El día que nevó en mi pueblo me despertaron con desesperación porque, igual que casi todo el mundo, no sabían cuánto iba a durar.

Quizás de ahí me quedó esta sensación de urgencia en las tripas.

Los jugos gástricos son como esa relación tóxica con la que garchabas bien. Fuera del estómago son de lo más peligrosos pero ahí dentro cumplen con creces la función.

Cuando vos y yo estamos a una distancia menos que prudencial y sucede eso cursi y real de compartir casi el mismo aire, a mí los jugos gástricos me danzan tribalmente en las entrañas.

Se me dobla en dos la panza y todo mi cuerpo empieza a funcionar en simultáneo. Como si una mitad le hiciera el favor a la otra y viceversa.

El secreto infinito del trabajo en equipo.

Hoy me dijiste algo de los pájaros.

Nombrabas una especie y me explicabas, como imitando uno con las manos, lo particular de su vuelo por X motivo.

Me hubiese encantado que ahí también me acompañase la disgregación.

Creo haber puesto total atención a la forma de tus manos y el ir y venir de tu boca en las consonantes.

Del pájaro me acuerdo dos o tres cosas que jamás serán relevantes ahora. Al menos hice el intento.

Nevó tanto en mi pueblo ese día que se cubrieron las bicis de los patios y los bordes de la ruta.

Fue preciosa la sensación de irrealidad por un rato.

En algún punto las cosas se parecían a los sueños donde todo es igual pero diferente porque dentro del sueño tiene sentido y toma relevancia lo sensorial por sobre lo demás.

Este es mi pueblo, pero terriblemente nevado.

Como mi cuerpo que sigue siendo mío pero te presto un ratito sin que te enteres cada vez que vos me hablas de pájaros y yo reviso sin parar la forma de tu boca.