Cuando la covid llegó a nuestras tierras, en pleno infierno europeo, gran parte de la sociedad aceptó que si no cambiaba algunos hábitos el virus nos llevaba puestos. Frases como “esto cambió la vida para siempre” o “habrá que adaptarse a la nueva realidad” se decían en todos lados, desde todos los partidos políticos y canales de televisión, con verosímil seguridad. Estábamos listos para encerrarnos durante años y adaptar nuestros usos y costumbres ante la tragedia que se nos venía.

Seis meses después, como pasa con muchos fumadores que deciden dejar el vicio, la voluntad no dio para tanto y muchos salieron a pedir el viejo mundo a riesgo de que se vaya todo al carajo. Era previsible que esto pasara y casi que se puede decir que el gobierno nacional de Alberto Fernández tendría que haberlo tenido en cuenta.

Táctica y estrategia

A los fines de este análisis simplificaremos que, mientras la estrategia es el plan general para conseguir un objetivo, las tácticas son las acciones puntuales para llevar adelante esa estrategia. No hace falta decir que la cohesión entre estos dos elementos es fundamental para ganar una guerra, contra un enemigo humano o viral.

Voy a hacer una digresión breve y un tanto inexacta en términos históricos para que se entienda con cabalidad. 

Desde el siglo XII, Vietnam estuvo siempre bajo la sombra de algún imperio que lo dominaba. Solían ser China o Mongolia, hasta que Francia la anexionó como parte de su Indochina. En la Segunda Guerra Mundial fueron invadidos por Japón, hasta la caída del imperio del sol naciente tras las dos bombas atómicas norteamericanas, cuando los franceses quisieron recuperar su colonia.

Y ahí aparece uno de los personajes más importantes del siglo XX: Ho Chi Minh, el libertador de Vietnam, que había declarado la independencia de su país. Francia fue a la guerra a recuperar sus antiguos dominios, perdió en  1954 e Indochina se dividió en cuatro países: Laos, Camboya y las dos Vietnam, la del norte, comunista y liderada por Ho Chi Minh y la del sur, a cargo de los defensores del colonialismo francés. En 1958, según el acuerdo firmado, debía realizarse un referéndum para unificar o no a las dos Vietnam.

Ho Chi Minh tenía un claro objetivo que era unir todo Vietnam bajo un gobierno comunista y fue modificando su estrategia de acuerdo a esto. Por eso, cuando en 1956 un golpe de estado en el sur apoyado por Estados Unidos puso un títere occidentalista, el líder norvietnamita supo que el referéndum no se iba a realizar. Todas las proyecciones daban una contundente victoria electoral para el lado socialista.

Sin prisa pero sin pausa fue formando lo que luego se conocería como Viet Cong, un brazo armado comunista en pleno terreno survietnamita, que poco a poco fue sumando adeptos para la insurrección y empezaron a realizar sabotajes y ofensivas guerrilleras. Para 1964, cuando el referéndum ya era cosa del pasado, Ho Chi Minh invadió el sur con su propia tropa para conseguir una unificación militar. El trabajo hecho durante casi una década por el Viet Cong fue fundamental para un avance veloz hacia Saigón, la capital del sur.

Menos de un año después, Estados Unidos tuvo que blanquear su intervención mandando voluminosas tropas porque su aliado ya había perdido más del 60% de su territorio a manos del ejército de Ho Chi Minh y la derrota era inminente. La aparición de la principal potencia mundial en el teatro de operaciones obligó al líder comunista a cambiar su estrategia. Volvió a la guerra de guerrillas, reforzó la clandestina Ruta Ho Chi Minh (sí, se llamaba como él) por los territorios de Laos y Camboya y amplió sus famosos túneles para prepararse para una guerra larga. Hasta que no se fueran los norteamericanos no podrían conquistar Saigón y el líder norvietnamita resumió su estrategia en una frase que le había dicho a los franceses 20 años antes. Pueden matar 10 de mis hombres por cada uno que yo mate pero ustedes se van a cansar antes.

