Un supermercado Carrefour en la zona de Retiro es un buen lugar para hacer tiempo hasta que Eva salga del trabajo. Puedo pasear por las góndolas y disfrutar el aire acondicionado, esquivar las montañas brillantes de latas con mi changuito en dirección a las heladeras. Estacionar por ahí y pasar el rato, sin demasiado apuro, estudiando los cortes de carne, ridículos, desplegados en bandejas de telgopor.
Todo muy tranquilo hasta que en una de mis vueltas doblo y me encuentro con este hombre alto, magnífico, de sobretodo azul y pelo blanco que al girar sobre sí mismo deja al descubierto su perfil inconfundible: el Turco Asís. Un escalofrío me recorre la espalda pero paso de largo, como si fuera lo más normal del mundo. Imposible hacer otra cosa que seguirlo y ver cada movimiento suyo por el supermercado. Ahora está mirando unos frascos de dulce de membrillo pero cada tanto mira para atrás y vuelve a su góndola. Doy una vuelta bien rápido para que no se escape: lo tengo de nuevo, en plena zona de desodorantes. Vuelvo a girar y miro de reojo al de seguridad: tengo que ser muy cuidadoso con mis movimientos. Me acerco al Turco y lo sigo dándole unos metros de ventaja. Él examina los congelados y los deja en su lugar ¿A dónde vamos Turco Asís? ¿A dónde apuntan tus bigotes esta tarde? Giramos y nos dirigimos a una montaña de mandarinas. Turco, afuera los edificios plateados proyectan sombras en la sombra, las luces de las farolas todavía no están prendidas, si todo sigue igual nos vamos a sentir demasiado solos. Hay que hacer las compras y en eso estamos.
Todo muy bien con el jueguito del gato y el ratón hasta que en la sección de limpieza el Turco frena, mete la mano en su canasto, agarra una lata, la deja en la góndola y sigue de largo. O sea, el procedimiento inverso a lo que usualmente acostumbramos: no agarró de la góndola y puso en el canasto sino al revés. Entonces voy directo a la escena y miro: una lata de duraznos, resplandeciente, entre un montón de jabones líquidos. ¿Cómo mierda? Miro la lata, no puede ser: ¿cómo mierda el Turco Asís va a descartar una lata de duraznos en la sección de limpieza? Tiene que haber un error. Me digo que tiene que haber un error y entonces me doy cuenta: el Turco lo que hizo fue reescribir una obra de Gabriel Orozco, un artista mexicano, que una vez vi que hacía algo parecido. ¡Es eso! Lo que hizo el Turco Asís es una intervención contra el orden obsesivo del supermercado. Su idea fue cortar el flujo alienante del consumo, no es que descartó una lata en cualquier lado. Generó un caos perfecto, un punto de fuga, una posibilidad de extrañamiento, y yo por un momento pensé que había descartado unos duraznos entre el jabón líquido, qué pancho.
Lo de Orozco lo vi una vez en un video de Youtube: acompañaba a una mina a hacer las compras y se aburría tan rápido que sacaba unas papas de la verdulería y las acomodaba, de a una, arriba de los cuadernos del sector de la librería. O por ejemplo ponía unas latas de comida para gatos encima de las sandías, y los ojos de los gatitos impresos en las etiquetas parecía que te espiaban desde arriba de esas moles verdes en las que de pronto se habían convertido las sandías: generaba como una maqueta medio extraterrestre con esas dos boludeces del supermercado y ahora el Turco lo que hizo fue una especie de remake, no me cabe duda. Imaginate que estuviera descartando una conserva en cualquier lado, no, ni en pedo.
Por contemplar su obra casi se me escapa. Tuve que agarrar el chango y correr como un campeón, tomar la curva un poco abierta y cerrarme contra la columna de las botellas de aceite de girasol. Ahí estaba de nuevo ese monumento al pragmatismo político y literario, con su percha formidable, haciendo la cola en una caja rápida. Me puse en la de al lado y en un rato casi que estuvimos codo a codo. Disimuladamente pude ver lo que llevaba en su canasto: un rollo de cocina, un vino, un pedazo de queso cuartirolo, una lata de peras en almíbar, un sachet de aceitunas negras, dos limones y una tableta de chocolate con maní.