Me costó entender ese mediodía de domingo que no era el despertador lo que sonaba en el sueño, y que era de Mamá la voz que unos segundos después repetía en el teléfono: ¿Decime cuándo te pido algo yo, pedazo de hijo de mil puta, eh, decime cuándo?
Quería cortar pero el inalámbrico se me resbalaba y se me perdía en las profundidades de la cama. Había tomado otra vez toda la noche, sentía una pasta en la boca y una acidez de humo y alcohol subiendo y bajando por mi garganta.
-¿Y Nita?- le pregunté con la lengua hecha un trapo- ¿No puede ir la tía Nita?
-Sí- me dijo Mamá- Claro que puede ir Nita, siempre va tu tía Nita.
-¿Y entonces?- retruqué- Si ya va uno de la familia ¿para qué tiene que ir otro?
-Es que me va a empezar a joder con que yo hago alarde que queremos a Horacito pero nunca vamos a visitarlo- me dijo- Además, qué sé yo si puede ir o no tu tía Nita, hace días que no nos dirigimos la palabra.
Ahí me di cuenta que mamá quería meterme en otra de sus peleas con su hermana.
-A ver- intenté aclarar- Si necesitan que vaya yo porque ustedes no pueden ir, voy, pero si es por lo de siempre…
No me dejó terminar. Me dijo de todo, que conmigo no se podía contar, que yo era la misma mierda de siempre, que un día de éstos la iba a matar de un disgusto. Gritó y lloró de tal forma que temí que sufriera uno de sus desmayos.
-Está bien, está bien- la tranquilicé antes de cortar- Voy a ir yo.
Me acosté de nuevo pero nunca pude volver a dormir. Fui a la cocina por un vaso de agua fresca y terminé en el fondo tirándome unos baldes bajo las llamas del mediodía.
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-¿Por qué no vino tu mamá?- me preguntó Horacio ni bien me senté con él al lado de la ventana.
-Le dolía la cabeza- le dije- viste que últimamente a tu hermana esos dolores la quiebran.
-Pobre- me dijo.
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Mi tío Horacio nació asfixiado, con el cordón umbilical enroscado en el cuello y una lesión cerebral irreversible, un accidente de parto muy común de cuando no había ecografías. Al poco tiempo de fallecer mi abuela, Horacio tuvo otra parálisis que lo dejó sin movilidad y con las manos rígidas y dobladas hacia adentro a la altura del pecho.
Mamá y tía Nita se ocuparon toda la vida de atenderlo, hasta que entendieron que no podían más con él y decidieron llevarlo a un geriátrico. Entre las dos se turnaban para ir a verlo. Cuando iba una, no iba la otra, porque juntas se sacaban chispas. A veces también lo visitaba Hipólito, un compañero que aguantaba a Mamá desde hacía mucho tiempo. Y el tío Chino, otro muñeco que iba y venía por la vida de mi tía Nita.
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¿Hace mucho que estás esperando? Disculpá la tardanza, lo que pasa que se nos cortó la luz ¿viste? y no tenemos timbre, ni de casualidad conseguimos un electricista un día domingo, por eso suspendimos la obrita. ¿Vos sos familiar de Rúben?, si, Rúben, acá le decimos Rúben… ¿Llevártelo? Hoy no creo, va a ser difícil, el tema es que no lo podemos bajar porque al no haber luz no hay ascensor, y justo hoy es el día de franco de Sixto, el único que tiene fuerza para moverlo… Dejame la coca y las vainillas, ahora les pongo nombre y se las guardo, vos viste que si desaparece, tu madre y tu tía después nos hacen un escándalo, empiezan a decir que acá es peor que en el Triángulo de las Bermudas y esas cosas, viste lo mal que se ponen… Subí si querés, está ahí al lado de la ventana, ahora llevo la merienda.
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La última vez que fui a visitarlo pasamos una linda tarde. Mamá estaba tan bien, sin esa queja de dolor de cabeza ni ese gesto de enojo que le moldeaban la cara como una plastilina. Y la tía Nita se había puesto la capelina amarilla, el collar de perlas y esos anteojos de sol tipo Mata Hari que usaba desde que tenía veinte años. No se pelearon ni una sola vez. Dimos vueltas por Adrogué y nos acordamos de cuando vivíamos con la abuela Ñata en la casona de la calle Avellaneda. Nos matamos de risa acordándonos de las locuras de Nita, de la vez que se meó adentro del micro, en esa época los micros de larga distancia no tenían baño como ahora, y tuvo que viajar así hasta Monte Hermoso. Y de cuando nos intoxicamos ese mismo verano con una mayonesa casera que ella había preparado, vaya a saber qué le metió para que nos descompusiéramos de esa forma. Nos tuvimos que tomar un taxi desde la playa, se acordaba Horacio, y en medio del apuro por llegar a un baño se nos cruzó la caravana de un circo con jaulones, malabaristas, payasos. Hipólito y el tío Chino bajaron para no cagarse arriba del taxi y llegaron a meterse entre los pastizales de un baldío. Pero los demás no pudimos aguantar. Qué risa, la cara del taxista, todos cagados hasta la cabeza.
