Primer capítulo

Acaban de meterme el termómetro por la oreja. Ya estoy acostumbrada, me quedo quieta. Es normal que sientas la presión en el tímpano y seguido a esto ya no puedas quitarlo. Si el termómetro queda en tu interior, significa que no tenés fiebre, pero resulta que se escapó, no es algo que haya planificado, ni calculado. La doctora intentó de nuevo, lo introdujo así cinco veces y las cinco veces dio el mismo resultado. Conclusión final… tengo fiebre cerebral, es una enfermedad que posee un síntoma único: Necesidad ilógica de disfrutar. Esto indica que mi mente está ocupada de goce, por lo tanto, estoy padeciendo la peor enfermedad. No es un diagnostico trágico, espero… Resulta que algo en mi funciona mal.

Lo habitual es que el termómetro se acumule en nuestro sistema neurológico y que de ahí no podamos quitarlo jamás, quedan así, atascados, cientos de termómetros ensangrentados, porque el dolor que padecemos es inhumano, respiramos hondo ¡Y listo! Está navegando en nuestro cerebro, se aloja por un tiempo indefinido, indicando claramente lo más genial, prestigioso y normal del mundo… ¡Que nuestro cerebro está vacío!

El mío parece estar lleno, inflado, lo cual es un escándalo para todos mis familiares y conocidos. Tendría que someterme con mayor reiteración a la prueba del goce, ahí te indican hasta donde, te ponen un límite, es algo así como una señal de tránsito o más bien un prohibido estacionar:

— ¡Hasta acá! ¡Hasta acá podés disfrutar!

Resulta que se considera una anomalía comerte la crema de las galletitas por separado y querer priorizar excesivamente lo que nos transmite una cierta conformidad, porque está muy cerca de la palabra conflictiva…

Comer la pizza tiene ciertas normas:

Por ejemplo, hay que comerla rápido y no paulatinamente, de esta manera se comprende que la búsqueda del individuo es alargar el goce. Yo lo hago así, de a poquito, pero no por planear todo este concepto loco, es solamente porque primero me como la salsa con el queso y después lo que sería la masa, es arañar por partes lo más rico.

— ¿Duración del placer?

Lo que se tarda en cortar y tragar.

— ¿Duración de la angustia?

Extensa, haría foco en el placer que se tuvo y ya no está.

— ¿Exactamente qué es lo incorrecto?

Disfrutar de más. Tengo que conformarme con el poquito que nos ofrece este mundo asqueroso y putrefacto que da a todos la misma cantidad. Nos repartieron para ser iguales, para recibir lo mismo y está completamente prohibido buscar más, eso se define como avaricia. Entonces me quedo así, tratando de revertir la temperatura cerebral, haciendo cosas que no me gustan, manteniéndome en una zona neutral.

La doctora me comenta que últimamente estuve demasiado feliz. Es decir, no es normal que haya implementado dentro de mi rutina las carcajadas, ni que sienta plenitud al hacer deporte, o cante mientras pinte y esas cosas que reflejan indudablemente una deficiencia en el estado psíquico. Tengo que lucir una sonrisa sutil para que de este modo puedan hacerme esta pregunta:

— ¿Cómo estás?

A lo que tendría que contestar como siempre:

— 50 %

Este término es el símbolo de la estabilidad, de la armonía, la calma y la paz. Significa que utilizamos simplemente un 50 % de nuestra energía y eso nos conduce a un goce limitado, para nada exagerado. Tengo la leve impresión de que en realidad representa otra cosa mucho más compleja que aún no logro descifrar…

Estoy careciendo de este tipo de conversaciones, tratando de continuarlas, pero siempre te llevan hacia el mismo camino… hacia la nada. La gente me preguntaría cómo estoy, yo respondería que un 50 %. Ellos se alegrarían por mí, me preguntarían qué estoy haciendo y finalmente tendría que responder que estoy tratando de controlar mis niveles de satisfacción.

Con esto no me refiero únicamente al termómetro por la oreja ¡No! Me refiero a la presión arterial (Que debe ser para todos igual). Claramente nadie puede disfrutar de la dulzura, a ese día lo quitaron del calendario, conducía a que la sociedad se descontrolara, sea enérgica, emprendedora, desquiciada. Es mejor estar con dolor de cabeza y no preguntar nada. Ya hablé trece veces con mamá y siete u ocho con papá, cinco con el perro y tres con mis compañeros de colegio.

— ¿Cuál es la conversación?

Es tan deprimente que te da ganas de vomitar, señal de que mi fiebre cerebral va mejorando.