Cristina Fernández en los túneles de Ho Chi Minh, con sombrero del Viet Cong (2013)

En 1973 los yanquis se cansaron y dejaron solo a Vietnam del Sur. Para 1975 los norteños habían vencido a su rival y el 2 de julio de 1976 se reunificaba la República Socialista de Vietnam, cumpliendo el sueño y el objetivo de Ho Chi Minh.

La estrategia argentina contra la covid

Como Ho Chi Minh, Alberto Fernández tiene un objetivo claro: que la pandemia del coronavirus pase por nuestro país de la manera menos terrible posible, sobre todo en términos de vidas humanas. Lo que creo que está fallando es la estrategia. Por hablar en términos de la guerra de Vietnam, se está buscando una victoria rápida sobre un enemigo débil, en lugar de pensar tácticas eficientes para algo que toda nuestra clase política, fiel representante de la sociedad que la vota, parece haber olvidado: esta mierda con sus subidas y bajadas va a durar, mínimamente, hasta el 2022.

La estrategia que lideró Alberto Fernández siempre se basó en el falso concepto del pico de contagios, rebrotes y olas de infección para plantear tácticas extremas, efectivas en el corto plazo pero insostenibles en el tiempo. Se asume que el enemigo viene y se va, dándonos tiempo para reponernos, pero el virus siempre está ahí.

Después se le agregó la esperanza de la vacuna para el primer semestre de 2021, que reforzó la idea de que los argentinos tenemos que hacer un esfuerzo temporal y después volverá la normalidad. Y así estamos de último esfuercito en último esfuercito, cada vez con menos ganas, cada vez con menos efectividad, y sin salida a la vista.

El sociólogo Daniel Feierstein introdujo un concepto al debate sanitario nacional: la negación. Ante situaciones traumáticas o bruscas parte de la población tiende a negar lo que ocurre, por más evidencia que tenga. Esta secuencia se ha documentado en infinidad de guerras, genocidios o desastres naturales. El texto del investigador, publicado en hilos de twitter, es muy estimulante en su totalidad pero extraigo lo relativo a las comunicaciones oficiales para ejemplificar lo que venimos comentando.  

Ya analicé en otras columnas el optimismo por los avances en varias vacunas y, dos semanas después, la desazón por la confirmación de que el coronavirus puede recontagiarse, lo que atrasaría meses, quizás años, la validación de la efectividad de dichas vacunas. Quien esté siguiendo las noticias de los diferentes desarrollos alrededor del mundo habrá notado como nos van corriendo el arco permanentemente, pasando de campañas de vacunación prontas a salir en febrero a fases III que con suerte van a estar terminando recién en 2021 y quién sabe cuándo estarán aprobadas para su aplicación masiva. Ya vimos hace unos días como se frenaba temporalmente el avance de la vacuna de Oxford por supuestos efectos adversos y noticias similares llegaron desde Rusia. Y todavía no aparecieron los recontagios en los inoculados en las fases I y II de las distintas pruebas mundiales, que nos dirán cuánto tiempo de inmunidad compramos con cada vacuna y si vale la pena su desarrollo y aplicación masiva.

Como Ho Chi Minh cuando llegó Estados Unidos a Vietnam, es hora de que empecemos a aplicar una estrategia y sus respectivas tácticas pensando en una tragedia que va a durar mucho, mucho, mucho y que deberá a aspirar a resultados menos inmediatos pero más consistentes a mediano plazo.

¿Por qué el plan funcionó al principio y después no?

 A Alberto Fernández no le falta ni decisión ni capacidad, como demostró en el trimestre marzo-mayo. Todo lo que se hizo fue casi perfecto y evitó que hoy estemos lamentando entre 3 y 10  veces más muertos.

Y esto fue así porque gracias a la casualidad o la urgencia, las tácticas desplegadas en un principio eran tan necesarias en el corto plazo como en el largo: cierre de fronteras internacionales, mejoramiento de los sistemas sanitarios, científicos y farmacéuticos, suspensión de eventos masivos, obligatoriedad del uso de tapabocas en lugares públicos. Y, también, la cuarentena.

