Con el estreno de Crimes of the Future (2022) y la preexistencia de una película homónima del mismo director la double feature se propone sola. Se propondrá también pensar en qué otra cosa comparten además del título.

En cierta medida un film retoma al otro: en ambas películas se formula, en un ambiente hostil y catastrófico, la pregunta de cómo clasificar al ser humano como tal, cuál será la anomalía —la mutación, el trastorno, la condición— que lo aleje de su propia especie.

Crimes of the Future (1970) es la segunda película de David Cronenberg, y la primera que ha filmado a color. En aproximadamente una hora ilustra un mundo en el que las mujeres se han extinto a raíz de una enfermedad presente en el maquillaje —y por eso mismo denominada Rouge’s Malady— y que ahora afecta también a la población masculina. Un clima distópico pero pulcro —aséptico— en el que los personajes no tienen otro propósito que matar tiempo hasta su propia extinción. En el ínterin, las prácticas médicas adquieren un tono erótico y, por qué no, esotérico (téngase presente la escena en la que Adrian Tripod se lleva a la frente los pies de un paciente antes de masajearlos, como bendiciéndolos. En la cara del paciente, una expresión extática durante todo el procedimiento). 

Esta versión enrarecida del erotismo no es exclusiva de Crimes of the Future sino que es una de las características propias del cine de Cronenberg. Lo erótico aquí recae en el acto de meter el dedo en la llaga. La manifestación corporal del trauma es, per se, excitante. “Surgery is the new sex”, es la premisa del nuevo film.

En Crimes of the Future (2022) reaparece una condición de la que poco se ha hablado en la primera película: el síndrome de evolución acelerada. Previamente, a modo de curiosidad, se había introducido a un paciente del Instituto de Enfermedades Neo-Venéreas que generaba órganos nuevos y funcionales y que —a pesar de hacérselos extirpar constantemente— no puede estar alejado de ellos. Este síndrome lo padece también Saul Tenser, un artista performático que se hace tatuar y remover en público los nuevos órganos. Se ha hablado de estas performances como una forma de rebelarse contra su propia naturaleza, como una forma de controlarla y resignificarla. En el estreno, los personajes conviven con el dolor de una forma particular: o bien lo evitan, dependiendo de tecnología que lo anticipe por ellos, o bien lo buscan voluntariamente, instalándose zippers y agallas, cortándose entre ellos con bisturíes y navajas. El deseo de estar abierto predomina en esta sociedad anestesiada, parece ser experimentado como una urgencia masoquista (Deleuze hablaba, en su presentación de Sacher-Masoch, del dolor en el masoquismo como un preludio, como una condición indispensable para la obtención del placer), o como una necesidad de salir del sopor en el que están sumidos.

(Si bien las entradas están agotadas en la Sala Lugones , Crimes of the Future está disponible de forma digital. Pasen y vean.)