Probablemente todos conozcamos, ya sea personalmente o por haberlo visto en Animal Planet, alguna reserva natural o un área protegida. En dichos espacios se busca tanto conservar un determinado ecosistema como mantener y recuperar especies en sus entornos naturales; es lo que se denomina conservación in situ. Sin dudas, ese es un pilar fundamental y prioritario para la conservación de la naturaleza, pero ¿qué tal si te digo que vos, desde tu jardín, podés aportar un granito de arena en la conservación de especies vegetales en situación de vulnerabilidad? ¿Y si además te digo que estarías proporcionando biodiversidad?

La conservación ex situ, en contraposición con la conservación in situ, consiste en mantener algunos componentes de la biodiversidad fuera de sus hábitats naturales. Normalmente existen dos tipos; los bancos de germoplasma por un lado, y los centros de flora (jardines botánicos, viveros, etc.) y fauna (zoológicos, museos, etc.) por el otro. Una vez dicho esto, ya te debes imaginar por dónde viene la mano. En un artículo anterior me dediqué a exponer algunos beneficios de la flora autóctona más allá de lo meramente biológico. Sin embargo, no es posible abarcar todas las ventajas en un único artículo (y en dos probablemente tampoco). Y es que nuestro jardín es un espacio ideal para cultivar plantas nativas que, por alguna razón que ya detallaremos, se encuentran en situación de vulnerabilidad en su ambiente natural. Cabe aclarar que al hablar de ‘jardín‘ no me refiero exclusivamente a un patio amplio que albergue abundante vegetación. En esa expresión incluyo tanto patios amplios como así también patios pequeños, terrazas, balcones y, en definitiva, cualquier espacio de nuestro hogar que disponga de luz solar y con la posibilidad de cultivar plantas (en macetas vale, ¡eh!).

La ciudad de Bahía Blanca se encuentra emplazada al sudoeste de la provincia de Buenos Aires, allí donde se funden dos ecorregiones; la Pampa y el Espinal. En cuanto al pastizal pampeano podemos decir que comprende gran parte de la provincia (a excepción del sur), sin embargo, lo que se conserva de esta ecorregión es muy poco, ya que se enfrenta al avance de la agricultura que encuentra en esta región los suelos más fértiles. Pongamos algunas cifras para dimensionar: en base a datos publicados por la empresa enfocada en restauración ambiental GRINC, en la provincia de Buenos Aires el 75% de la superficie se emplea con fines agroganaderos. Por otra parte, según el último Informe del estado del Ambiente publicado en 2018 por la entonces Secretaría de Medio Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, del total de la ecorregión Pampa a nivel país sólo se conserva como Áreas Naturales Protegidas el 4,07%, mientras que el Espinal corre peor suerte y sólo se encuentra protegido el 1,59%. Sin dudas los números nos presentan un panorama poco alentador que, sumado a otros factores como la expansión de la industria agroganadera, la deforestación, el crecimiento urbano y la introducción de especies exóticas invasoras contribuyen a la degradación de nuestros ambientes y a la pérdida de biodiversidad (que luego repercute en otros factores como la crisis climática). Es allí que muchas especies -históricamente despreciadas o simplemente desconocidas por la mayoría- pueden encontrar en nuestros jardines una oportunidad para su preservación. Ellas, a cambio, nos aportarán biodiversidad y atraerán a la fauna benéfica, entre tantos otros beneficios.

Para finalizar es pertinente hacer un par de aclaraciones (y recomendaciones). En primer lugar, el hecho de aportar directa o indirectamente a la conservación mediante la implantación de especies autóctonas no implica limitarse sólo a esas especies ni tampoco tener una de cada una (a menos que el espacio nos condicione). Lo que buscamos es un jardín biodiverso, no un Jardín Botánico, por ende es preferible optar por un puñado de especies y formar grupos que repetiremos en el espacio que dispongamos. También es importante asegurarse de tener una oferta floral que ofrecerle a la fauna a lo largo del año. De nada sirve tener una explosión de colores en primavera si en invierno va a estar todo el jardín en estado vegetativo. En este sentido es que pueden servir algunas especies exóticas, ya que no siempre en el lugar que residimos existe una variedad de flores nativas, o la paleta de colores es muy limitada. ¡Pero atención! Siempre debemos asegurarnos que no sean especies exóticas con potencial invasor, por eso es importante hacer una muy buena selección de especies.

En segundo lugar, más allá de que se habla de plantas, nunca está de más recordar que siempre hay una fauna asociada. Ningún ser vivo se desarrolló de forma aislada sino dentro de un determinado ecosistema, en relación con otros seres con los cuales compite y, sobre todo, coopera. Es así que al sembrar una especie autóctona, ésta puede atraer tanto a la fauna generalista (o sea, aquellos pequeños animales que se alimentan de una amplia variedad de plantas) como así también a la fauna especialista (que es aquella que depende de una determinada especie o de un grupo acotado de las mismas). Este último caso suele ser el más delicado ya que, al ponerse en peligro la planta, se pone también en peligro el animal que depende de ella. Esa es otra entre las miles de razones por las que debemos bregar por la conservación de los ecosistemas y por la cual optando por lo autóctono le estaremos dando un lugar también a los pequeños seres vivos.

Por último, el artículo pretende aportar una nueva visión acerca de las ventajas de emplear especies vegetales propias del lugar, a la vez que se intenta generar conciencia sobre la realidad medioambiental y ecológica que atravesamos. No se busca agotar el tema sino, por el contrario, volcar la curiosidad sobre la biodiversidad que nos representa para así informarnos e involucrarnos activamente en su conservación -tanto dentro como fuera de nuestros jardines-. Si bien hago énfasis en la ciudad de Bahía Blanca (por una cuestión de cercanía), el mensaje es extensivo a todas las regiones del país, y más allá también. En definitiva, nadie puede prescindir de los servicios que los ecosistemas nos brindan ni considerarse por fuera de la naturaleza. Me remito a las palabras, aún vigentes, con las que el jefe Seattle -de la tribu suquamish- le responde en 1854 al entonces presidente de Estados Unidos, Franklin Pierce, en la intención de este último de comprarle las tierras a los nativos: “Ustedes deben enseñar a sus niños que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, digan a sus hijos que ella fue enriquecida con las vidas de nuestro pueblo. Enseñen a sus niños lo que enseñamos a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra”. Y cerró con una frase que lo resume todo; Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos. Amerita que, como sociedad, aprendamos a vincularlos, a crear relaciones sanas tanto con el otro como con la naturaleza y dejemos, de una vez por todas, de escupirnos a nosotros mismos.