Mayo se volvió caótico. Jugué a la autodestrucción reconociendo la agotadora nostalgia que se agita por lo mismo que nos aterrorizamos. 

Viajé a nuestras calles y esquinas mirando puntualmente cada rostro buscando tu indiferencia descomunal que yace en mí como un profundo desgarre interno y que se desprende cada vez que respiro. No estaré más, no estará más con su flor en la boca, con las uñas del desentierro. Donde no hay verdades ni mentiras. En las desoladas ciénagas sombrías y llenas de veneno; yo hago servir mi genio para pintar las delicias de la crueldad, yo huelo a mugre llena de vida.

En la sensación de ahogo, los moralistas descubren su corazón.

Apretando bien las muelas, las Ratas se mueren mordiendo. Mi anestesia emocional está llena de tristeza, no muerdo.

El silencio le hacía silbar los oídos, la chapa electrificada no me deja tocar los cadáveres, el cajón esta lleno de bichos, esperan que mi sombra les dé de comer, que lo alimente.

Acariciarte no me sacia, sueño que te toco la espalda, la terminación de tu mandíbula. Siento la grasitud de tu piel porosa.

Soy el pobre mono que sufre de una glándula endócrina y mira el reflejo de tu sombra en el vidrio donde se posan las moscas, con su cigarrillo contratado y su dolor de bolsillo, donde mi palabra avanza de puntillas, dejándose crecer las uñas. Y así, cuando las coronas de laurel y las medallas de oro se esparzan sobre la gran tumba ocultando mis pies desnudos, me desgarrarás con tus uñas y dientes a la vez, de manera que no muera, pues si muriera no podrían contar con el aspecto de mis miserias.