Quiero que se tomen unos minutos para que hablemos de plantas. No, no es un tratado de botánica ni un curso de jardinería, ni siquiera es un escrito estrictamente filosófico. En este artículo se intentará tomar ciertos conocimientos que hoy nos proveen las ciencias naturales para, desde una postura más bien crítica, romper con la visión que hoy tenemos de las plantas y, por qué no, de la Naturaleza en general, para así poder concebir otras maneras de relacionarnos con nuestro entorno. Y es que aún tenemos internalizado un paradigma antropocéntrico -profundamente egocéntrico- desde el cual construimos nuestras relaciones de poder, no sólo dentro de la sociedad, sino también sobre la Naturaleza. Es una visión que genera muchas de las opresiones que hoy conocemos y que afecta directa o indirectamente a todo ser vivo. Las plantas, como seres fundamentales de la vida en la Tierra, han quedado históricamente relegadas y erróneamente subestimadas. Podemos poner como ejemplo de esto a la antigua filosofía griega que, con Aristóteles a la cabeza, colocaba al alma vegetativa (de las plantas) como la más simple y rudimentaria de todas -y claro, la más compleja era, como no, la del ser humano-. Otro ejemplo puede tomarse de la religión, en el Génesis de la Biblia se menciona que Dios le encargó a Noé juntar una pareja de cada especie de animal para salvarlos del diluvio universal, pero no se menciona lo más importante; las plantas (sin ellas no hay ecosistema que se sostenga). A continuación presentaré una serie de mitos que probablemente -si nunca los cuestionaste- sigas sosteniendo y que dan cuenta de este paradigma que mencionamos y que es necesario erradicar por completo.

Uno de estos mitos -y probablemente el más polémico- es sobre el sentir. Muchas veces hemos escuchado decir que «las plantas no sienten», como si fuesen seres que solo se encargasen de fotosintetizar para crecer, reproducirse y morir, nada más (lo cual es una postura que el ser humano viene sosteniendo desde que el ya mencionado Aristóteles escribió sobre el ‘alma vegetativa’ en su obra «De Ánima»). Sin embargo la realidad es muy diferente. El 14 de Septiembre del pasado 2018 se publicó en la revista Science un estudio -y luego un resumen sobre el mismo- que afirma que una planta mordida por un insecto reacciona al daño de la misma forma en que lo haría un animal, pese a que no posee un sistema nervioso central. Es a través de los iones de calcio por el cual acuden a una forma de comunicación que les permite enviar señales a larga distancia. Eso implica necesariamente también la presencia de canales receptores, cuya investigación reveló que se trata del glutamato extracelular, un conocido neurotransmisor presente en mamiferos. Claro está que la velocidad de transmisión de la señal es mucho mas lenta para una planta que para un animal (un milímetro por segundo en el caso de las plantas, 120 metros por segundo aproximadamente en los animales), pero las investigaciones echan por tierra la falsa idea de que, al no poseer sistema nervioso central, no tienen capacidad de sentir. Más aún, el sentir de las plantas no sólo se limita al dolor. También se publicaron artículos que muestran que pueden percibir las vibraciones del agua corriente  -para dirigir sus raíces hacia ella-, como así también hay indicios que demuestran que las flores perciben el zumbido de los polinizadores y hacen su néctar hasta un 20% más dulce. Con estos datos probablemente no quede agotado el tema sobre los sentidos de las plantas, pero sin dudas nos invita a mirarlas con otros ojos y a seguir apuntando las investigaciones sobre ellas, sin dudas tienen mucho que enseñarnos. Por otra parte, somos conscientes que el movimiento vegano puede interpretar esta desmitificación como un intento de invalidar sus argumentos, así que haremos una pequeña aclararación. Muchas veces se dice que “las plantas no sienten” como sinónimo de “las plantas no tienen sistema nervioso central”, lo cual es un error. No apoyamos la idea de que el sistema nervioso central (en adelante SNC) deba ser la medida que determine qué seres vivos merecen ser tratados como tal y cuales no. Sin embargo las plantas han sido desde siempre la base alimentaria de cualquier animal, sin ellas no habrían herbívoros y, por ende, tampoco carnívoros. Por otra parte, el ser humano no es un animal estrictamente carnívoro en la medida en que no necesita de la carne para vivir, como sí la necesita un león o un cocodrilo (los animales estrictamente carnívoros cazan para sobrevivir, no cazan por diversión ni porque se creen superiores al venado o la cebra que están por cazar). Por último, la industria cárnica es de las más contaminantes e innecesariamente violenta. En el caso de que alguien necesitara de la carne para sobrevivir -lo cuál es discutible-, no hay necesidad de hacerlo bajo un sistema que somete y tortura. Si alguien usara el conocimiento de que las plantas sienten para “argumentar” en contra del veganismo, simplemente no entendió ni al veganismo ni a las plantas. No es nuestra intención seguir hablando de veganismo, sólo nos pareció menester hacer la aclaración para no dar lugar a malinterpretaciones. Las plantas sienten, sí, pero no es esa una invitación a dejar de consumirlas, sino a empezar a verlas con otros ojos (y dejar de usar el sentir como argumento en su contra).