Estos gráficos son bastante claros al respecto, extraídos de Worldometers.

 

Son números mundiales. El gráfico de la izquierda muestra la evolución celeste únicamente de los casos activos que nunca, nunca, nunca dejaron de subir, aunque de momento parece estar entrando en ese reciente concepto llamado “altiplano” que, para los que no lo sepan, se trata de una meseta en altura. Peligrosa altura. Por otro lado, no son pocos los especialistas que anticipan una feroz levantada en Europa que repunte el número de infectados activos.

El gráfico de la derecha muestra, en la línea superior verde, los recuperados diarios y en la inferior naranja, los fallecidos. Lógicamente, son simétricas porque sólo hay dos opciones posibles para la resolución de los casos. Se puede leer como la letalidad global tuvo una explosión con los brotes en Europa de marzo-abril, cuando todavía había eventos masivos, las fronteras estaban abiertas, los hospitales no estaban preparados y el barbijo era cosa de débiles o asiáticos. A medida que esas tácticas se utilizaron en el resto de los países bajaron los muertos por cada enfermo. Actualmente el número global está en 4% y descendiendo. Argentina baja el promedio con su 2,68%, que sabemos que es aún menor dado que todos aceptamos que por acá abunda el subdiagnóstico.

La siguiente analítica promueve la misma interpretación, con datos similares. Nuevamente son los contagios (izquierda) y muertos (derecha) mundiales, esta vez desglosados día por día.

Nunca volvimos a tener un registro de muertos global de 8.513 personas como el 7 de abril. Sin embargo los niveles de contagios de esos días eran apenas la base de una montaña que no para de escalar, con números records todas las semanas. El mundo fue aprendiendo a los tumbos como evitar los altos índices de mortalidad de la covid pero los argentinos zafamos de eso gracias a la decisión de Alberto, al Ministerio de Salud y a la sociedad que cumplió casi en su totalidad con las medidas solicitadas, al menos durante dos o tres meses.

Hoy, con el diario de lunes, se puede decir que la cuarentena fue demasiado intensa y que no hubiera sido necesaria extenderla a todo el país, sino a los distritos donde se presentaran casos importados y, quizás, ciudades con alta densidad poblacional donde un brote de asintomáticos te podía llevar a la transmisión comunitaria en poco tiempo.

Esto, claro, es fácil decirlo el 25 de septiembre. El 20 de marzo, con países más preparados que nosotros en llamas y pensando que se venía el apocalipsis mundial, el 90% de los argentinos y argentinas estuvo de acuerdo con las medidas adoptadas. Sólo considero necesario analizar este exceso en tanto y en cuanto esta larga guerra sanitaria nos va a volver a poner varias veces en escenarios similares.

Y en esta parte es donde creo que el gobierno nacional le pifia no cambiando el enfoque. Todas las medidas anteriores, sumadas a una cuarentena estricta y total, buscaban impedir la transmisión comunitaria dentro del país. Cuando ese objetivo se perdió en el AMBA y el Gran Resistencia había dos opciones. Dar por perdida la batalla por evitar la transmisión comunitaria y prepararse para una guerra larga o seguir con el plan para la mayor parte del país, pero aislar a lo Wuhan a estos dos distritos infectados. Se optó tímidamente por la segunda opción, con resultados que están a la vista.

Desde hace meses la transmisión comunitaria está en prácticamente todas las provincias y ciudades de mediano o gran tamaño. Es hora de dejar de ir al choque y pensar en tácticas a pequeña escala para una estrategia que nos permita convivir con el virus sin dos situaciones que hacen el actual esquema totalmente inviable.

