Ese día, el café estaba frío, las tostadas quemadas y yo estaba mojada, escuché la bañera rebalsar y corrí hacia el baño, maldiciendo por olvidar cerrar la canilla.
La imagen que vi, me trajo nuevamente a la realidad, mis labios se tornaron azules, mis ojos vidriosos ya no tenían rumbo.
Y recordando el último suspiro antes de que las olas golpearan las cavernas de mí cuerpo, «carajo, estoy muerta«, pensé.