En las proximidades de Sichuan, Shen Mung se desliza a través de los senderos bordados entre flores de cerezo. Se acerca a las vasijas humeantes, desabridas y cálidas, y suspira preocupado por la salud de sus súbditos. Entonces, una brisa mueve acompasadamente las ramas de un arbusto milenario. Unas frágiles hojas se posan sobre el agua caliente y un sabor delicioso impregna el aire y los espíritus. El emperador ordena que sea identificado el arbusto y que sus hojas sean cosechadas y conservadas en el ámbito más secreto del palacio. Y desde esa tarde, todas las tardes, toma su tacita de oolong, entrecierra los ojos y se deja invadir por el aroma frutal de la infusión.Él, que nunca se ha dejado invadir por nada ni por nadie.