Cuando la gente realmente disfruta lo que hace, es hermosa. Cuando alguien se olvida del tiempo y del espacio, de la gente alrededor, de sus problemas y limitaciones, de sus prejuicios, de sus miedos y sus culpas; cuando una persona deja de lado todo eso se produce ese fenómeno inexplicable que es la felicidad. Y la felicidad es belleza.

Y hay una sola forma de llegar a ese punto tal, en el que nada importa más que uno mismo: la fe ciega.

Uno no puede ser feliz si no está convencido. Por eso a lo largo de la historia el ser humano inventó o descubrió cosas como las religiones, las drogas, el sexo, el fútbol, la política, las guerras, cruzar océanos, bailar, trabajar. Todas son adicciones si se encuentran con la persona adecuada.

La palabra adicción suele ser mal vinculada a las drogas. Un posible y falsa etimología sostiene que adicción quiere decir “no dicción”, o sea que no se puede hablar de eso, que no se puede explicar. Sea narcótica o no, una adicción es un fanatismo que no se puede dejar de hacer, pero tampoco se puede explicar porqué se sigue haciendo.

Lo único que hace el ser humano, solucionado el detalle de la supervivencia, es inventarse adicciones para no tener que enfrentarse con la pregunta fatal: ¿qué carajo hago en el mundo?

Entonces, la cuestión es:

¿Hay que buscar adicciones o hay que enfrentarse a las dudas?

(Aclaración: la frase del título está sacada de «Una semana de mierda» del señor Zambayonny)