El establishment está maduro para la extorsión. Se huele en las declaraciones de empresarios o  especialistas consultados por La Nación. Se ve en las excusas del gobierno para justificar cualquier disparada. El libro de Cristina, la posible vuelta al populismo, la descontinuación de los acuerdos con el FMI: todo les genera miedo y desconfianza.

Porque hay algo que los millonarios más millonarios temen y que a nosotros nos afecta bastante poco: el default. El peor de los mundos para los economistas. La vergüenza bursátil que cargamos como argentinos desde que Adolfo Rodríguez Saá defolteó, entre aplausos y ovaciones, post 2001.

Pero ¿qué es defoltear? Entrar en default es dejar de pagar algo que estaba previamente acordado. Tras el paso de Macri por el gobierno nacional, si algo sobra son deudas que pagar y agujeros financieros que tapar.

Y es que el miedo ante el default solía estar atado a los gobiernos peronistas tras las acciones de Rodríguez Saá y de la última Cristina con los fondos buitres. Ahora es Macri el que da miedo. Da miedo por su inutilidad. Incluso en las filas del gorilismo internacional hay dudas intestinales. Cuatro años más con Macri serían otra larga duda sobre el pago regular de los compromisos. Uno que otro debe estar aprendiendo cantitos del repertorio nac&pop para acurrucarse más rápido tras el garrochazo ideológico.

Alberto y Cristina tienen que aprovechar el temor financiero al cese de pagos. Con tal de que les prometan que no van a defoltear, los poderosos están dispuestos a gastar de la suya en algunas cuestiones heterodoxas: retenciones, subsidios, Conicet, cosas así. Macri en persona  les pedía colaboración a los empresarios argumentando que, si él ganaba, sus empresas iban a valer más. Alberto también podría apurarlos con un argumento similar.

¿Qué pasaría con nosotros, gente del común? Nada. El default no nos hace nada. Apenas un encarecimiento de los créditos, que Les Fernández podrían compensar para las clases populares con créditos bancados por la Anses. El resto es riesgo país, merval y blablá. Si la gente sufrió post 2001 fue por la herencia de Menem y De la Rúa, no por el default. Ni siquiera Rodríguez Saá, el defolteador, fue condenado a la ignominia. En el 2003, incluso, pudo haber sido presidente si el zonda hubiera soplado apenitas más fuerte.

Sería muy ingenuo pensar en un Alberto Fernández que desconociera toda la deuda por ílegítima  y defolteara a la usanza trotskista. Sería el de Les Fernández un default más bién estratégico, que considerara con fineza a los acreedores que merezcan cesación. Ni siquiera eso, podría ser apenas una amenaza eterna que convierta su miedo al default en una correa incómoda y resistente.

Si el establishment quiere un país sin default, que lo pague.