I. LA CAMPAÑA AL DESIERTO 

Todos los días me recuerdan que soy Juan Paredes, un ejemplar único como diría Serrat. 

Vengo de una familia baja de clase media o algo parecido.

Padres inmigrantes asturianos, comerciantes y un hermano con título de contador público.

Yo en cambio abandoné por la mitad, la carrera de Letras y las comparaciones resultaron inevitables. Pero eso nunca fue una preocupación para mis padres, que siempre consideraron esa facultad como una fábrica de zurdos.

Mi viejo, con un criterio comercial, me preguntaba de qué pensaba vivir y mi hermano me aconsejaba buscar una carrera para adultos, para que empezara a madurar.

Por eso querían también que dejara mi trabajo de chofer – guía turístico, para tener una ocupación seria. En una palabra, era la oveja negra.

Las reuniones familiares no eran pacíficas y reconozco que me dedicaba a irritarlos y escandalizarlos como una forma de diversión morbosa. Particularmente, cuando mi hermano se politizaba y hablaba de las bondades de las derechas alternativas recicladas.

Pero la grieta fue imparable, cuando conocieron a mi pareja Simone, una mulata brasileña, que con su piel quemaba el sol y podía hacerle girar la cabeza a la estatua de Garibalidi. Era demasiado, un chofer con una carrera inconclusa y su Garota de Ipanema, no cabían en la familia Paredes.

Fue rechazada y humillada. La bautizaron como “la negra” y automáticamente me convirtieron en Malcom X.

Otra vez surgía la comparación con mi hermano, padre ejemplar de una familia tipo normal.

Mis padres dictaron sentencia: como descendientes de los barcos, no podían contaminarse con los indios o negros, que eran sinónimos. Notifíquese.

Ellos completaban la Campaña al Desierto del general Roca y yo había elegido ser negro.

A partir de entonces sufrí el exilio familiar: las tropas de Roca eran implacables. Sólo mi madre rezaba por mí, para que no perdiera mi alma en un rito umbanda.

En una familia sin lazos afectivos, no sé donde se guarda la tristeza.

Lo que no llega a ser tragedia, no desgarra, pero te desgasta cotidianamente como una lija y me dejó un sabor amargo de impotencia, aunque pueda procesarlo racionalmente. 

No los echo de menos ¿ será que los extraños no extrañamos?

Creo que estos antecedentes se la ponen fácil a cualquier psicólogo, para justificar mi incapacidad para demostrar emociones y mi desconfianza acorazada para todo lo políticamente correcto o mi dificultad para adaptarme al sistema.

En el exilio en San Telmo, me concentré en mi trabajo y un día a la semana participaba en un taller literario, porque la adicción a las letras o la lectura, no me abandonaba. Pero ese es otro capítulo.

BUENOS AIRES TOUR

Mi trabajo consistía en llevar a los turistas en la combi a descubrir la París de Sudamérica, dando explicaciones en spanglish y portuñol. 

Repetía como un autómata el catecismo turístico del papel histórico de la Avenida de Mayo; el estilo ecléctico del congreso de la Nación, con la cúpula más grande de la ciudad emulando a la de Washington, bla, bla, bla.. 

Donde se detenía con más interés era en el Palacio o Pasaje Barolo. 

Siempre me impresionó la construcción del arquitecto, con la Divina Comedia de Dante Alighieri en la cabeza. Había dividido la obra en infierno, purgatorio y cielo, a pesar de  que me dejaba dudas un paraíso de reflectores que encandilan.  

Me gustaba pensar, que en los círculos del infierno se retorcían los poderosos de su  época…Igualmente, nunca me imaginé flotando en un paraíso de reflectores, con un punto brillante que me deslumbre. Seguramente me pasó como a Dalmiro Saenz y me quedé laico en un colegio libre. De todos modos, lo sacro y lo profano se mezclan en mi fantasía.  

El teatro Avenida, donde se estrenó La Casa de Bernarda Alba con Margarita Xirgu, bla, bla,bla… 

Seguimos con el Tortoni, la Casa de Gobierno y la Catedral, con sus doce columnas de que representan los doce apóstoles. El altar barroco, bla, bla… 

Una norteamericana, que usaba un pequeño diccionario de viajero, le comentaba a su marido, parecido a Homero Simpson: – Oh Harry they love the cats, asombrada por el amor de los argentinos por los felinos.  

Tradujo lo que leyó en una pared: Macri gato. Simplemente, un problema de traducción.     

Un español, que había visitado el país durante el mundial de futbol de 1978, se reencontró con una pintada de esa época: no al Fondo Monetario Internacional, fue como un deja vu..  

Las preguntas de los turistas son reiteradas. Se concentraban en el Papa Francisco y Maradona, con el gol a los ingleses. 

Por mi mente pasaban las imágenes sinfónicas del pibe de Villa Fiorito desparramando ingleses. Aunque siempre recuerdo con más cariño, el primero y reivindicativo,imposible de hacer con un garfio. Come on Diego carajo! 