Saturación de los sistemas de salud y de su personal

Los gobiernos de todos los niveles siguen mejorando hospitales, comprando respiradores y otros menesteres casi a diario, lo que es algo para celebrar incluso más allá de la pandemia. Se puede pensar incluso que, si algo bueno va a dejar esta mierda, es la inversión gigantesca que se hizo no sólo en el país sino en todo el mundo a nivel ciencia y medicina. Procesos similares se vieron a la salida de todas las pandemias de la humanidad por esa cuestión que tenemos los hombres y mujeres de reaccionar más fácil ante el rigor que ante la razón.

Sin embargo, al menos en varios lugares del interior del país, no podemos confiarnos en que las mejoras sanitarias llegarán antes que los desbordes, como ya hemos comprobado principalmente en Jujuy. Y esto nos lleva a la eterna pregunta federal: ¿Cómo puede ser que el AMBA venga sufriendo miles de casos diarios desde hace meses y que su sistema sanitario nunca haya superado el 70% de ocupación y que en otros rincones de nuestra patria baste una semana con un puñado de infecciones para que colapse todo?

Igual, en todo caso, el problema no son tanto los ladrillos y respiradores sino la situación traumática, constante y pésimamente remunerada de nuestro personal de salud. El colapso humano de médicos, enfermeros y auxiliares está a la vuelta de la esquina y puede seguirse muy claramente en las noticias. Los partidarios del siga-siga sanitario y del que pase lo que tenga que pasar no tienen en cuenta que sus aspiraciones engendro de normalidad someten a más de 500.000 de personas a convivir con la tragedia y el riesgo de contagio, sin fecha de finalización a la vista. Moralmente tendríamos que buscar como sociedad que estos profesionales dejen de estar en una situación similar a la de una guerra o la esclavitud y no sentarnos a tomar mate en una plaza a ver cuánto tiempo aguantan pero si no nos importa la moral aunque sea hagámoslo porque es insostenible. Después de todo, es el mismo personal de salud que también tiene que atendernos en el resto de nuestras cuestiones fisiológicas
, sean covid o no.

Grupos de riesgo

Si los que reclaman por su libertad individual ignoran al personal de la salud, lo que hacen con los grupos de riesgo es criminal. Poco le importa a alguien que tiene una edad avanzada o una comorbilidad grave los decretos de Alberto o cualquier restricción provincial o municipal. Ellos y ellas están en cuarentena estricta desde marzo y no van a dejar de estarlo hasta que baje notoriamente la circulación del virus, en especial la transmisión comunitaria.

Ese gráfico lo tomé prestado del diario Río Negro, en base a datos del municipio de salud de esa provincia. Muestra el porcentaje de fallecidos por contagio según edad. Para tener un valor de referencia, diré que jugar a la ruleta rusa con una sola bala en un revólver de 6 tiros tienen una letalidad del 16,6%.

Según el Centro para el Control de Enfermedades de China, tener una patología cardiovascular previa tiene una letalidad del 10,5%, ser diabético un 7,3%, sufrir una falencia respiratoria crónica el 6,3%. Números similares y hasta mayores se especulan para pacientes de cáncer, obesidad o tabaquistas. Un estudio publicado en The Lancet estimó que las personas que fueron operadas recientemente tienen un 23,8% de posibilidad de morir en caso de infección con covid. El número asciende a 33,7% en hombres de más de 70 años, lo que es equivalente a ponerle otra bala al revolver.

Si no bajan los contagios, la discusión por la libertad individual se vuelve bastante abstracta para estas personas. También hay una trampa en el discurso de los anti. Construyen el sentido común de que los grupos de riesgo son una minoría de pocos viejitos que ya tuvieron su turno en la vida y algunos vagos a los que no les gusta hacer ejercicio, en una reedición de la meritocracia pero en versión sanitaria. Ni lo uno ni lo otro. Se trata de al menos el 30% de la población argentina y en la amplísima mayoría de los casos su pertenencia a este grupo tiene que ver con elementos tan incontrolables como el paso del tiempo o factores genéticos.

Economía vs salud: el peor momento para los sanitaristas

Un gran acierto clave de la estrategia de Alberto Fernández fue poner la salud de la población delante de la economía o, mejor dicho, la salud por delante de la libertad para comerciar, que es un elemento bastante importante de la economía, pero está lejos de abarcarla por completo.

