Inexorable#26: la Delegación Limeña I, la Entrada

Inexorable#26: la Delegación Limeña I, la Entrada

Leer desde #1: El Comienzo

Troya Domínguez llega hasta la delegación limeña, en el desolador centro de Bahía Blanca, donde la Cobija Socialista del General no tiene injerencia. En el camino, decenas de personas le piden a su Envíado ayuda con devota expectativa. El joven subteniente cada vez odia más su carácter milagroso.


La pintura, que arrancaba en la pared de Vieytes, continuaba por la esquina y finalizaba en la avenida que los limeños llamaban Teniente Magaldi; los democráticos, Día de la Raza, y los patricios, Colón, como era en la preguerra. Desde donde estaba el subteniente Domínguez, en el mural se podía distinguir al General Manuel Lima disparando con su rifle, recreando, pese a los colores sólidos que no se correspondían con la realidad y a los rasgos físicos liberalizados por el artista, la fotografía que Cultura y Comunicación había esparcido luego de la toma de la Municipalidad.

Sintiéndose un tanto boludo por no ver el mural, el Enviado aprovechó el espacio y se escapó hacia la imagen gigante de su General, luego de sonreír cortésmente a la madre de Silvio Latorre y soltar un saludo grupal al resto de los mendicantes. A los pocos pasos, la multitud quedó atrás y volvió la urgencia por llegar a relevar la guardia.

Al llegar a la esquina, había otra pintura a todo color, en la que se veía a Manuel Lima entrando a la fuerza a la Municipalidad, escoltado por limeños sin rostro y banderas británicas ardiendo a rabiar. Troya Domínguez no había visto esa imagen antes, pero le hacía ruido ver al General en plena acción, cuando todos los que habían estado el día del asedio siempre le dijeron que el Inexorable siguió las acciones desde un bunker, debido a su enfermedad.

En la puerta de la Delegación, había otra multitud de achacados y heridos.

Ignorando a todo y a todos a su alrededor, Troya Domínguez encaró a los guardias de la entrada. Eran un juvenil cabo de la CJS y un suboficial del Ejército Bolivariano. El hombre de San Martínez se hizo cargo de la situación, probablemente por su rango mayor o, simplemente, para que los canabineros no departan entre sí.

― Desinfección. Sólo personal autorizado en los consultorios, subteniente. Órdenes del equipo médico ―el suboficial bolivariano no era argentino, portador de un leve acento que Troya no llegó a reconocer. También era quince años mayor que él y, en cada mueca, destilaba un rechazo sólido a las ideas de milagros o enviados de seres superiores.

― ¿Y el cabo Mendoza? ―preguntó Domínguez.

― El cabo Mendoza tendría que haberse ido hace una hora y media, pero se quedó custodiando la puerta del consultorio por su compromiso con la causa limeña ―disparó el agnóstico bolivariano y Troya no pudo parar de pedir perdones―. Seguramente lo ponga en su informe. Y testigos no le van a faltar.

Un fuego recorrió el sistema circulatorio de Domínguez, nacido y criado en la guerra, pero no hizo nada. Le alcanzaba con los problemas que tendría por ponerlo a Sánchez en el primer turno, como para agregarle un escándalo público. Con la mayor paciencia que pudo, Troya se limitó a preguntar por la puerta del consultorio. El hombre de San Martínez, pese a las disculpas ofrendadas y al rango superior, sólo lo dejó pasar cuando el canabinero confirmó que venía a reemplazar a Mendoza.

Era la primera vez que entraba a la Delegación Limeña del Centro y el joven de brazos inmensamente largos se sorprendió con el amplio espacio de la recepción y con la escalera de mármol, prácticamente inmune a la guerra y al paso del tiempo. Siguiendo las indicaciones, se internó en un laberinto de oficinas y puestos de atención. Las miradas ansiosas no tardaron en reconocer al Enviado del Padre en la Tierra: unos pares de hombres y mujeres frente a la Oficina de Reclutamientos, buscando alguna tarea que los meta bajo la Cobija Socialista, aunque sea por unos días; las risitas nerviosas de las chicas de la CyC, que habrían visto su foto una decena de veces; los guardias, un salpicado de todas las agrupaciones limeñas posibles, apostados en cada puerta, con más sueño que atención. Todos querían saludarlo, pero él tenía una espina clavada en su intuición.

En la siguiente entrega, la Delegación Limeña II: los Pasillos


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.