Tener el bocho y los ovarios bien al plato, es una buena oportunidad para reírse tanto, tanto, con una, y de una misma. O hacer llantitos de descarga fisiológica, sin meterle sentimiento, solo pasarlos por el cuerpo, para descomprimir y que se vayan. Esa línea fina entre deshidratarse y/o expulsar el agua de los ojos con veleidades de no involucrarse. O entrenar todos los días, cuando hace chiquisientos años no lo hacías, hasta que te duele el cuerpo, y te das cuenta que es necesario un día de descanso para seguir entrenando.

Después, plantarte firme frente al espejo, cantarte las cuarenta y el compilado completo de tus verdades, mirándote fijo. Respirar, respirarte. Llegar a lugares más amables que el hartazgo. O mejor dicho, ser más amable con esa mismidad que 24/7 te acompaña, hace lo mejor que puede, y más aún, porque siempre puede. Recordar la frase de un libro que te regaló un novio a los 14: «Esto pasará, también». Ir al silencio a recordar quien sos, y el inmenso poder que tenés en tu corazón y en tu mente, ya que sos un alma imparable. Extender los brazos hacia el cielo, luego hacia la tierra, rodear tu cuerpo con ellos, abrazarte. Abrazar tus luces y sombras. No resistir nada para dejar ir. Decirte te quiero.