Después paramos en la estación de Témperley para ver pasar el tren de las dos a Mar del Plata y terminamos en la Plaza de Turdera tomando Coca y comiendo madalenas en el coche, con los conciertos de la FM Clásica, la feria de los artesanos, los chicos jugando en el solcito. Hasta que pasó lo de siempre.
¿No hay novedades? preguntó Horacio. Yo sabía que eso iba a pasar, ya me parecía raro que no hubiera pasado en toda la tarde. ¿No hay novedades? Volvió a preguntar. Y preguntó otra vez. Y otra y otra. Y entró a ponerse denso como siempre que nadie le contestaba. Y preguntaba y repetía lo mismo hasta el infinito, Decime que ya salió, le pedía a Mamá, decime que el marcapaso cerebral que me va a hacer caminar ya salió, hace años que lo espero. Entonces Mamá le mentía como siempre, para que dejara de gritar y no le diera un brote ahí adelante de todos, ay Horacito, hijo querido, ya salió, pero todavía está en experimentación, lo están probando con monos en Estados Unidos.
Y yo veía por el espejo cómo las dos hermanas se tragaban la angustia en el asiento de atrás, y se les deformaba la cara para que Horacio no se diera cuenta que estaban llorando, dos muñecas de cera con fondo de domingo y música de calesita.
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Hoy hacen una obrita de teatro en el hogar, me explicó Mamá cuando volví a llamarla después de los baldes. Pidieron que vayamos y llevemos algo para merendar en familia. Le vas a tener que dar vos, acordate, tiene esas manos a la miseria, pobrecito. No le llevés galletitas porque se ahoga, tiene que comer cosas blandas, que pueda tragar. La yegua de Nita, mirá si será hija de una gran puta, le llevó unas criollitas y casi se muere ahogado. Llevale facturas pero fijate qué facturas, porque después se descompone. La vez pasada comió con Hipólito unas medialunas con dulce de leche, y le dio diarrea. Y mirá que le dije a éste reverendo pelotudo que no le lleve comida que le caiga mal. Lo dejaron cagado todo el día… No empecés a poner en duda cada cosa que te digo, ¡por favor!, lo que pasa que vos no tenés ni idea del infierno que vive ahí adentro tu tío porque no lo vas a ver nunca, en eso Nita tiene razón. Yo lo vi con mis propios ojos. No quise armar escándalo porque después cuando nos vamos seguro que vienen las represalias, son capaces de hacerle cualquier cosa… ¡Otra vez me decís que soy una exagerada! ¡Y vos sos un mal parido!, ojalá estés vos un día entero en una silla de ruedas y con las manos torcidas sin poder moverte, así aprendés… Sí, divinas las enfermeras, “las chicas”, como les dice Hipólito, te van a pasear el orto toda la tarde, putas de mierda, y vos sos tan pero tan pajero que, mirá, no me hagás hablar, ya me duele la cabeza otra vez. Y que yo no me vaya a enterar que se quieren propasar con el chico porque les meto una denuncia. Ah, eso te quería pedir, preguntale a Horacito, así como cosa tuya, como cosa de hombres…
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-Hoy me bañaron las chicas- me dijo Horacio.
Se notaba, tenía olor a perfume, lo habían afeitado.
-Me dejaron pipí cucú- dijo moviendo la mano, como pudo, de arriba abajo.
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Horacio aprendió a leer y escribir con una docente de la escuela especial que venía a casa. Mi maestra se llama Seño, decía Horacio cuando le preguntábamos cómo se llamaba su maestra. Durante el rato que duraba la clase teníamos terminantemente prohibido entrar en el comedor y había que hacer absoluto silencio para que el tío pudiera concentrarse.
Una vez la Seño invitó a la familia a presenciar una clase. Horacio nos contará sobre la vida de las abejas, nos dijo, y estarán presentes la inspectora y unas practicantes de la escuela especial. A partir de entonces veíamos entrar a la Seño con láminas, libros, un grabador, bolsas con maquetas. Una vuelta llevó un proyector y mi abuela tuvo que poner frazadas en las ventanas porque los postigos no llegaban a oscurecer el ambiente como ella le exigía. Tardes y tardes la escuchamos hablar a la Seño con un tono de voz impostado, igual al de las vendedoras de Mary Key que venían los sábados a maquillar a Mamá, a tía Nita y sus amigas.