Mi sentido del humor no es compartido por muchos turistas. Pero cualquier queja dura menos que la estadía y me defiendo con el argumento de la barrera idiomática: So long, adeus, chau, noka. 

La música de fondo en la combi era Julio Sosa: Qué me van a hablar de amor. Pero eso no pensaba explicarlo. 

Todo con la pronunciación bajada por googlie. 

Misión cumplida: chau, adeus, so long, noka. 

CONVENTILLO LITERARIO 

Hora del café, otra vez solo y para terminar de escribir algo y someterlo a la crítica de las criaturas de ficción del taller literario. ¿Por qué? ¿Para qué? Por alguna extraña inercia, aquello representaba un desafío al que no me podía resistir. De hecho, mi única noche libre era esa, la del taller. Y nunca falto. Me bancaba el frío, la lluvia, el sueño.  

Es una necesidad inexplicable.  

Algunas criaturas del taller pensaban que nací para molestar y me impugnan.  

Me tratan de inadaptado y seguramente tienen razón. Están convencidos de que tengo un afán pueril por escandalizar, una especie de coartada de provocación. Y porqué no?  

Las feministas reaccionan, cuando digo que las mujeres no saben contar chistes.  

Y Maitena dinosaurio? es la respuesta inmediata. 

Reconozco que llegué acompañado por unas ginebras que me cargué antes de llegar,  

Locas de mierda les susurro. 

No se quedan sin contestar :-Esa es de Malena Pichot, quiero retruco. 

Lo que más las alborota es la descripción objetiva de las brasileñas, que con sus culos vencieron la ley de gravedad. Por favor! 

Algunos aspirantes disciplinados están alarmados frente a la posibilidad que el maestro, autor de varios libros bendecidos por la crítica, me entregue el pasaporte literario. 

Para ellos, soy el hombre de Neanderthal. 

El taller un desorden de voces, una galería de personajes en busca de un autor en un conventillo literario del barrio de San Telmo.  

Somos un elenco de: solas y solos, socios vitalicios del club del levante, aburridos de nada, jubilados prematuramente de la vida, revolucionarios congénitos, intelectuales imperturbables, poetas desesperados, tímidos o torturados. 

Otro grupo es el de los camaradas de El Federal de San Telmo, más borrachos que Bukowski, Faulkner y Hemingway juntos. Siguen la doctrina de Cacho Castaña: nadie compuso un tango tomando un yogurt.  

También hay un par de ratones adictivos de biblioteca, empeñados en la disimulada idea de repetir arquetipos. Juegos formalistas del lenguaje, apego elitista. En fin, todo por un palco en el universo cultural discursivo. La crítica y el genoma literario los ampare.  

Hay que reconocer que el maestro tiene convocatoria. 

En un silencio lacaniano, todos escuchan a la celebridad, en algunos casos con una suerte de encantamiento. 

Como si no tuvieran conciencia de si mismos, están convencidos de que en cada una de sus palabras está cifrado el destino.  

Los esnobistas festejan, la cita sucesiva de frases célebres y la mención de calles europeas, lleva a parte del auditorio a un íntimo festejo orgásmico. 

Me fastidia verlos asentir sistemáticamente con la cabeza y apurarse a encontrar dudosos significados especiales en sus palabras. 

Todos tienen claro que nadie podía enseñarles la inspiración. Simplemente esperan las armas para disparar cuando aparezca.  

En algunas ocasiones, el maestro se queda en silencio y se para frente al gran

ventanal, comprobando el estado del universo para prestar su conformidad.

Terminado el monólogo lírico, la reunión se abre al debate y a la crítica de los trabajos y las motivaciones de sus autores. 

Una mujer alta, flaca, con ojos de loca, atravesó al maestro con la mirada. Está desencantada, siente desprecio por la raza humana y delira:- Ya no miro más mis sueños viejos…somos pequeños destinos con enormes pretensiones…solamente tiramos botellas al mar para que alguien nos encuentre…    

Alguno se sintió en la obligación de aclararle que el taller no es para terapia, otros compartieron su desprecio por la versión capitalista de esa misma raza. Sostienen que los grandes autores reflejaron las condiciones socio económicas de su época. 

El debate era el Boca-River: ideología y literatura. 

Los más ortodoxos nos recuerdan como siempre, que el arte más valioso y universal es el que trasciende a su tiempo, por su fuerza estética y su belleza artística: es una cuestión de estilo.  

Para este grupo, queda exonerado el panfleto, junto al compromiso.  

Siempre sacan de la galera el ejemplo de los griegos y en ese momento empiezo a  bostezar y desperezarme como mi gato Caruso. 

Como para romper el hielo, pedí que se dejaran de joder con las usinas dominantes del  pensamiento, las que dictaron el estatuto de la palabra, que convirtieron cualquier otro lenguaje en ajeno. Son las mismas usinas que no le dan cabida a Marechal. 

Alguien para chicanear gritó:- viva Perón carajo! 