El inventario se rige por este modelo o prototipo de conversaciones perfectas:

—Buen día.

—Buen día —contesto

—¿Cómo amaneciste?

—50 %

—¿Vos, mamá?

—Igual, hija.

— ¡Ah! Me alegro.

—Está lloviendo.

—No, es agua que cae del techo.

Mamá simula que mi broma le causa gracia, aunque todos los días se trate del mismo chiste. Lo hago por su bien, bromear de una forma no pactada la llevaría a la trágica carcajada y su nivel subiría a un 8 %, lo que indicaría “zona de riesgo” ¿Riesgo a qué? A ser más goce que cuerpo, no me imagino a que hará alusión esa metáfora, es decir si yo fuera más goce que cuerpo, andaría feliz. Seguido al agua cayendo del techo, papá me hace la misma pregunta:

— ¿Y cómo estás?

Yo le contesto:

—Un 50 %. —finalizando así, la conversación más divertida que tengo.

No se imaginan lo tortuosas que son mis charlas con mis compañeros de colegio, se centra de manera directa un único tema. Acá directamente se saltea el supuesto interés por tu bienestar. Es algo así como:

— ¿Hiciste la tarea de “no disfrutar”?

Todas las malditas mañanas preguntan lo mismo y todas las malditas mañanas yo respondo lo mismo, no me excluyo de la locura, porque afirmo que soy una loca más.

—Sí, pero mi forma de no disfrutar no es la misma que la suya, chicos, o sea cada uno tiene sus sensaciones y sentimientos —expreso agobiada, mientras me refriego toda la cara con la mano izquierda, la derecha está ocupada cubriendo muy educadamente mi bostezo.

— ¡No importa! Ahora sentimos lo mismo. ¡Por favor dame tu 50 %! ¡Necesito estar estable ya!

Yo no sé si pegarles una cachetada para que reaccionen o gritar: ¿Qué nos pasamos, batería a un celular? ¡Ay, dame tu 50 %! No tienen ni ganas de pensar.

Me contengo y respondo:

—Tienen razón —finjo sentir compasión por su pobre y reducida capacidad de introspección y les paso lo que me piden.

Después de escuchar ocho horas la teoría “cómo evitar el goce” el profesor pregunta:

— ¿Y chicos? ¿Qué entendieron?

— ¡Simple! No hay que disfrutar —respondemos.

Y nos vamos con una felicidad moderada a casa.

— ¿Qué sigue a toda esta basura?

Irme a acostar. Probablemente podemos tomar esta acción como una anestesia y descanso de todo lo anterior, es decir, yo pude haber tenido un día horrible, pero al dormir anulo y olvido toda la miseria. Lamentablemente, no es así. De noche, todo es peor. Debo controlarme lo suficiente como para no tener sueños bonitos ya que debajo de las camas tenemos una especie de micrófono que graba nuestro comportamiento. Nunca lo exhiben, pero si llegamos a mostrar una alteración mínima, nos veremos sometidos a la prueba del termómetro en la oreja. Con solo mencionarlo, me duele.

La interpretación de nuestros sueños no debe ser profunda, ya que causaría demasiada irregularidad. El que interpreta y estudia la psicología puede encontrarse bajo el mismo riesgo: disfrutar lo que está haciendo ¿Cómo demonios se controlan? No lo entiendo… No termina acá, es mucho más angustiante, volvamos a mis momentos en clases:

—Profe ¿Qué pasa si disfruto de más?

— ¿Otra vez estamos manifestando una fiebre cerebral? —amenaza para no tener que contestar mi pregunta y dejar de comer su ensalada con papas fritas y carne.

Una combinación extraña, supongo que su objetivo es simular que está haciendo dieta, por eso la ensalada, se toca la cabeza ya calva, se rasca la panza y nos da una respuesta general:

—Para no disfrutar hagan esto, trabajen como profesores y ocúpense de otorgar respuestas mediocres a preguntas estúpidas.

Todos se ponen contentos y pronuncian casi al mismo tiempo:

— ¡Gracias profe!

Termina el día, hasta acá llegamos.

— ¿Que hago acá?

Vivir se supone. Últimamente yo no le encuentro sentido a nada. Venimos a la escuela para copiar lo del pizarrón, del libro a la hoja, de la hoja al profesor y así. Cuando intento hacer algo diferente, se instala el conflicto, porque provoca algo desastroso, pasión por estudio, ¡Dios ni siquiera es pasión! Estoy tratando de revertir esta rutina enferma que me jode la vida. Una vez la consigna decía: “Transcribí del libro qué es la comodidad”.

