«La soledad pesa cuando sabe que hay alguien cerca»

Sueños de Dromedario, Daniel Arostegui.

Un estómago a dos mil revoluciones por minuto devuelve las penas de su nacimiento y no hay comida ni masaje que lo calme. Un cigarro, dos y tres noches sin dormir. Tiene un pensamiento recurrente, manejando el auto de su padre se estrella contra un contenedor de basura. Parpadea a destiempo e imagina estar dormido. La ventana está tapada por cortinas, las luces apagadas, la tele encendida. Ha hecho de su casa un ataúd y de su cuerpo un felpudo.
El hombre del siglo XXI, se pasea por sus habitaciones repletas de humedad y moho. No hay cruces, ni fe, tampoco hay esperanza, pero al igual que en su muñeca en cada habitación hay un reloj. Otro día ha terminado, nadie ha venido y él sigue acá respirando y caminado. La promesa de un futuro se apaga como la llama del calefón, la ducha fría le devuelve la noción de lo real.
El hombre tiene frío, hambre, miedo y se siente extremadamente solo, a pesar de ser un más entre los 700 inquilinos que viven en el edificio.
A veces desea ir al campo y morir bajo el cielo nublado pero el ruido del tránsito le recuerda que está viviendo en la gran ciudad. La ciudad donde las luces artificiales iluminan la niebla y los autos colisionan entre ellos en el único gesto de contacto humano.
El hombre del siglo XXI saca la basura a la calle y se siente vivo, hasta que un cable de telefonía empujado por el viento lo electrocuta y por primera vez en su vida sonríe, se siente feliz acompañado del calor de un millón de voltios erizándole los pelos.