Cuando llegó el día nos prepararon como si fuéramos a ver una película en el Cinerama. Nos hicieron bañar y nos pusieron ropa nueva. Mi abuela hizo una torta de azúcar y sacó las tacitas de porcelana del aparador de adelante para servir el café. Como no alcanzaban para todos, a los chicos nos sirvieron en las que usábamos todos los días. La inspectora y las practicantes se sentaron en un lugar exclusivo de la mesa. Y a Horacio lo pusieron en el medio de ellas.
A ver Horacito, dijo la maestra, contanos qué hacen las abejas.
Pican, respondió Horacio. Y nada más. No hubo forma de hacerle decir algo. Mi abuela quería reventarlo y la Seño se fue de lo más afligida, tanto despliegue al pedo había hecho.
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-¿Te vas a acordar de preguntarle eso a tu vieja?- me preguntó Horacio.
-Quedate tranquilo- le dije- le voy a preguntar.
Me costaba seguirle la mirada porque tenía un ojo nublado por una catarata y el otro apuntaba para el techo. Sus manos estaban rígidas y cerradas, su cabeza se torcía hacia un costado y hacia arriba, como esas figuras que pueblan los cuadros de Picasso.
-¿Te vas a acordar, no?- repitió.
-Si claro- volví a decirle.
Amagó con preguntarme otra vez pero me adelanté.
-No me rompás las pelotas, no te pongás pesado- le dije- No hace falta que me repitas setecientas veces lo mismo.
Se quedó mirándome, callado.
-Mirá que yo no soy como tus hermanas- le aclaré.
Y se rio.
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¿Vos sos pariente de Rúben? Vení, te molesto un minutito, seguime por acá, me tenés que llenar unos papeles para la obra social, es para que cobre el kinesiólogo, pobre, no le pagaron nunca y es un muchacho tan responsable, viene siempre, llueva o truene… No, eso no importa, en todo caso aclará tu parentesco y poné tu número de documento al lado, eso va a servir como probanza… ¿En serio me decís que no sabías que tu tío se llama Rubén Horacio y no Horacio solo?, lástima que no tengo otra copia del deneí para que te la lleves… Bueno, me alegro que te vayas sabiendo algo más de tu tío, cuando viniste la vez pasada te pasó algo parecido ¿no?, te enteraste que esto no es un hogar, como dice tu mamá, ni un geriátrico, como dice tu tía Nita, esto es una Residencia para Personas con Capacidades Especiales, como dice el cartel de la entrada, ¿lo viste? ese que está entre las casuarinas, ellos le pusieron ese nombre, lo hicieron con el profe de arte que viene los martes, un divino, los hace dibujar…
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Cuando le trajeron el manomóvil, Horacio empezó a practicar dando vueltas a la manzana. Fue una novedad para él moverse solo, sin que tuvieran que andar llevándolo. De a poco se animó por las calles del barrio. Y más tarde, cuando ganó confianza, se iba a la peatonal y se pasaba ahí la tarde entera, deslumbrado por el movimiento de gente y los comercios, hasta que oscurecía y volvía a casa.
Sobre la avenida había unos muchachos que atendían una verdulería y de los que se hizo amigo enseguida. Le convidaban gaseosa, le regalaban frutas, le daban charla. Se divertía con ellos. Una vez tuvo que pedirles de urgencia que lo llevaran al baño. Buena onda esos pibes, lo socorrieron enseguida. Lo ayudaron a bajarse los pantalones y lo sentaron en el inodoro. Cuando lo vieron desnudo, lo entraron a cargar: Con ese instrumento hacemos un concierto, le dijeron, Mucho cañón para tan poca batalla. Después volvieron a acomodarlo en el manomóvil y siguió viaje. Desde ese día, cuando lo veían venir, se ponían de rodillas y hacían la parodia de alabarlo, como si fuera un dios.
Una tarde los muchachos le comentaron que pensaban irse de vacaciones a la costa. Y que si él quería, lo llevaban. Vamos con la camioneta del trompa, le dijeron. Vamos a pescar, a hacer un asadito, vamos a escaviar, a fasear, no te van a faltar ni rubias ni morochas ni pelirrojas.