Transcribí la definición exacta como me pedía, y para no ser tan básica le agregué un ejemplo ¿Y qué conseguí de esto? Mal, “solo lo que se pide” sería un, “ESTÁ MAL PORQUE QUISISTE DISFRUTAR DE HACER LA TAREA”.

Me limito a lo que me piden y ya está. Estoy del lado verde, donde las consecuencias se encuentran dopadas. En el lado rojo, las consecuencias toman forma, se transforman en monstruos, dicen que miden aproximadamente tres metros, no pienso que sea tan así y no es por desvalorizar el poder del accionar. Es solamente porque lo siento como un jueguito de autocontrol “Si haces lo siguiente, te vas del lado rojo” ¡Pero qué delirio! Lo peor es que se creen su propia mentira. ¿Qué es? ¿Un partido de futbol? ¿Me sancionan? ¿Tarjeta amarilla? ¿Tarjeta roja? ¿Cuándo demonios termino la escuela? Nunca, en algún momento voy a darme cuenta de que me salieron arrugas, que el ciático molesta y necesito tomar pastillas. Justo en ese momento, voy a descubrir que envejecí yendo al colegio. Como le pasa a la doctora anciana que me está atendiendo. Hace mucho, los humanos terminaban esta etapa antes de morirse ¡Qué cosa tan placentera, Dios! Seguramente por eso lo quitaron.

El director, que también sigue encarcelándose en esos bancos, asegura que un humano siempre corre el riesgo de disfrutar demasiado y no es una cuestión de edad sino de control mental.

—Haremos foco en el proceso de represión, hay testeos antes de ingresar a la escuela. Para que la fiebre no se propague, tomaremos los recursos de prohibir las charlas entre los alumnos, por si alguno llegara a manifestar alguno de los síntomas. ¿Cuáles son los síntomas? (Para tener en cuenta las observaciones desde los hogares) Manifestación de un exceso de alegría, movimientos rápidos, ausencia de ojeras, labios húmedos, rostros con color. Si el rostro deja de ser pálido, puede estar asustado, pero por favor, requerimos un susto moderado. Si descubre en sí mismo “intensidad”, quiere decir que ya está contagiado. Si el individuo deja de tener dolores de cabeza, de panza y puede dormir con normalidad, directamente está agonizando. Saberlo nos lleva a valorar nuestro insomnio y la salud perfecta que existe en sentirte mal. Todos sabemos cómo se propaga la fiebre cerebral; escuchando al enfermo. Este va a buscar atraerte con algo que llamamos “proyectos”, va a empezar a hablarte de una necesidad ilógica de… es mejor no saber de qué, para distanciarse completamente. Lo mejor es resguardarse y solucionar todo, con el método más efectivo y genial del mundo: meter termómetros por las orejas. Si el enfermo se niega y siente atracción por lo novedoso, lo nuevo, ¡lo peligroso! Y encima asegura sentirse bien ¡Por favor! No retengas a tu familiar ¡Abandonálo! Es un abandono amoroso, hay que dejarlo muy tiernamente en los controles y ver si el proceso de meter veinticinco termómetros en las orejas puede funcionar. Estamos en esto juntos, fuerza —expresa el director sin exclamar, ni hacer ningún gesto de más.

Conclusión; estoy destinada a escuchar y responder las mismas cosas y a no disfrutar de nada. A menos que quiera cambiarme de bando, me llamarían “panqueque”, término que refiere a las personas infieles. De este modo, aseguro que hay millones de panqueques, pero no se refieren a ese tipo de infidelidad que ustedes creen, sino a la traición que se ejerce hacia una idea inicial. Yo nunca respeté este concepto de porquería… ¿Me concierne?

Sentirte mal es genial, el dolor de cabeza te hace progresar y conservar la rutina hermosa que debe fascinarnos, pero hasta ahí, estando conformes de manera justa y sin excesos.

Descubrí, hace poco, que el malestar estomacal es satisfactorio, definido como distracción: ahoga las penas, te sentís plena, embellece los rasgos a través del sufrimiento y básicamente te hace estar en tu 50%. Para mí, es solo un pretexto. “Sentite terrible que vas a estar contento”, “Alegría moderada”, “Sufrí mucho que es gratificante, pero tampoco en exceso”, “No grites, hablá bajito, a nadie le interesa escucharte”. Frases así y más estúpidas rigen a nuestra comunidad.