Era un coro desafinado de voces superpuestas:- Ya saltó el gorila. Tilingo, tenés que descolonizar la mente. Hay que fundar la Embajada Argentina en Buenos Aires!   

Hubo quienes se molestaron por la pérdida de tiempo. Primero terapia, después ideología y finalmente no se llevaron las herramientas para convertirse en best sellers. Con este método, nunca va a llegar el momento mágico. 

Las caras estaban encendidas y fueron vanos los esfuerzos para tratar de explicar que la forma hace el contenido. Además, ya era demasiado tarde. Igualmente, al despedirse el maestro les recordó que escribir no era una fuga, no sustituye la vida. También los invitó, más allá del debate, a no olvidar otras pulsiones. 

Paredes no pudo evitar pensar en el sexo y hubo algunos intercambios de miradas.

Hora de irse. 

EL PIBE CHORRO 

Al terminar la reunión, fuí a buscar el auto y salí por Perú.  

El aire acondicionado del Renault 12, es la ventanilla baja y eso me deja fumar mientras  manejo.   

Cuando paró en el semáforo de Independencia, no lo ví…, pero un pibe se acercó seguramente para mangar o limpiar el parabrisas: Eh amigo! 

Le di diez pesos, se sonrió y me puso un revolver en la cabeza: – dale gato, dame la que tenés. 

Pensé que la pistola podía ser una réplica, pero el pibe estaba muy acelerado y yo no tenía intención de averiguarlo. Le di todo lo poco que tenía, incluyendo el reloj.  

Quería el celular y no podía entender que no tuviera uno. 

Su voz me taladraba la cabeza:-corta la bocha! Dame el celular o te mato gato! 

Me miraba con odio. Fueron los minutos más largos de mi vida. 

El miedo, la confusión, la impotencia…No podía conjugar el verbo razonar, manejar mis emociones contenidas contra los pibes chorros, no lo vi, no lo vi… 

-Bajate mulo! Dame las llantas! Te voy a matar pescado! No dejaba de gritar. 

Me saqué las zapatillas y se las dí. El arma temblaba en su mano, pensé que era el fin. 

Hay un hilo delgado, que separa la lucidez de la locura. Me preguntaba temblando, si tenía que terminar así.

Tuve por unos instantes la imagen de los Paredes: viste que los negros matan?

Se escucharon gritos de un vecino:¡chorros, ya viene la policía! Yo los llamé! 

Los edificios tenían las ventanas cerradas, pero el pibe estaba sacado y supuso que la voz venía de un edificio de enfrente y empezó a disparar: el arma era real y el ruido me paralizaba. 

Sonó una sirena y salió corriendo: llegaban las tropas de Roca. 

Entré en el auto y por primera vez pisé el acelerador descalzo, sin mirar si se cruzaba una persona o un auto. Puro instinto de supervivencia. 

Por el espejo retrovisor, ví que llegaba una ambulancia y también bomberos, pero ningún patrullero, el vecino fantasma no había ahorrado llamadas.  

El pibe volvió enseguida, gritaba insultaba y disparó varias veces contra el auto, hasta me destrozó el vidrio trasero. 

Estaba aterrorizado, me transpiraban las manos y el corazón parecía que iba a estallar. 

No quise saber si estaba herido, solamente quería atravesar el fuego. 

Logré meter segunda con la cabeza gacha, espiando hacia adelante y pisé a fondo el acelerador. 

Me preguntaba si habría vaciado el cargador o si habría llegado la policía. 

A medida que me alejaba, inspiré profundo y seguí el camino a casa. Nunca lo había visto, nunca lo podría reconocer. 

Llegué a casa, y me desplomé en un sillón. 

El gato Caruso se trepó a mis piernas y acaricié su piel eléctrica. 

Por un momento sentí un flujo de humanidad. 

Simone, estaba en la cocina. El aceite chirriaba y se sentía el olor a cebollas fritas. La fragancia me llevaba a un inexplicable placer. 

Me acerqué a ella, la besé y me serví un vaso de vino.  

Me sorprendí mirándola y escuchándola. Su anatomía se insinuaba sin que se lo propusiera.  

Su acento portugués traía un aire musical. Por un momento me ganó la ternura. 

Después de la cena, Simone fue a darse un baño. 

Salió envuelta en una toalla y no fue necesario hablar. 

Sentimos la respuesta muda de los cuerpos, gritos íntimos, violencia, libertad… 

Repetí la operación empecinado. Por primera vez lloré y ella me abrazó.  

En pocos momentos toda la complejidad humana, la angustia, el síntoma, la  soledad, la enfermedad, las miserias, la locura… 

Estaba perdido en las tinieblas, replicando la Divina Comedia. En una travesía épica, atravesé paisajes y circunstancias arduas, oscuras y terribles. Sufrí la violencia, la malicia y el desprecio. Las fieras me acecharon. Beatriz Portinari con su dulzura me esperó en el cielo.  

Abrazado a Simone, pensé en llenar un libro con ese silencio, acostado, mirando, mi propio cielo.