Patrañas.

Puras patrañas.

Sabía que lo que estaba escribiendo eran todas mentiras, se daba a mostrar al mundo de una manera totalmente invertida a lo que vivía en la realidad, detrás de las letras, detrás de la pantalla que brilla en el medio de la oscuridad y la mugre que es su habitación.

Era otro de esos días en los que, luego de haber llorado un sinfín de veces dentro de las 24 hs que tarda la Tierra en dar la vuelta al Sol, se dedicaba a vomitar palabras de lo que quisiera ser y no de lo que es. Esto lo hacía porque sabía perfectamente el poder que las palabras poseen, el poder que tienen de crear una realidad ficticia pero posible, una realidad que puede ser anhelo, una realidad que está porque la creó en su mente y la plasmó con sus dedos, aun así, mas no se podría alejar de su realidad. El poder de evocar, de darle forma a un mundo lleno de mentiras. Ah… pero que lindas mentiras había creado. Puras patrañas. Tan bien construida que se la creyó y se olvidó de su realidad, de su presente, al punto que empezó a creer que su vida, la verdadera, la que vivía entre lágrimas, era una mentira que alguien estaba creando para hacerle pasar una mala jugada, todo un mundo del que no era responsable y donde solo se responsabilizaba de lo que sus dedos escribían y era ahí donde alojó su mente y su imaginación.

Pero las palabras tienen poderes, son magia. Lo sabía, hasta que dejó de saberlo. Lo supo en algún momento y tendría que recordarlo. O lo sabía de una sola manera, desde su perspectiva, pero no conocía su verdadero poder. Y ellas se lo iban a hacer conocer, podría decirse que se volvieron en su contra, pero no nos confundamos: no hay una carga negativa en ellas, en sí mismas, sino que había un límite que había sido transgredido y no lo podían pasar por alto, y, al ser ellas las involucradas en el asunto, también iban a ser las que tendrían que remarcar las fallas y los errores a modo de enseñanza, un modo único y mágico, por lo tanto, inesperado.

Otro día, no muy distinto a los otros, nuestro personaje se enjuago las lágrimas, se metió dentro del nido que era su cama y se propuso adentrarse a su tan preciado mundo idóneo lleno de patrañas. Ya tenía una idea de lo que iba a volcar sobre el papel, otra realidad alterada que el mundo iba a conocer como verdad absoluta sobre la vida de esta persona. Abrió el block de notas, se prendió un cigarrillo – vicio que había adquirido y no se adecuaba completamente a su personalidad pero se complementaba con la gran patraña que era su vida – y sus dedos comenzaron a escribir para que a los pocos segundos se dé cuenta que la hoja seguía en blanco. ¿Cómo era posible? Cerró y volvió a abrir el block de notas. Otra vez empezó a escribir, otra vez la hoja seguía en blanco. Reinició la computadora, repitió el proceso. Nada, absolutamente nada. Agarró un lápiz y papel e intento escribir sobre la hoja, pero nada salía de la mina del lápiz por más que tuviera la punta recién sacada. Intentó escribir en el block de notas del celular, pero era como si su pantalla táctil no reconociera la huella de sus dedos a la hora de escribir. Sin entender lo que estaba sucediendo y al borde de un ataque de ansiedad, volvió a la computadora, intentó controlar su agitada respiración y escribió: no sé lo que está pasando. Vio estas palabras aparecer en la pantalla pero estas se cayeron al vacío como si no existieran los renglones y dejaron, nuevamente, la hoja en blanco. En lo que creyó que era un ataque de demencia, sus ojos también se tornaron blancos y ahora todo lo que veía era la nada misma, una blancura tan brillante y enceguecedora que no le permitía ver pero a la vez era todo lo que podía ver. Su mente se había transformado en una hoja en blanco que se empezó a llenar de las patrañas que había escrito desde que se había olvidado que esa no era su vida, desde que su verdadera vida había quedado en el olvido. La hoja se llenaba a borbotones, era un huracán, una erupción, un tsunami que arrasaba con todo y con su propia persona sin darle chances a levantarse. Una mentira tras la otra. Una mentira para cada lector, una mentira para cada amigx, familiar, pareja. Todas y cada una de las mentiras para todxs y por sobre todas las cosas, para su propio ser. El mundo ficticio que había creado y que había creído devoró a nuestro infortunado personaje, quien había profanado la magia de las palabras al usarlas para mentirle al mundo y, la peor de las faltas, para mentirle a su alma.