Al excmo, Señor Omar.

“Una acción sola presentada sea

En solo un sitio fijo y señalado,

En solo un giro de la luz febea”

Aquel que hoy día me conozca o haya oído de mí, pensará que la siguiente historia es ficticia, aunque claro también sabría que no me atrevería a escribir algo que no sea tan real como lo soy yo mismo.

No los culpo por creer que esto es mentira, las mejores mentiras sobre mí, las he contado yo mismo. Pero escuchen atentamente, ¡aquel que se jacta de ser sincero es del que primero que deben desconfiar, demasiada sinceridad te hace parecer falso!

Muchos años pasaron ya, tantos que me avergüenza contarlos, el paso del tiempo no me duele, lo que me duele, querido amigo, es mirar hacia atrás.

El año era 2007, el verano llegaba con sus cuarenta y tantos grados, en la famosa [lamentablemente], ciudad del viento.

Por aquellos tiempos mis amigos eran otros, a los que hoy día, si los veo por la calle, me temo, no los reconocería. Entre los cuatro sacábamos lo peor de cada uno, solíamos recorrer la ciudad en bicicleta comportándonos como indios.

Un particular y tórrido día de verano, estábamos tranquilos en el Parque de Mayo, cuando un chico con el que no solíamos frecuentar, pero con el que teníamos buena dinámica apareció de la nada; era el típico muchacho que no querías tener en contra, pero que no precisamente lo consideras un “amigo”.

Este chico del cual no recuerdo el nombre, vino con una noticia, nos contó que juntó la apabullante cantidad de 50 pesos recogiendo pelotas de golf y re-vendiéndolas en el mismo campo.

La idea, tan sencilla, de juntar plata, tan fácil, era preciosa; caminamos un rato, hablando de nada, ya sabes, esas conversaciones las cuales no puedes recordar que se dijo pero que son un privilegio tenerlas. Un patrullero nos paró, y te juro que en ese momento no era gran cosa para nosotros, lo que tal vez les parezca curioso, a ti Omar y a la audiencia es que de las cinco personas que éramos, la cana, separo el grupo entre los más blanquitos, y los más negros, y a estos últimos, se les pidió que apoyen la cabeza contra la patrulla y se les pidió documentos. ¡Beatus Ille!, hay cuestiones que no cambian.

Solos ya, los cuatro amigos, Damián, Luis, Lucho y quien te habla, sin saber bien lo que íbamos a hacer pero con mucha esperanza, nos dirigimos al campo de golf, este se encuentra en la parte más sofisticada de la ciudad, y es uno de los puntos donde se reúnen las personas más adineradas. Los cuatro no pintábamos nada en ese lugar.

Ustedes conocen la ley de Murphy mis estimados, para los que no la conozcan, va más o menos así “si algo malo puede pasar, pasará”. Nuestro profesor de literatura la utilizaba para enseñarnos el futuro condicional. Más tarde volveremos sobre esta frase.

Yo era un ávido lector, y aun lo soy, de la literatura fantástica, mientras caminábamos por la calle Jacksonville en camino al club de golf, les platicaba a mis compañeros sobre Der Ring des Nibelungen, ópera de Wagner, les comentaba a mis pares sobre la historia, sobre las valquirias, sobre el Valhala, y en mi cabeza sonaba Ritt der Walküren del acto tercero. Cada paso nos envalentonaba; esta era nuestra búsqueda del tesoro.

No éramos pobres, no teníamos ninguna necesidad de dinero, en absoluto, entonces, te preguntarás ¿Por qué? ¿Cuál era nuestro motivo?

Ahora mismo te respondería que, es porque éramos jóvenes y desatinados, pero la historia aún no termina.

Llegamos al dichoso campo de golf, de pastos verdes, y frondosos árboles. Verás, todo el campo está (o lo estaba en ese momento), pobremente cercado, por lo tanto, no tuvimos ninguna dificultad para entrar. A pesar de lo que nos habían contado sobre el campo, y que en nuestras cabezas no estábamos haciendo nada relativamente “malo”, nos movíamos con mucha cautela.

Bien, el negocio era este, tomábamos unas pelotas perdidas, y las regresamos como héroes a sus dueños por una pequeña porción de dinero, por tomarnos la molestia. Si, suena sencillo pero poco plausible. Estábamos tan fuera de lugar, como un pez en la tierra.

Mire a Damián y me devolvió la mirada, los ojos brillaban y sudor corría por la sien, movimientos briosos y a la vez timoratos, ninguno quería hablar, y yo no quería estar ahí.