Entonces, entiendo que en realidad no conocemos las emociones. Lo único que conocemos son sus descripciones represoras. ¿Quién demonios las crea? No lo sé. Pero es algo que te cuentan, se transmite de boca en boca, de oreja en oreja y finalmente de termómetro en termómetro.

— ¿Qué se busca?

Llegar a ser perfecto.

— ¿Qué es ser perfecto?

¿Según todos acá? ¿O según mi pensamiento?

—Según todos acá.

El quiebre de la subjetividad, el entierro del alma, la preocupación controlando tu accionar. Admitir que todos están pendientes de tu estado mental, estar atado a un arquetipo ideal, no salir de los esquemas pactados, ni tampoco enfocarte en crearlos, seguir la inacabable línea neutral. Estar envuelta en supuestos malestares físicos, ¡Jaqueca! Cuanto más vomitas más perfecta estás, pero sobre todo es conseguir e implementar siempre la misma respuesta.

— ¿Cuál?

Represión, termómetros dañando orejas

— ¿Para qué crees que son?

Para que no escuches más que esas ideas. Llega un momento del día en el que ya no tenés ánimo de hacer el intento, te quedas sentada mirando el techo, o fingís tener sueño. Podría seguir las tipologías de evitar el goce, pero ya me las estudié todas y he aquí el misterio:

¿Por qué analizando millones de teorías, sigo encontrándome en la misma situación? ¿Por qué teniendo las definiciones, las consecuencias, las maneras, las acciones, sigue manifestándose en mí un deseo irracional de disfrutar? Nadie lo cuestiona, solo se centralizan en la etapa “represión”. A veces intento, pero no me sale bien.

Voy a hacer una confesión que puede resultar graciosa, pero es la verdad: me baño mal. Bañarse no es una tarea cotidiana debido a que lo hacemos una vez a la semana y debemos tardar para ser exactos, treinta minutos.

Tengo problemas, porque me gusta quedarme más tiempo. Sentir bajo el olvido de las presiones que ese breve lapso puede estar excluido de mi vida miserable y ser perfecto, inacabable, es una mentira piadosa que tranquiliza, hasta que suena la alarma. Esta identifica que en la zona alguien se está tomando el atrevimiento de disfrutar en exceso.

Disconforme con ello, tengo que describir las instancias de este proceso; mojarte, colocar el shampoo en el cabello, hacer espuma, enjuagar, ponerse la crema de enjuague, enjuagar nuevamente y enjabonarse todo el cuerpo con intensidad, pero sin pensar que nos gusta lo que estamos haciendo, nos enjuagamos y nos secamos, ¡Listo! En mi caso extiendo el goce, mantengo mi piel bajo el agua caliente que genera indudablemente reiteración de esa frase:

“Me quedo un poquito más…”

Nunca termino de concluir con mi objetivo, suena la alarma y salgo. ¿Y si dejara de sonar, si todo el mundo pudiera bañare hasta la hora que se le cante? Es solo una realidad imposible de vivir, pero a veces me gusta fantasear. Me seco, me visto y ya está.

— ¿Y qué sigue?

No me desagrada el terere: me desagrada el mate tibio, síntoma de la fiebre cerebral. Pongo a hervir la pava, cambio la yerba, vacío el termo y espero. Me gusta ver el humo, y luego apagar la hornalla, tomarlo, sentir como el mate se impregna en el paladar, ese pequeño aire caliente, en la boca, que te deja con ganas de no hacer nada más, solo de disfrutarlo y suspirar.

— ¡ERROR! ¡TIBIO! ¡CALIENTE NO! ¡DEJA DE DISFRUTAR!

Paso siguiente: agregarle agua fría, y consumir lo que sería una mezcla lavada de yerba sin gusto.

Tengo sin dudas que finalizar con el concepto. ¿Cómo tener sentimientos sin disfrutar? Mejor dicho, sin disfrutar en exceso. Es fácil: en la mayoría de los casos, se trata de acortar o evitar los abrazos, no apretar demasiado, alejarte rápido y listo. Mirada breve, gris y sin brillo, preocupación moderada hacia el otro y nos encontramos frente a un sentimiento sin goce. No querer demasiado, nos queremos con respeto, hasta ahí.

Todos estamos bajo la amenaza, el lado rojo nos persigue.

— ¿Quiere asesinarnos?

No creo. El lado rojo, disfruta, goza y quiere tentarnos, trastornarnos para conseguir el nivel máximo de locura.

— ¿Cuál es?

No me atrevo a mencionarlo, porque dicen que, si la nombras tres veces, aparece. Pero voy a decirlo bajito, por si me escucha, por si se toma el atrevimiento de torturarme, “Libertad”.