Capítulo 21 (parte 1): desenlace, acabamiento, remate, coda, epílogo, peroración, colofón, cierre y final

Verónica Ocantos
Sentís que el poder de poder hacerte invisible no te ha servido para nada. No sos más feliz que el resto de las personas que no poseen esa facultad, que son casi todas en el mundo. No tenés ningún beneficio extra. Ni siquiera al principio, allá lejos cuando cediste ante la propuesta de prostituir tus dotes por un sueldo municipal, allá lejos cuando tu condición se acostó con la breve fama mediática de la que te ocupaste de desarticular en poco tiempo. Breve fama mediática, breve interés por el posible superhéroe real surgido del barro, del barrio. Te quisieron contactar presidentes, empresarios, directores de cine, jeques, y vaya a saber quiénes más, todo el mundo te quería conocer (esto es inverosímil, todo este cuento lo es. Pero igual lo dejo). No le diste bola a ninguno porque naciste melancólico, por eso tu fama mediática resultó breve. Al menos eso es lo que pensaste la última vez que te pusiste a pensar en eso (pensamiento que te avergüenza por lo banal, tanto que me cuesta escribirlo, parece una estupidez pero así lo pensás vos “nací melancólico”). Te ocupaste de que tu virtud se perdiera entre tus estados de ánimo de guionista de telenovela de los 80 y de niño sin padre del conurbano sur. Aunque pienses que el poder de poder hacerte invisible no te ha servido para nada, sabés que sí te ha permitido desarrollar un ejercicio saludable y paralelo. Paralelo a tu poder de poder hacerte invisible. El poder de poder hacerte invisible te ha servido para poder matar tranquilo. De niño (“de pibe”, expresión coloquial de este lado del mundo que sería literariamente más apropiada) descubriste esa virtud, a medias pero la descubriste (aquella paliza incorpórea al rubio de ojos celestes y corte Balá en el recreo de la escuela primaria); de adolescente la confirmaste con tus primeros ensayos casi homicidas hacia dos o tres que creías lo merecían (el profesor de Literatura de cuarto año, el cura que les hacía bajarse las medibachas a las nenas detrás del altar, tu primera psicóloga, el colectivero ese de la 548, tu mamá); de adulto te regodeaste con esa ventaja a capricho. Estás en tu casa luego del viaje de regreso desde San Marcos Sierras, estás triste, extrañás a Martha, ya tomaste la decisión de adoptar una gata, acaso le pongas Pelusa, acaso el nombre más hermoso que pueda existir para una gata. Todavía no la tenés pero pronto vas a buscar una en las calles, muchas veces has visto gatitos tirados en una caja de cartón maullando de hambre de teta de gata madre. Por un momento pensás que no te gusta quién sos, tu vida carece de interés. Mirás una película (tal vez alguna con Liam Neeson o una con Russel Crowe o una con Oscar Martínez) y pensás que la venganza es el motivo más recurrente de casi todas, algo así como un 90 % de las que has visto en tu vida parten de la venganza como tema central. Pensás: venganza de muerte, venganza de amor, venganza de robo, venganza de clase, venganza de gusto, venganza de ropa, venganza de hambre, venganza de libro, venganza de sexo, venganza de raza, venganza coreana, venganza musical, venganza política, venganza y contravenganza. Pensás que si decretaran una prohibición para que los guionistas dejasen de emplear ese sentimiento nos quedaríamos con un tercio de las producciones que se ofrecen. Pensás que eso sería una virtud de la industria. También pensás que la industria es una mierda, no sos troskista, acaso un poco, acaso ser un poco te indique que no lo sos, no lo sos pero pensás que el arte como industria es simple propaganda. A alguien le pasa algo malo, culpa a otro alguien y sale a hacer mierda a ese otro alguien de manera justificada. Moralmente justificado está ese alguien. No solo se aceptan la venganza y la matanza o el derrocamiento de algún imperio de la maldad: se celebra. Te van a celebrar, entonces. Sabés