Empédocles de Acraga nos legó la famosa teoría de los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. De estos se compondría todo el universo material.

Se alínea así con los filósofos naturalistas, que sostienen  un origen material para todas las cosas, incluso la vida,  a partir de uno o varios elementos básicos.

Fue uno de los más famoso filósofos de la antigüedad, tanto por la agudeza de su genio como por la extravagancia de sus hábitos. Científico, estudioso, descolló en artes diversas como la medicina y la ingeniería, actividades que, según algunos críticos, ejecutó con mayor éxito que la filosofía.

Su obra para el desecamiento del lago de Selinonte, paso necesario para eliminar un brote de malaria, le valió la eterna consideración de sus habitantes, quienes acuñaron una moneda con su rostro en agradecimiento.

Afectado por una especie de delirio místico que lo llevo a creerse un Dios, dio origen a innumerables leyendas sobre su vida y su muerte.

Nació en Acraga (Agrigento) en el año 483 AC, y murió hacia el 430AC. Agrigento era por entonces una colonia griega en el sur de Italia, ciudad que según Diógenes Laercio, llegó a tener 800.000 habitantes en vida de Empédocles (Cifra difícil de creer pero que no podemos discutir).

Kirk & Raven, autores de una historia crítica de los filósofos presocráticos, señalan que era uno de los preferidos de los biógrafos antiguos por la cantidad de historias apócrifas y desmesuradas  que de él se contaron.

Orador consumado, se dice que en un Diálogo perdido de Aristóteles llamado “El sofista”, éste consideró a Empédocles el creador de la retórica.

Otros dicen que fue maestro del mismísimo Gorgias, a quien Platón en su obra “El Banquete”, llamó con admiración: “ese terrible orador”

Su familia criaba caballos de carrera que se distinguían en las celebres olimpiadas, donde se cuenta que Empédocles y su hijo ganaron sendos trofeos el mismo día.

Indro Montanelli, en su libro “Historia de Los Griegos”, traza una semblanza en estos términos: “(…) su padre, preocupado por su carácter indócil, temible y exuberante,  le envió a una escuela pitagórica, que era célebre por su severidad y disciplina. Empédocles se zambulló con su innato espíritu en la filosofía, se entusiasmó con la teoría de la transmigración de las almas y enseguida descubrió en si mismo la de un pez porque nadaba magníficamente, la de un pájaro porque corría como una saeta y finalmente…. La de un Dios”

Empédocles, convencido ya de su naturaleza divina. solía exclamar indignado: “ ¡De qué alturas, de qué gloria he sido arrojado sobre esta miserable tierra para mezclarme con estos bípedos vulgares!”

Escribía poemas de una perfección que supo causar la admiración de Aristóteles. Había descrito en ellos algunas de las teorías de los pitagóricos –cosa que estaba prohibida- y fue expulsado, sanción que le cupo más tarde a Platón por el mismo delito. Empédocles no volvió más a la escuela pitagórica y estos, en prevención, no admitieron más a ningún poeta.

Recorrió el mundo antiguo exponiendo la teoría de los 4 elementos como principio de todas las cosas. Empédocles desarrolló una concepción materialista de la creación.

Para ordenar estos 4 elementos, aplicó dos principios dinámicos: El odio y el amor. Otras interpretaciones dicen que eran amistad y discordia. Odio y amor tenían a su cargo la construcción y la destrucción de todas las cosas mediante asociación y disociación.

En una interpretación darwiniana, diríamos que el origen de la vida se debe al amor, en tanto que la discordia seria el proceso de selección natural.

El éter es el medio en que amistad y discordia, u amor y odio, se desplazan como en un fluido sutil. Cientos de años después, este concepto se aplicaría para describir el avance de la luz y el sonido a través del vacío cósmico.

Eso explicaba para Empédocles uno de los grandes enigmas que la filosofía griega se planteó en aquel momento: el porqué del cambio y el movimiento.

Llamaba la atención su atuendo: sandalias de bronce, manto purpura y corona de laurel. Según Diógenes Laercio, se presentó una vez en Agrigento diciendo: “Salud a vosotros amigos míos que habitáis en lo alto de la ciudad inmensa. Yo soy para ustedes un Dios inmortal.”

Empédocles, totalmente convencido de ser un Dios, se desplazaba -a mi entender algo dificultosamente- vestido con un manto purpura, una corona de metal y unos zapatos con tacos de más o menos 20 centímetros de altura de color dorado, de los que usaban en las tragedias y que los griegos llamaban “coturnos”.

Concentró en sí mismo todo el conocimiento de la época y abrigó la intención de armonizar a Heráclito y su “teoría del devenir” (de ahí la idea de asociación y disociación) con la del ser único y eterno de Parménides (de ahí los 4 elementos básicos que lo componen todo).

Pausanias, un médico amigo suyo, es acusado de urdir la historia de su ascensión a los cielos convertido en Dios, y fue quien instauró posteriormente sacrificios en su nombre.

De su obra se conservan unos 5000 versos, correspondientes a sus dos poemas “Sobre la Naturaleza”, y “Las Purificaciones”. También escribió 6000 versos sobre medicina que han desaparecido y, aunque dudosamente, se le atribuyen 43 tragedias.

El poema “Sobre la Naturaleza”, es un intento de explicación sobre el origen y contenidos físicos del universo,  y “Las Purificaciones” se basan en las creencias pitagóricas sobre la transmigración de las almas.

No hay coincidencias sobre el final de la vida de Empédocles, acerca de la edad que tuvo al morir. Para Aristóteles llego a los 60 años, para Favorino murió a los 77, y para otros menos autorizados a los 109. 

Favorino contó que murió al caerse de un carro. Telauge, hijo de Pitágoras, dice que siendo viejo se cayó al mar y se ahogó. Otros cuentan que falló al intentar una hazaña y se retiró al Peloponeso y nadie más supo de èl.

La leyenda popular dice que ascendió al cielo convertido en Dios.

La historia que más asombrosa es aquella en que Empèdocles desapareció en el curso de una fiesta que daban en su honor para celebrar un milagro que él había realizado y que consistía en la resurrección de una mujer. Cuando se le buscó, corrió la versión de uno de los asistentes al festín, quien dijo haber escuchado una voz sobrenatural llamándole por la noche.

Descubrieron que se había arrojado al cráter del volcán Etna, quizá para no dejar huellas de su cuerpo y confirmar así su naturaleza divina.

Para algunos el descubrimiento de este caso se debió al hallazgo de sus sandalias doradas en el borde del cráter. Otros dicen que lo que encontraron fueron sus calzoncillos, devueltos por una erupción del volcán.

Esto terminó por desbaratar el intento divinizador ya que, evidentemente, los dioses no usan sandalias ni calzoncillos.