Una pandemia siempre es arrasadora, siempre potencia los miedos y las angustias, pero no es igual para todas las personas. Las garantías sobre los derechos son mucho más fáciles de mantener en aquellos círculos donde se tienen los recursos adecuados. En los sectores vulnerables los riesgos se potencian, los miedos se incrementan y quienes tienen algún contacto con los más desprotegidos tampoco cuentan con los medios apropiados para enfrentar las múltiples realidades que los impactan, los conmueven y de las que son parte en muchas ocasiones. La situación de aislamiento social preventivo frente al abrumador Covid 19 atrapa a los docentes que trabajan en contextos vulnerables con realidades y aspectos que los colocan en una situación de aflicción frente al sufrimiento del alumnado y sus familias.

Tras un primer impacto y la incertidumbre que generaron las medidas respecto del accionar para permitir la continuidad pedagógica, muchos docentes se encontraron frente a una realidad insoslayable: carecían de las herramientas tecnológicas adecuadas para enfrentar el desafío de enseñar de manera remota, no contaban con dispositivos acordes a los nuevos requerimientos ni con conexiones de banda ancha eficientes. Fue así que debieron erogar mucho más de lo que podían para poder cumplir con las necesidades que la situación excepcional planteaba. Subsanado, reparado o “remendado” esto, los docentes se encontraron frente a frente con la otra cara de esta realidad: muchos de sus niños, niñas y adolescentes no disponían, y aún no disponen, de lo mínimo respecto de conexiones o dispositivos para recibir las clases de manera remota. Los primeros tiempos fueron caóticos, la falta de contacto diario limitaba seriamente las posibilidades de los más vulnerables. Mientras sectores acomodados reciben sus clases diariamente a través de las variadas plataformas y servidores que los docentes atesoran como herramientas indispensables, los niños y niñas humildes ven limitadas sus posibilidades por la falta de recursos (en muchos casos la familia cuenta con un único celular, que se puede utilizar cuando regresa el padre del trabajo). El desempleo que provocó la pandemia generó situaciones angustiantes a las familias, por este motivo no pueden ver como prioridad el aprendizaje ya que no está asegurada la subsistencia.

En muchos casos, el contacto con las familias se da en el momento en que se les entregan los bolsones con alimentos facilitados por los municipios, es así que se dispuso distribuir copias en papel para que los alumnos puedan realizar las tareas. Un abismo, una brecha, una grieta profundiza aún más las diferencias: no hay posibilidad de explicar ni aportar de manera interactiva. Los y las docentes preparan entonces videos, abren sitios por los cuales acceder a algún tipo de explicación o acercamiento al conocimiento de manera remota para que sus niños y niñas tengan alguna oportunidad. Sin embargo, la realidad es que esto no alcanza y que muchas familias no pueden utilizar los datos de sus celulares para tres o cuatro hijos en edad escolar.

Esta terrible realidad coloca a los y las docentes en una situación de estresante angustia: sus alumnos más frágiles no están a su alcance para ser contenidos, apoyados y guiados. Las familias están abrumadas, por lo que les es difícil acompañar a sus hijos. El seguimiento del niño o niña no tiene la continuidad que se asegura con la presencialidad. La pandemia subraya y resalta las diferencias que vulneran los derechos de las niñas, niños y adolescentes.

A los problemas citados debe sumarse, como factor condicionante, la situación intrafamiliar: el hacinamiento, la imposibilidad por desconocimiento y/o la negligencia de algunos padres para ayudar a los hijos, la falta de un ambiente adecuado que propicie la adquisición de saberes, la mala alimentación, la vulnerabilidad de algunos niños y niñas víctimas de violencia y que hallan en la escuela un lugar para ser contenidos.

Mientras tanto, en muchos medios de difusión de nuestro país, periodistas y comunicadores opinan libremente sobre cómo debe ser la educación. Hablan de prolongar las clases durante el verano para que alumnos y docentes recuperen las lecciones y asignaturas como si los maestros no las hubiesen preparado y dictado, como si no se hubiesen esmerado en buscar todas las estrategias para ser puente entre sus alumnos y el saber y para mantener el vínculo afectivo con los niños y niñas y sus familias, teniendo un verdadero compromiso por fortalecer la imperiosa contención que ellos necesitan. Estos comunicadores desconocen el valor del rol de la escuela en contextos de pobreza y desconocen también que el nuestro no es el único país en que la institución educativa es un factor fundamental como agente inclusivo. Un informe de la CEPAL indica que son más de ciento noventa países los que han suspendido las clases presenciales a raíz de esta situación excepcional.

Las familias disponen de los números telefónicos de los docentes y los directivos, haciendo de la escuela el primer eslabón para la contención socio afectiva. Este loable compromiso por parte de los docentes es un plus a su propia situación emocional, el desgaste es mucho mayor en este contexto especial. A los educadores se les pide un seguimiento exhaustivo de los alumnos respecto de las situaciones de aprendizaje, pero también se les solicitan informes sobre las condiciones socioambientales de las familias. Mientras lo hacen, se incrementa su fragilidad para soportar el variopinto panorama de desigualdades y padecimientos con los que se encuentran.

¿Y qué los sostiene? Pues esos mensajes que los padres dejan agradeciendo lo que hacen por sus hijos. El afecto, siempre el afecto sustentando situaciones insostenibles. La docencia como soporte y pilar en su fundamental aporte al cumplimento de uno de los más valiosos derechos de niñas niños y adolescentes se nutre de esa retroalimentación afectiva con su vínculo con las familias: los padres agradecen y son esos detalles los que hacen que los maestros y profesores se mantengan firmes a pesar de las circunstancias. Sin embargo, este vínculo fundamental y necesario no nubla la visión respecto que esta pandemia será un nuevo factor para acentuar la desigualdad, aún con toda la buena voluntad de los actores involucrados, ya que la situación socioeducativa de la familia será uno de los vectores que más influirán. Como si fuésemos el fotógrafo, no sabremos el resultado hasta que la imagen sea visible al revelarse sobre el papel. Aunque no es difícil inferir que, al volver a la presencialidad, se deberán retomar y reforzar muchos contenidos básicos fundamentales.

En el afán de asegurar la adquisición de los contenidos prioritarios por parte de nuestros niños, niñas y adolescentes, el presente ciclo lectivo no terminará este año, se prolongará en lo que debería ser el inicio del siguiente. A pesar que los y las docentes esgrimen todas las estrategias para propiciar el vínculo y la apropiación de saberes, sabemos que las desigualdades acentuadas y la realidad que el orbe está enfrentando una segunda ola de la pandemia harán que el año entrante nos depare desafíos aún mayores para poder cumplir mínimamente en la contribución al desarrollo pleno del alumnado.

Como si estuviésemos frente a “La persistencia de la memoria” de Salvador Dalí, asistimos a la inquietante sensación de que los tiempos se relativizan y que no logramos zanjar las diferencias que dilatan la ejecución efectiva de planes y proyectos destinados a hacer efectivos los derechos postergados de nuestros alumnos y alumnas. Mientras que, en el ángulo inferior izquierdo asechan impiadosas las hormigas, símbolo de la voracidad implacable que fagocita los momentos de verdaderas posibilidades para la infancia y adolescencia en contextos de pobreza. Frente a esto seguirán los y las docentes agotados y desbordados con los tiempos de la espera prolongando incertidumbres.

Norma Minniti