Veintinueve sobre treinta y cuatro
DESESPERO Nada me duele más que tus dientes arrancando mi piel. Cuando queremos jugar vos siempre perdes, pero te hago
Para el filósofo Wilhelm Dilthey: “El hombre es ante todo un ser histórico”. Por ello toda manifestación del espíritu humano, ha de tener como base la referencia histórica. Comprender al hombre concreto exige verlo como un ser que se cumple históricamente, sus acciones no son regidas por un plexo de principios permanentes, sino por el espíritu de la época.
¿Y cuando estamos frente a un “valor histórico” de las acciones humanas? Lo responderá un alemán del siglo XIX; Eduard Meyer, afirmando que es histórica toda acción que no se agota en su mera aparición, sino que continúa ejerciendo influencia de manera perceptible en el tiempo sucesivo.
Me respaldo en estas dos afirmaciones, de tantas sobre el concepto de Historia, sin ignorar las acaloradas discusiones que surgen a la hora de definirla en el concierto de las ciencias sociales.
¿Pero que caso tendría sentarse ante un teclado sin arriesgar una opinión? ¡“Tened el valor de equivocaros” !, nos conmina Hegel.
La historia para mi es el expediente del ser humano, y en su decurso está la íntima coherencia de su Ser. Allí veo la crueldad de la Naturaleza, fuente de vida, obligando a esa misma vida a alimentarse de otra vida. Los durísimos inicios de nuestros ancestros. Sus luchas por librarse de la opresión de la Naturaleza para elevarse humano por sobre el animal.
Mi visión preferida es la “Filosofía de la Historia”, una consideración pensante de la misma. De modo que trate a la historia como otro material sobre el cual especular, y así penetrar en las causas y fundamentos de lo sucedido. De esta forma podemos tener a la historia en modo presente. Así la historia deja de ser una pieza de museo, una ajenidad en nuestras vidas, y se convierte con arreglo al pensamiento en una construcción coherente y necesaria.
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