Esta postura fundacional del gobierno ante la pandemia recibió las obvias críticas de comerciantes y empresarios afectados y los habituales voceros del mercado que priorizan la libertad financiera y comercial por encima de cualquier otro factor humano, en el contexto que sea. En eso hay que reconocerles coherencia.

Pero también, después de meses bajo el signo de la covid, aparecieron voces disonantes que no pertenecen a estos sectores. Desde la izquierda, por ejemplo, consideran tibios la IFE, el impuesto a la riqueza o la negociación de Guzmán por la deuda. A excepción de esto último, estoy completamente de acuerdo.

El que sumó sus críticas a la gestión de la pandemia en estos días fue el exsecretario de comercio Guillermo Moreno, el autoenarbolado reservorio moral del peronismo que no corre a Fernández ni por derecha ni por izquierda, sino desde la Doctrina Nacional Justicialista. 

Para hacerlo recurrió a una supuesta cita del doctor Ramón Carrillo, histórico ministro de salud de Juan Domingo Perón, en la que sostiene que sin “buena economía” no puede haber salud. No pude encontrar la frase textual de uno de los sanitaristas más importantes del país pero si encontré esta, recopilada en el libro «El derecho a la salud: 200 años de políticas sanitarias en Argentina», editado en 2012 por el entonces kirchnerista Ministerio de Salud:

“En una sociedad no deben ni pueden existir clases sociales definidas por índices económicos. El hombre no es un ser económico. Lo económico hace en él a su necesidad, no a su dignidad.”

Encontré otra cita que podría ser leída en los términos de Moreno, pero para eso habría que aceptar que «buena economía» o «economía organizada en beneficio de la mayoría»es equivalente a un aperturismo irresponsable en un contexto de contracción del consumo. 

«Los problemas de la Medicina como rama del Estado, no pueden resolverse si la política sanitaria no está respaldada por una política social. Del mismo modo que no puede haber una política social sin una economía organizada en beneficio de la mayoría.» 

Sí encontré un textual parecido al de Guillermo Moreno: «Alberto Fernández se dio cuenta de que no hay salud sin economía». La dijo José Luis Espert. Dejo a criterio de cada lector si es Espert el que se está acercando a la doctrina peronista o Moreno a las políticas libertarias.

Volviendo a la dicotomía del año, se vienen tiempos difíciles para los defensores de la salud. No es la cuarentena lo que está destruyendo la economía sino la pandemia, decimos, pero los números de este trimestre reflejan algo innegable. Un negocio abierto con pocas ventas mueve más la economía que uno cerrado.

Si en los primeros meses de la era del coronavirus podía verse en los números globales como, a más contagios mayor caída de la economía, en los datos de los últimos meses la cosa ha cambiado y se aprecia una caída mayor (porque todos caen) en los países que han sido más restrictivos, como la Argentina. Los Bolsonaros y Trumps del mundo azuzan con látigos mediáticos a sus pueblos para seguir produciendo, como un cómitre a sus remeros esclavos en una embarcación antigua y eso genera una ilusión de no estar tan mal como el resto (sumado a los crecientes puntos del PBI derramados desde el Estado sobre la economía).
La negación inoculada a propósito por los propios gobernantes.

Azuza Donald Trump con su látigo a los laboratorios y al Centro de Control de Enfermedades para que le tengan alguna vacuna lista para noviembre e inocularle a la población algo tan poco chequeado como lo que generaba indignación del mundo hace apenas dos meses: la Sputnik V del gobierno de Vladimir Putin.

El motivo no son sólo las elecciones presidenciales. En la Casa Blanca saben perfectamente que, como pasó en Vietnam, en algún momento los ciudadanos se van a cansar de ver ataúdes envueltos en banderas con barras y estrellas.

Basta por hoy. La semana que viene las tácticas que Alberto tendrá que cambiar o implementar desde cero para enderezar una estrategia a largo plazo.