bien que vengarse es un placebo y como tal, carente de efectividad, sin embargo fuiste educado para eso por la tele, por las películas, por los comentarios de tu madre frente a las noticias, por tus exjefes, por la escuela y, como toda buena educación, la sentís como tinta en la piel. Una tinta que aunque te la saques con láser, no saldrá nunca (qué metáfora fea esta. Igual la dejo). ¡¡Viva Hollywood!! ¡¡Vivan los noticieros!! ¡¡Viva la escuela!! ¡¡Viva la familia!! Volvés a pensar, y te contradecís en lo que pensaste al principio del capítulo, eso de que el poder de poder hacerte invisible no te ha servido para nada. Claro que te ha servido. Te ha servido para poder matar tranquilo. Matás a un empresario enamorado de un pendejo empujándolo sobre las vías del Roca, te sentís bien un rato y te vuelve el reflujo depresivo a los pocos días. Matás a un chorro, violador, en medio de su tortura a un empresario al que también te gustaría matar, te sentís bien un rato, vivo, al cabo de un breve lapso te vuelve la náusea. Matás a una jueza de un tribunal porque te cae mal, porque hace mal, porque no condena a quienes de verdad conspiraron para que la piba a la que no llegaste a salvar fuese reconocida en su derecho a la justicia, te sentís bien un par de días y te vuelve el malestar. Matás a tres proxetravapolicías, los ves transando frente a la vieja y cerrada clínica Estrada, ahí donde naciste, frente a las vías del Roca, frente a la Universidad de Lanús, los seguís un rato porque Lucy te lo había comentado, te había comentado de dónde provenía su cara híper maquillada para disimular las marcas de las palizas propias de la explotación, te lo había comentado una tarde tomando mate en el parque Finky, mate con bolas de fraile rellenas de dulce de leche, te lo había comentado cuando notaste que le sangraba el labio después de haber tomado el segundo mate, los ves a los tres proxetravacanas y los seguís, bajan a pie por el paso bajo a nivel de la calle Flores de Estrada, está oscuro y hay olor a meo, ahora caminan por el otro lado de las vías mirando sus celulares, mirando sus celulares como siempre, riéndose fuerte, sin pudores, la entrada al predio de la UNLA los mira en académica compañía, uno se aparta unos metros para mear detrás de un árbol, los otros dos siguen caminando con los celulares incrustados en los ojos, te arrimás al que mea, tiene el pito flácido, negro, oloroso y peludo, se lo apretás con una tenaza que llevaste para la ocasión, antes de que sus gritos pudieran hacerse maullido de gato bebé hambriento de leche de teta de gata madre, le tapás la boca y lo ahorcás con su corbata azul de proxetravacana, los otros dos hacen lo que suelen hacer los policías: miran el celular, miran el celular, miran el celular. Sabés que uno va a ir a averiguar por qué tarda tanto el otro, esperás y lo hace, a ese le dejás una rama de paraíso 12×24 bien metida en el orificio anal para que aprenda que para poder explotar a una dama hay que saber pedirlo, de lo contrario Hollywood te enseña a meterles ramas en el culo a los proxetravacanas como él. Al tercero no le das tiempo porque te querés ir a comer a lo de Martha el guiso de lentejas plato del día antes de que cierre, antes de que la maten, subís al patrullero y lo pinchás con el arma del que tiene la rama 12×24 en el orificio anal, te sentís bien un rato y te vuelve la repulsión. Matás a un dictador, todo viejo, tan viejo que se caga encima, lo torturás porque le corresponde, no porque lo pases bien, te da lo mismo, lo hacés porque le corresponde, te sentís bien hasta la hora de la cena y te vuelve el asco. El reflujo siempre vuelve, ya sabés que no se aplaca matando. Lo sabés pero no te importa lo efímero de su validez, porque así te educaron y porque así vas a seguir ejerciendo tu formación (acá iría excelente Clara Shumann, Scherzo número 2 en do menor por Isata Kanneh-Mason https://www.youtube.com/watch?v=c7f9SoDuHjY). 
Vero Ocantos