—A las doce tenés que llegar a casa —dijo su hada madrina, o quizás la pobre madrastra de Cenicienta, totalmente preocupada.

Y aunque pasen los años, y aunque las modas cambien, todas tenemos una Cenicienta rebelde que nos dice:

—Bailá hasta que se te partan los tacos.

Es probable que asociemos su carita angelical con el canto de los pájaros, el amor y la bondad, pero así como la ven, Cenicienta se medica, nada de cosas legales y aburridas, ella se siente feliz, nadando en lo prohibido, ¡en lo clandestino!, evitemos a las manzanas como metáforas porque va venir Blancanieves a decirme que intenté robarle el título; lo aclaro por las dudas… Cenicienta se divierte inhalando humo y Blancanieves mordiendo frutas, ¡qué cosa tan recreativa! Después querés prevenir adicciones y te denuncian por apología. Sí mis chiquitas, Cenicienta es la ejemplificación de la mala vida, muchacha de apariencias, vestidos y carruajes, quiere ser feliz una noche y después continuar su vida sin problemas, ¡no! Te explicaron desde pequeñita lo siguiente: «la pobre indefensa se la pasaba limpiando escalares, lustrando pisos, y siendo maltratada por las hermanastras», pero ahora que creciste se puede revelar la verdad: Cenicienta no paraba de fumar. Si sabrán mis pulmones el humo vil y asqueroso que me hacía respirar la desgraciada, el exceso de alcohol invadiendo todo objeto de la casa.

— ¡No Cenicienta! El perfume que te regaló Anastasia no es para tomártelo a las dos de la madrugada —le advertía agotada.

¿Y ella que contestaba?:

—Dame el de jazmines, quiero ver pajaritos haciéndome la cama, ¡ya!

Cenicienta no era más que una sometida vestida de princesa, recompensando su esclavitud con invitaciones a bailes, aspirando a ser como aquellas “personas de clases”. ¿Era más fácil encontrarse un príncipe y marcharse? ¿Cenicienta habrá ido a la escuela? Esa parte parece no interesar, esa parte se saltea.

Les voy a dar unas pequeñas indicaciones para asesinar a Cenicienta… todas conocemos una inconsciente de esas, puede que sea tu hermana, tu tía, tu madrina, ¡tu prima lejana! No importa, vos vas a decirle:

— ¡BASTA!

Vas a meterte en sus cuentitos de humo y soplarlos bien fuerte, para que terminen por ser difusos. Yo lo hice y no es para nada irracional, vino el detective Pérez a preguntarme donde dejé los zapatitos de cristal.

— ¿Ve el conteiner que esta allá?

— ¿El que tiene un patito de hule arriba de la caja de cartón?, ¿o el que tiene un brazo a punto de escapar? Parece estar saludando —confesó.

—Sí, el del brazo, ahí va encontrar los zapatitos de cristal y varios dedos del pie por si los llegara a necesitar.

El detective no quiso ni investigar mi identidad, me dijo que asesinar a Cenicienta era lo mejor, que no estaba mal.

—No hay ningún tipo de incógnita en su homicidio, usted hizo lo que era debido —aseguró—. Dígame, ¿la va extrañar?

—Para nada era matar a Cenicienta o dejarme asesinar por ella.

— ¿Y hace cuánto se encuentra en abstinencia?

—Hace cinco noches, mi prima bailó, bailó como nunca, vivió esa noche como si fuera la última, como si el carruaje se convertiría realmente en calabaza y sobre todo bailó como si su príncipe azul realmente existiría.

— ¿Y qué pasó?

—Salió en el noticiero; asesinada por un hombre a la salida de un boliche.

— ¿Y qué pasó?, ¿qué detective resolvió el caso?, porque a mí no me llamaron…

—No lo resolvió nadie porque mi prima tenía alcohol en sangre.

Y si Cenicienta se emborracha no vive para contarla. Así fue cómo convencí a varias y juntas, con ayuda del detective, enterramos varios cuentos de hadas.