El cosmos vincular, lo vincular, estar siendo en Humanidad y: ¿Qué es vivir adentro y qué es vivir afuera? Y más allá de las definiciones conocidas, estamos llenos de etiquetas que usamos y llenamos a diestra y siniestra, y realmente: ¿Nos hace falta una pandemia para darnos cuenta de esto? ¿Pensamos en esto? Parece que sí y no.

¿Nos comunicamos realmente? ¿Nos conocemos? En una era donde no se atiende el celular como teléfono si no se conoce quien llama, o se elige el modo espera, o pasar el mensaje a la casilla de mensajes, o se prefiere contestar por mensajes de textos o audios de distintos servicios o aplicaciones, o se responde por medio de emoticones, stickers o animaciones preseteadas, renuevo una pregunta que me invade una y otra vez: ¿Y si alguien necesita contar con el otro por una emergencia, sin más preámbulo que escuchar un simple Hola y decir su necesidad, su verdad, y más viviendo todos una pandemia? ¿Atendemos el llamado telefónico sin miramientos? 

¿Qué nos pasa como sociedad? Las relaciones sociales conocidas hasta el momento, parecen que ante las grandes tragedias de la Humanidad, se han desvirtuado, hemos naturalizado comunicaciones que no son comunicaciones, que suelen ser meras, precarias y hasta a veces, falsas informaciones. 

Prestar atención, generosidad que brinda cualquier ser humano, no parece ser la moneda corriente, y transitamos una época donde más necesitamos de esta capacidad. 

Viviremos las cuatro estaciones y más, con pandemia COVID-19 (si el virus lo permite), y roguemos al cielo que no haya una segunda ola de Coronavirus en Argentina. Todos vivimos el día en que se conmemora a cada uno de los trabajadores que ejercen en nuestro país. Soy docente titular hace quince años, todas cátedras obtenidas por concurso público de antecedentes y por oposición, y enseño a 130 alumnos de Tecnicaturas de Nivel Terciario, ahora en forma virtual, y el día del maestro o del profesor, sólo me saludaron el 10% de los alumnos, consulté a los demás docentes de las instituciones en que trabajo y a todos les pasó lo mismo. 

Somos maestros sin escuelas, nuestras casas se transformaron en aulas y nuestra vida privada ya no es tan privada. Yo vivo sola en un monoambiente que transformé en un espacio de enseñanza de televisión, ya que doy clases de Práctica Integral de Televisión en el Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica – ISER – de CABA, y en el Instituto Adscripto al ISER en La Plata. 

Pago luz, agua, gas, impuesto municipal, Internet subsidiando al estado para enseñar; con mis recursos técnicos y tecnológicos, hablando sola en un departamento dando clases por la plataforma Zoom, tomando exámenes virtuales por Google Meet, subiendo materiales al campus virtual de una institución, enviando y respondiendo correos electrónicos de los 130 alumnos, diseñando todo un programa anual virtual para seis cátedras. Cocinando, limpiando, haciendo las compras con todos los cuidados junto a la limpieza de las compras, más los pagos, enfrentando también todas las precauciones del uso de la web y sus estafas. Recibiendo mensajes de WhatsApp a toda hora, llamados al teléfono fijo a las 3 de la mañana y se cortan cuando atiendo, o llamados a la hora de cenar para vender servicios bancarios o un nuevo servicio de telefonía móvil. 

Así comienza el libro «El Maestro» de San Agustín, que la obra es todo un diálogo: 

Agustín: – ¿Qué te parece que pretendemos cuando hablamos? 

Adeodato: – Por lo que ahora se me alcanza, o enseñar o aprender. 

Comunicar es poner en común algo y hoy, no mañana, volver a la esencia es vital, es responder a nuestra propia naturaleza social, a ser seres de palabra. El gran filósofo y pedagogo Paulo Freire nos ha legado, y doy fe, que la educación se construye en el encuentro con el otro. Esto es así, aquí y en China. 

La falta de comprensión del significado y el sentido de una clase grupal y no individual, que hace que el estudiante en línea sólo satisfaga sus deseos, y no el saber consciente con otros, porque tener conciencia es más que ciencia y la parte nunca es superior al todo.  

La disolución social a la que asistimos, se acelera día a día en esta vívida pandemia, donde no están las instituciones sociales sólidas ni la infraestructura necesaria para una vida digna, de adentro hacia afuera y de afuera hacia adentro. 

Esto también llega a la soledad del aprendizaje en aulas virtuales y en el uso de los recursos tecnológicos para la comunicación, el arte y el esparcimiento. Todos corriendo atrás de megas para bajar películas, poder jugar en línea, ver partidos de fútbol, y poco o nada para compartir con los compañeros de clases virtuales, aunque sea materiales de visualización, textos y diseños. Mientras tanto el WhatsApp grupal de la clase funciona para que un alumno pregunte qué hay que hacer para la próxima clase, porque entrar al correo o al campus virtual suele ser un trabajo que no se considera amigable y la respuesta a la pregunta, no es inmediata sino que se transforma en un insólito teléfono descompuesto de respuestas inconexas, porque al no prestar atención a las consignas dadas escritas y verbalmente en la clase virtual, la comprensión brilla por la ausencia. 

El acto y potencia de pensar, también parece que ha caído en desuso. Y cuánto necesitamos pensar, y más en estos momentos que debemos estar alertas ante los síntomas de COVID-19, o para repensarnos como Humanidad, por ejemplo. 

Nos hemos olvidado que vivir, también es pensar y ahuyentar las etiquetas y la mundanidad miserable que nos condena a la exacerbación de un individualismo que nos lleva a la muerte de la civilización. 

¿Cuánto dolor puede llevar el hombre, por dentro y por fuera, que destruye al todos y todo lo que somos? 

Lo opuesto a la vida es la muerte. Y así como la prueba que vivimos es la respiración y el latir del corazón, y eso ya es la gloria, la muerte que nos rodea con esta pandemia: se huele en el aire de cada día. 

No ver los nombres de todos los argentinos que fallecieron por causa del Coronavirus, ni las condolencias a sus familias, me exaspera diariamente, necesito que esto se imprima públicamente porque es un antes y un después en la historia de nuestro país. 

Deseo que se instale en un parque de cada una de las provincias argentinas, de Ushuaia a La Quiaca, una obra que conmemore todos los muertos de esta gran tragedia, que refleje el paso de una pandemia en nuestro territorio nacional. 

El entendimiento es la clave para volver a empezar. Primero pensando y repensando, no sólo para reflexionar, sino para ser verdaderos agentes del cambio, y ser la Humanidad amorosa, honesta y valiente, la que merecemos, la que necesitamos, para luchar por ella, que al fin de cuenta es lo que somos.