La Biomecánica de Aferrarse al Mundo
Damían sostiene toda su vida con la fuerza de sus dedos, y reza para que la palestra colabore.
Damían sostiene toda su vida con la fuerza de sus dedos, y reza para que la palestra colabore.
Dos de mis alumnos estaban muy conversadores durante la clase, así que les pedí que se quedaran al finalizar y les pregunté si pasaba algo que ameritara tanta charla; me dijeron que estaban emocionados por el proyecto que se les había ocurrido para el Concurso Nacional de Ciencias, y me contaron entonces que habían diseñado una máquina del tiempo que funcionaba con buñuelos como combustible. Admito que al principio fui escéptico.
Había una persona que al parecer intentaba escalar una montaña; a decir verdad, más bien era un monte o colina grande, algo más accesible por algunos sitios que por otros, más escarpada o más suave en su declive según la parte por la que uno intentara subir. Tampoco era en realidad obligatorio subir, pero esta persona, como tantas, sentía dentro de sí la necesidad y el deber de escalar y llegar a la cima si era posible
Voy en un ómnibus. En una esquina con semáforos veo a través de la ventana a un tipo con un balde y un pequeño lampazo, de esos que se dedican a limpiar los parabrisas a cambio de algunas monedas. El tipo viene resueltamente hasta la ventana, a la altura de una mujer hermosa que está sentada en el asiento delante del mío, y le dibuja en el vidrio un pequeño corazón de espuma…
El verano te asfixiaba si es que no tenías sombra en la profundidad de este valle húmedo y tranquilo. La
Para conseguir un trabajo lo primero es buscarlo, y para buscarlo hay que madrugar y salir con el diario bajo el brazo; lo he hecho muchas veces y hoy de nuevo, aunque ahora el diario sea el celular, que no se lleva bajo el brazo sino en el bolsillo; lo que no cambia es lo de madrugar, y yo madrugué y acá estoy, después de tomar dos ómnibus: soy el noveno en una fila de más de 100 personas que ocupa la cuadra y dobla en la esquina.
Bruscamente el ómnibus se detuvo, con un sacudón y una pequeña explosión seguida de silencio e inmovilidad. Franco Buzzati, sin saber por qué, encontró gracioso el repentino detenerse del motor y empezó a reírse…
Al final de la calle, por encima de las casas y los árboles, el molino totalmente inmóvil. Junto a mí, los autos quietos con sus choferes estáticos como una foto, como maniquíes de escaparate. Allá en lo alto, en el centro del cielo despejado, un sol tan permanente y tan detenido como un bajorrelieve antiguo tallado en granito.
Aquí no hay tiempo.
En 1999 falleció Anita Latina, de quien supe estar enamorado desde 1992 cuando nos conocimos en las reuniones de un grupo de conspiranoicos que sospechaba que el Muro de Berlín nunca había caído.