Larga ha sido la noche: las brasas
que fueron fuego devienen ceniza
y las voces un débil murmullo,
pero en lo oscuro vibra aún
del violín la cuerda: reverberando
el aire se vuelve una candela,
punto de luz que rasga la sombra.

Y apoyado contra la pared
emerge el músico, una curva
sola su cuerpo e instrumento;
la llama arde en el puente
y reúne las miradas.

De luz en luciérnaga, de ojo
en chispa, el fuego cruza
a saltos el río que oscuro
forman las horas, hasta que,
reuniendo fulgores dispersos
nace el sol del arco que vibra,
del lento fiat
que despiden las cuerdas.