El camello, el león y el niño

El profeta compra milas de pollo en el karsy de don Bosco 

Un par de tiras de pan, mayonesa y algunos sobres de jugo. 

Dios a muerto, el hombre es libre y esclavo de si mismo 

Así habló zaratustra, mientras baja pateando por Juan Molina, saluda al Dani pintado en una pared y hace un ritual de flores y humo en honor a su memoria.

 

El viento mueve los árboles y las zapatillas que cuelgan de los cables se hamacan como esos pibes en el tambor de tacuarí.

El barrio es un mundo aparte, un mundo dentro del mundo.

El profeta, levanta un par de piedras invisibles y así, desarma la jauría que lo espera en la esquina de Chaco y blandengues.

La semana fue muy larga, arena, cal y cemento, el espíritu cargado busca dejar la bolsa de Portland que arrastra hace algunos años.

En su desierto personal, de poemas sin sentido y canciones desafinadas, el espíritu del profeta busca ser transformado, de obrero a hombre.

Transmutar, de número a persona.

Perdido en las calles del barrio amarillo y negro, desaparece, no sin antes predicar su verdad.

A los gritos hace sonar su voz, ¡Dios a muerto!, el hombre es libre y esclavo de si mismo. 

¡Su conciencia lo acusa de asesinar a su creador!

El profeta baja por rondeau y antes de llegar a Santa Cruz, deja de ser uno, se divide en tres para luego desvanecerse en el bajo, justo antes de llegar a las vías. 

Un camello, un león y un niño.

Así habló zaratustra, con una milas de pollo y algunos sobres de jugo.

Nicolás Gonzalo Toloza.