Mimosa pudica, un ejemplo claro y visible del movimiento y el sentido de las plantas

El segundo mito que quiero echar por tierra es quizá obvio, pero no por ello menos aceptado; el movimiento. Por alguna curiosa razón los seres humanos interpretamos como movimiento el de la locomoción (trasladarse de un lugar a otro). Todo ser que no tenga la capacidad de trasladarse queda relegado a una categoría inferior. Sin embargo, y seguramente lo vieron en el colegio, las plantas sí se mueven. Lo hacen hacia arriba para buscar el Sol, hacia abajo para buscar el agua, e incluso hay plantas que se mueven por impulsos externos y muy visibles al ojo humano, ya sea para alimentarse (como el caso de las ‘Dionaea’, comúnmente conocidas como “plantas carnívoras” o “venus atrapamoscas”) como para defenderse de depredadores, como es el caso de la ‘Mimosa púdica’, conocida popularmente como “mimosa” (esta planta encoge rápidamente sus hojas al mínimo contacto físico) -estas dos especies son claros ejemplos también del mito anterior-. Tal vez las plantas no puedan trasladarse de un lugar a otro, pero el hecho de permanecer en el lugar les concedió una ventaja que es mucha flexibilidad y una capacidad de adaptarse al entorno que no se ve en animales. Por último, cualquiera que haya podido ver en video el crecimiento de una planta habrá captado esa maravillosa danza que nos regala la Naturaleza y se pierden nuestros ojos.

Planta de tomate vista en cámara rápida

El tercer mito a derribar es el de la comunicación. Cuando alguien ve en su jardín, en un parque o en cualquier lugar donde se presente un conjunto de plantas lo que suele pensar es que dichos seres son individuos solitarios que en nada les influye los que se encuentran a su alrededor. Bien, es momento de dejar a un lado esa idea, las plantas no son seres solitarios ni individuales, se comunican entre sí y de diversas maneras. La más asombrosa, y quizá la más compleja, es la que se produce a través de las raíces en simbiosis con unos hongos que forman una red conocida como ‘micorrizas’. A través de ésta la planta recibe del hongo principalmente nutrientes minerales y agua, y el hongo obtiene de la planta hidratos de carbono y vitaminas que él por sí mismo es incapaz de sintetizar mientras que ella lo puede hacer gracias a la fotosíntesis y otras reacciones internas. Además, lo que hace maravillosa esta relación simbiótica es que a través de las micorrizas se envían señales de alerta si hay algún peligro -como una plaga- e incluso se ayudan si un individuo se encuentra enfermo, proporcionándole los nutrientes que éste necesita. Además de hacerlo a través de las raíces, existe una comunicación a través del aire. Cuando una planta es atacada o dañada emite una sustancia que le permite advertir del peligro a las plantas vecinas. Como consecuencia las vecinas cambian repentinamente su balance bioquímico, produciendo sustancias tóxicas que normalmente les ayudan a repeler a los insectos dañinos. Estas son a muy grandes rasgos dos formas de comunicación que el mundo vegetal tiene para alertarse y ayudarse mutuamente pero, desde luego, no es la intencion del articulo agotar el tema y les invitamos a seguir investigando sobre el tema, sin dudas fascinante. Les prometemos que ya no verán más a las plantas como individuos aislados dentro del paisaje.

El cuarto y último mito es sobre la inteligencia de las plantas. Si bien el propio concepto de “inteligencia” es bastante complejo de definir y no se puede tomar sin que encierre cierta polémica, podemos llegar a afirmar que, como vimos en algunos estudios mencionados anteriormente, las plantas pueden encerrar cierto tipo de inteligencia. Uno de los científicos abocado al estudio de las plantas que apoya esta teoría es el biólogo Stefano Mancuso, director del Laboratorio Internacional de Neurobiología Vegetal de la Universidad de Florencia. Él mismo comenta lo siguiente:

«Estamos convencidos de que las plantas son inteligentes y tienen capacidades cognitivas, por eso usamos técnicas y métodos que normalmente se emplean para estudiar las habilidades cognitivas de los animales. El principal problema con las plantas es que se mueven mucho más despacio que los animales, por eso necesitamos registrar sus movimientos durante varios días. Hicimos un experimento con dos plantas trepadoras de frijoles. Si les pones un solo soporte por el que se pueden trepar, compiten por él. Esto muestra que las plantas se percatan del ambiente físico a su alrededor y del comportamiento de otras. A esto, en animales, lo llamamos conciencia. Pero no tenemos una idea clara de cómo funciona esta capacidad en plantas. Este tipo de seres vivos son mucho más sensibles que los animales. Cada punta de las raíces puede detectar 20 parámetros físicos y químicos diferentes, como la luz, la gravedad, el campo magnético, los patógenos y demás. Asimismo, las plantas tienen distribuido en todo su cuerpo las funciones que en los animales están concentradas en distintos órganos. Mientras que en los animales casi las únicas células que producen electricidad están en el cerebro, la planta es algo así como un cerebro distribuido en el que cada célula puede producirla. Subestimarlas puede ser muy peligroso porque dependemos de ellas y nuestras acciones están destruyendo sus hábitats«