Pronto encontramos las primeras pelotas, estábamos en lontananza del campo principal, y nos tranquilizó darnos cuenta que éramos fantasmas para aquella gente, sino llevabas puesta una chomba, un cárdigan, o una boina, no eras más que otro árbol en el paisaje.

Luego de juntar una veintena de pelotas y soñando en que nos gastamos el dinero, malas noticias empezaron a llovernos. Llegando al campo principal las miradas de aversión se hicieron difíciles de ignorar, y los guardias del campo nos seguían de cerca.

En el predio nos dijeron que lo que estábamos haciendo era ilegal y que esas pelotas tenían dueños y eran de los dueños del campo, nos quitaron las pelotas, y [no] amablemente se nos retiró del club y sinceramente amigo mío, resultó humillante, especialmente por cómo se reían de nosotros.

¡Qué paradoja dirás!, el club vende las pelotas de golf que le pertenece a la propia gente que ya se las habían comprado al club en una primera instancia.

Nadie parecía quejarse por eso.

 Por otra parte, estábamos encolerizados por las risas de los “enchombados”.

-Viejos ratas- Dijo Damián.

¡Upon them I will visit famine and a fire. Till all around them desolation rings and all the demons in the outer dark look on amazed and recognize that vengeance is the business of a man!

Tú en tu inmensa sabiduría lo sabrás Omar, ¡el orgullo herido puede alentar a un hombre a hacer cosas maravillosas!

Y absortos en nuestros pensamientos, decidimos volver al campo de golf…

Ora caminando, ora corriendo, fuimos a buscar nuestros corceles, en este caso las bicicletas.

Sabrás perdonar si en mi mente confundo detalles con elementos de fantasía, tratare de no hacerlo.

Volvimos y ya se veía el ocaso, esta vez subimos por la calle Jacksonville, esta particular calle va en subida, lo cual nos parecía óptimo para una posible escapatoria.

Llegamos al final de la calle, había una entrada en la cerca, a lo lejos, detrás de una arboleda, estaba la casa del capataz, la cual nosotros no veíamos, los cuatro jinetes estábamos preparados; aunque no había plan de contienda, teníamos fe en nuestra cruzada.

Antes de narrarles lo que está por suceder, retomemos la ley de Murphy de la cual, hay varias versiones; yo quiero referirme al “espíritu” de la ley y una de sus variantes, la cual se supone es la original, “lo que TENGA que pasar, pasará”.

Está no es una epopeya épica, aquí no estábamos emulando al caballo de Troya, no se nos encomendó una tarea divina como a Eneas, nuestro leitmotiv era la venganza.

Era un momento de decisión y no hizo falta más que una mirada repartida entre los cuatro para saber lo que íbamos a hacer, “Media legua, media legua, media legua ante ellos. Por el valle de la Muerte cabalgaron los seiscientos”. Arremetimos.

¡Alea iacta est!

¿Qué sucedió?, ¿nos persiguió una criatura mítica?

Se podría decir que sí.

Subestimamos, inocentemente, la seguridad del campo, al darnos cuenta que detrás de la arboleda, el capataz montaba en un tractor dispuesto a perseguirnos a toda velocidad por el campo. ¿Recuerdas que la calle estaba en picada? Ese detalle fue beneficioso tanto para nosotros como para el tractor.

¡Ah!, paso todo en un suspiro. La cadena de la bici se rompió, la persecución sobre el green, y la eventual huida. Aunque solo dos, logramos escapar…

¡No temas!, tu servidor escapó, junto con Luis, quien ardía en deseos de retirarse a su hogar; claro esto era inconcebible para mí, y, espero, para cualquiera en mi situación, los códigos de hermandad no se traicionan.

A ver, ¿Quién de ustedes traicionaría a un amigo?

¡Beware of the ides of March!

Tome a Luis por el brazo y lo lleve hasta la entrada del club y nos entregamos.

Para quien no lo sepa, el ya mencionado green, es una de las partes más sensibles y por demás, costosas del campo de juego. Por lo que nos metimos en un buen lío

No estoy avergonzado por esta historia, a pesar de que mi comportamiento en ella no sea ejemplar; usted ya sabe Omar, acabe por dedicarme a las letras al igual que usted, ergo entendemos cosas que otros quizá no, y eso no está tan mal.

Toda conversación tiene un fin, y, este, es el fin de la nuestra.