A la noche cuando volvió, Horacio comentó entusiasmado en la cena la idea de irse de vacaciones con sus amigos. Contó todo lo que había hablado con ellos. Son unos degenerados, sentenció Mamá, te quieren llevar a un lugar que ni sabés, andá a saber qué te hacen, vaya a saber qué clase de gente son. Horacio dijo que eran sus amigos, Buenos muchachos, buena madera, dijo, siempre me ayudan, y yo voy a ir igual, nadie me va a venir a decir lo que tengo que hacer. Entonces Mamá dijo que iba a tener que ir a hablar seriamente con esos maleducados. Y ahí nomás Horacio empezó a gritar y a tirar todo, y hubo que dejarlo solo como hasta las tres de la mañana para que se le pasara el brote y se calmara.
Al otro día, Horacio volvió a la peatonal y, como siempre, pasó antes por la verdulería. Quería anunciarles a sus amigos que se iría con ellos de vacaciones. Pero los muchachos no le dieron bola. En un primer momento pensó que estaban ocupados y que por eso no le prestaban atención. Hasta que se le acercó el dueño de la verdulería. Muy serio, le dijo que ahí nadie había tenido la intención de ofenderlo, que no quería que su personal tuviera problemas legales por un malentendido o por una broma. Y que estaba todo bien, que ellos iban a ayudarlo siempre que necesitara algo, como lo habían hecho hasta ahora con él y con todos los que necesitan ayuda. Pero que hasta ahí llegaba la amistad.
Horacio se quedó un rato más en la vereda, viendo cómo atendían a la gente y acomodaban las frutas y las verduras en los cajones.
Y se fue.
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-Él es Javier- me dijo Horacio.
Miré al muchacho lleno de tics que acababa de sentarse en el mesón.
-Javi- le dijo Horacio a modo de saludo.
-Rúben- contestó el muchacho.
Apareció atrás un chico gordito, con ojeras muy coloradas y el labio brillante de baba. Y otro muy delgado que arrastraba una pierna. Y un hombre mayor con el cinturón ajustado y una remera de Boca Juniors metida muy adentro del pantalón. Y una chica con los ojos en blanco. Y otros más que saludaron a Horacio y se sentaron a esperar la merienda alrededor del mesón. Hubo una leve agitación cuando se escuchó el carrito por el pasillo. Y un festejo cuando la enfermera repartió tazas y apoyó una fuente de galletitas de todos colores en el centro de la mesa
-¿Le das vos?- me preguntó y me dejó una taza con pan adentro de la leche.
A la primer cucharada, vi que Horacio no tenía puestos los tapones que siempre llevaba en los oídos. Tragó y me respondió:
-No los necesito más, ya no me sobresalto con los ruidos como antes.
-¿En serio?- le pregunté celebrando su logro.
Abrió bien grande para recibir otra cucharada. Masticó y miró a los que comían y tomaban en el mesón, haciendo ruido.
-Son mis amigos- me dijo con la boca llena de migas y leche- Todos tarados.
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Mirá, te muestro, con el profe hicieron esta publicación, hay frases dichas por todos y también por tu tío. Siempre nos cuenta las cosas que hacía tu tía Nita, que una vez le puso soda cáustica en vez de sal gruesa a un asado y que otra vez le puso vinagre en lugar de oporto a una torta, qué risa. Y que Hipólito le dice “Chavón Chavoneta, no te ahorques la gallineta” cuando lo ve tocándose. Y que tu mamá se enoja cuando se entera que Hipólito o el Chino le hacen esos chistes con doble sentido. Tu mamá insiste que tu tío eso no, nunca, que es muy inocente, y que es preferible no despertarle las ganas porque va a empezar a pedir que lo lleven a algún lugar de mujeres y quién va a llevarlo. Pero, entre nos, te confieso, tu tío calza un obús del ocho y cuando lo bañamos…si, vos te reís pero sabés lo bien que le hace, no le dan esos brotes… disculpame que te hable así y te cuente estas cosas…a vos te adora, no sabés cómo te quiere… se acuerda de cuando lo llevabas a la cancha a ver al Cele, vos lo entrabas a la platea con el manomóvil y tu abuela le ponía en un bolsito dos pañuelos humedecidos, uno para él y otro para vos, por si tiraban gases y se armaban corridas. Dice que una vez la policía reprimió y que nadie se acercó a socorrerlo. Siempre nos cuenta lo mismo, mirá lo que dice: “claro, en un momento así, del último que se acuerda la gente es del rengo”. Así nos dice y se mata de risa. Y cuenta que vos ese día lo agarraste y lo sacaste de ahí y que le silbaban por la cabeza las balas de goma y los cartuchos de los lacrimógenos. Te adora, nos dice que quiere que te cures, que no tomes más. Y llora cuando lo dice ¿sabés? llora mucho.
Este texto fue adaptado a versión audio libro por La Red Iberoamericana de personas con Discapacidad, a quienes agradezco infinitamente, y puede escucharse en: https://youtu.be/wMGwVXYF590