Stefano Mancuso

Estos son algunos mitos que la Humanidad ha internalizado y asumido como normales a lo largo de la historia, que rara vez hemos decidido cuestionar y que contribuyen a seguir perpetuando esta visión antropocéntrica que se menciono en un comienzo. Que si no se traslada no se mueve, que si no tiene SNC no siente, que si no habla -o emite sonido audible para el humano- no se comunica y que si no puede usar el pensamiento abstracto carece de inteligencia es claramente posicionarnos en un lugar donde el ser humano se encuentra en el pedestal más alto y el resto de los seres por debajo, donde las características instrínsecamente humanas son el parámetro que determina qué seres vivos valen más o merecen más respeto, y cuales menos. Históricamente el ser humano se ha creído dueño y señor de todo lo que le rodea y es como crítica a esa mentalidad que a finales de los años sesenta surge en el mundo anglosajón, de la mano del ecologista noruego Arne Næss, el concepto de ecologia profunda.

Aproximación gráfica al sistema ambiental propuesto por la ecología profunda

Según el propio Næss, la ecologia profunda o de amplio alcance (deep, long-range ecology) se distingue de la ecologia superficial o de corto alcance (shallow, short-range ecology) en un cuestionamiento más hondo de las causas y fundamentos de la crísis ecológica. Parte de reconocer el valor inherente de la diversidad ecológica y cultural de todos los seres vivos y no se limita a aquello que pone en peligro el bienestar o la supervivencia del ser humano. Pongamos un ejemplo práctico: allá fuera hay un árbol, ese árbol no es bueno sólo por sus frutos, por su madera o porque nos da sombra cuando la necesitamos, ese árbol es bueno en sí mismo, tiene un valor intrínseco per se y no depende del valor que nosotros le demos. Todos los bosques, ríos, hasta la hormiga más pequeña y las plantas de las que trata el artículo tienen un valor en sí mismas y tienen derecho a vivir sin ser molestadas, asesinadas, contaminadas. Debemos tomar lo que la Naturaleza nos da, no como un derecho, sino como un regalo para nuestra supervivencia. Por otro lado, la ecología profunda declara la interdependencia fundamental entre todos los fenómenos y el hecho de que, como individuos y sociedades, estamos inmersos en -y finalmente dependientes de- los procesos cíclicos de la Naturaleza. La ecología superficial, en su mirada antropocéntrica, coloca al Humano por fuera y por encima de la Naturaleza, cuando en realidad, como plantea la ecología profunda, el ser humano es parte de la Naturaleza y destruyéndola a ella se destruye a sí mismo (o como reza la famosa frase atribuída al jefe Seattle, “cuando los hombres escupen al suelo, se escupen a sí mismos”). Para terminar, la ecología profunda, tan necesaria hoy en día, nos propone una serie de principios ofrecidos como una plataforma de concientización ecológica de vocación universalista. Cabe aclarar que dichos principios se formularon de manera amplia para ser interpretados en diferentes lugares y contextos (Næss hizo hincapié en el carácter plural y transcultural de la ecología profunda). Estos son:

  1. El bienestar y el florecimiento de la vida humana y no-humana en la Tierra tienen un valor intrínseco, con independencia de la utilidad que lo no-humano pueda tener para los propósitos humanos.
  2. La riqueza y la diversidad de las formas de vida contribuyen a hacer realidad estos valores y son, por tanto, valores en sí mismos.
  3. Los seres humanos no tienen derecho a reducir esta riqueza y diversidad, excepto para satisfacer necesidades humanas vitales.
  4. El florecimiento de la vida y cultura humanas es compatible con un descenso sustancial de la población humana. El florecimiento de la vida no humana necesita esta disminución.
  5. Actualmente la intervención humana en el mundo no-humano es excesiva, y la situación está empeorando rápidamente.
  6. Por esta razón, las políticas deben cambiar. Estas políticas afectan a las estructuras básicas de la economía, la tecnología y la ideología. El estado que resulte será profundamente distinto del presente.
  7. El cambio ideológico consiste principalmente en apreciar la calidad de la vida, más que buscar incrementar el estándar de vida. Habrá una toma de conciencia profunda de la diferencia entre lo grande (big) y lo importante (great).
  8. Aquellos que suscriban estos puntos tienen la obligación de intentar realizar, directa o indirectamente, los cambios necesarios.

Si realmente queremos generar un cambio para frenar todos los desequilibrios que estamos generando e intensificando a diario en la Naturaleza -como es el calentamiento global, entre tantos otros-, es tiempo de dejar el ego de lado y cuestionar las bases sobre las que estamos parados, para poder reemplazarlas. Se trata de abandonar el egocentrismo en pos de un ecocentrismo que abrace a la Naturaleza y abocarnos a lo que Næss entendía como «autorrealización«, la maduración del individuo que implica una progresiva identificación con todos los seres vivos -humanos y no humanos- y en cuyo proceso el sentido de pertenencia a un lugar y un paisaje concretos –que pueden ser de elección– es de suma importancia para fortalecer el vínculo individual con la Tierra.