esto; una estrepitosa porción de grasa.

Claro que todos me lo hacen notar, como si se tratara de una enfermedad o algo por el estilo.

  Sé, por boca del médico, que en realidad tengo dos kilos de más, pero traspasados a un mundo estereotipado pueden simbolizar cuarenta.

—Usted está perfecta de peso.

— ¿En serio Doctor?

—Sí, si adelgazara…

Quizás por lastima se tocó el vientre y sacó panza, pero el médico estaba en forma, y era muy guapo.

Quise evitar el momento incomodo, disminuir el enrojecimiento de mejillas, aunque a esa altura, era un tomate y encima aplastado (con mi sonrisa histérica que se tuerce de costado). Cuando estaba a punto de lograrlo… ¡tac! El botón del pantalón salió volando.

—Pero, se olvidó de decirme lo más importante…

—Señora ya vino cinco veces para hacerme la misma pregunta, quédese tranquila, no tiene Covid-19, solo una paranoia absoluta.

Recuerdo el día en el que comencé a consumir levadura cruda, la piqué en pedacitos, la trituré (no costó mucho) y finalmente la tragué. Habrá sido cuando cerraron todos los gimnasios, pensaba que se trataba de un alfajor cuadrado. Eran, entonces, miles y miles de cuadrados, alterando mi nutrición, construyendo una nueva expectativa de la supuesta cantidad establecida.

—Una sola, una sola levadura por día —comentaban mis hermanas.

No sabían cómo éstas desaparecían, tenían que ir al supermercado a último momento a comprarlas, (con los recaudos necesarios).

Quizás toda comida sería denominada cómo ese conjunto de químicos extraños, ¡cerveza fermentada! Mecánicamente vendida y obtenida.

Mi mamá se cansó de escuchar:

— ¿Vos qué le das de comer a tu hija? ¿Por qué está tan gordita? ¿Será que la cuarentena la trata mal?

En casos como estos el peso no es más que una excusa para arruinar la autoestima del otro. No va a faltar quien te interrogue:

—Esa panza es de embarazada…

Te lo van a decir aun sabiendo que sos estéril. Ni hablar aquel que ama arruinarte el encierro y los «chipa» caseros.

— ¿Y? ¿A dónde fueron? Miren que los podemos denunciar por romper el confinamiento, parece que compraron varios postres, ¡Dios sabrá donde!

—Te quedaría hermoso si adelgazaras un poco.

Pero he aquí la salvación que justificará todas esas galletitas de más. Haber degustado, saboreado, triturado y tragado… ¡No será en vano! ¡Memorizá esos caramelos, chocolates y alfajores! Una pirámide de momentos asociando sabores, ubicándolos como insignificantes o estelares, partiendo desde una única base; tu opinión. Es la que más importa después de todo.

Cuando sientas incomodidad, frente a tan irritantes comentarios sólo mencioná:

—Me diagnosticaron «levaduritis».

Decílo apenado, triste, como si fueras a morirte. Fruncí el ceño, pero no demasiado, no queremos que parezca que estás enojado. Seguido a esto acariciarán tu hombro y pronunciarán muy sentidamente un…

—Lo siento.

No te asustes si tu enemigo te acaba de abrazar, (desde lejos) o si llega a tu domicilio una cantidad innumerable de regalos. Simplemente aprovechá la situación y aceptálos. Después de todo, los obsequios ya están comprados.

Así fue como, poco a poco, fui llenando mi departamento; mesas, sillas, manteles, platos, cubiertos, ¡lo tenía todo!

Llegó a oídos de mi ex jefe, y hasta me ofreció contratarme de nuevo, pagarme el sueldo sin trabajar:

—Conozco tu situación y podés contar conmigo toda la vida.

—Si realmente fuese verdad, esa frase sería desafortunada Mario.

—Quise decir que podés contar conmigo lo que te quede de vida, aunque sea poco. ¡Perdón! Sonó mal, no sé qué decir en situaciones como estas…

—Entonces no digas nada —quiso emerger de mí una lagrima, me acaricié el rostro, me quite el rímel y… no seguí porque ya era demasiado dramático—. Abrí el vodka —le dije.

— ¡Es verdad! No hay pena que no se cure.

—Pero siempre acordate de no bajarte el barbijo —el desgraciado cree que tenerlo en la pera funciona.

Gracias al flan con crema, las bananas con dulce de leche, las frutillas con azúcar o mejor dicho el azúcar con frutilla (porque le ponía más azúcar que otra cosa) conseguí un auto nuevo, ropa de marca, y cientos y cientos de tarjetitas que decían:

—Lo siento.

Todas ellas bañadas en alcohol, y desinfectadas según mi nivel de paranoia y aburrimiento, la cuarentena no solo me ayudo a reconocer que soy un poco hipocondríaca, sino también a unirnos como familia, mágicamente descubrí que tengo un hermano, ¡antes no lo sabía!

 A pesar de las burlas y miradas de impacto, cuando nos contactábamos por «zoom» me incentivaban a comer:

— ¡Disfrutá nena! No te hagas problema comete toda la porción de torta.

¿Por qué? Porque por esas desgracias del destino pasaría lo innombrable, si no me mataba el Covid-19, me mataba la levaduritis, ambos combinados con el dengue y el zika, sumado a mis ataques de pánico, y el infaltable pico de presión.

La levaduritis me ayudó económicamente y a ellos los ayudó, sin saberlo, a terminar con la discriminación y los juzgamientos, aunque sea solo por un momento. Al paso del tiempo esperaban un final que estaba tardando en llegar…

Parecía que aguardaban expectantes; el día en el que dejasen de ver mi cara redonda y mis ojos achinados.

— ¿Y cómo va?

Llamaban a cada rato, algunos hasta se apresuraban y compraban ropa negra, prendas que terminarían usando a diario, ¡hasta para ir a la iglesia! En un futuro, claro.

En ciertas ocasiones el sacerdote se sorprendía:

— ¿Quién es el fallecido?

—Nadie padre, nos vestimos de negro por las dudas. ¿Usted notó que tiene la cámara encendida? No sabíamos que le gustara el ron…

Claro, porque en tiempos pandémicos, la gente se olvida de apagar la camarita, ¡cuántas sorpresas nos llevamos en las reuniones por zoom!

¡Es hermoso! Te hacen la vida imposible pero cuando saben que te vas a morir se arrepienten de todo, ¡esos son amigos!

No buscaba tanto amor, simplemente que dejen de concentrarse en mis rollos. Que pudieran reconocer lo que digo, lo que expreso y necesito y no cómo me veo.

Llegó el bendito día donde hicieron la pregunta:

— ¿Qué es la levaduritis?

—Es una técnica muy efectiva.

— ¿Para qué?

—Para que dejen de joderme la vida —aseguré.

  Al término de esa frase nadie más se interesó en mi salud. Ahora sé cómo lidiar con los comentarios ajenos y de paso me divierto. Para pasar la cuarentena disfruto de unas ricas tortas fritas en familia, aunque de todas formas, nunca falta la fruta, y hacer ejercicio para liberar endorfinas.