Hace algún tiempo volvíamos desde la playa con Mel y las nenas y nos agarró el semáforo en el empedrado del puente en la terminal vieja. Unas diez personas de todas las edades se ofrecieron a lavarme el auto. En realidad lo lavaban a la par del ofrecimiento, lo que me hizo reír. Yo venía con la camiseta de Olimpo y los diez eran de Villa Mitre. Con una sonrisa irónica me preguntaban por qué me ponía esa camiseta y uno de entre todos me miraba con cara de malo en lugar de seguir el tono de gastada de los demás. Cambió el semáforo, monedas, saludos y seguimos.
En los 33 años en los que viví en Bahía Blanca, los 33 como hincha de Olimpo como mi viejo y mi abuelo, es lo más cercano que estuve a vivir una situación incómoda por la rivalidad entre Olimpo y villa Mitre.
Creo que había un límite autoimpuesto, inconsciente, que hacía que las cosas nunca pasaran más allá de las piñas y algunas piedras en los peores momentos. Claro que había recaudos, de las vías para allá mejor no llevar la camiseta y cosas así, pero nunca esperando nada extremo.
En el pasado, cada control policial en relación con el
Clásico resultó efectivo. Imagino que algo tuvo que ver ese límite que teníamos, creo, como ciudad, pero también porque el grado de impresentabilidad del control de ayer fue histórico.
Algo gravísimo pasó ayer. Gravísimo en serio. Una persona murió en esas increíbles y absurdas circunstancias. Pero además algo se rompió, un límite se cruzó y eso nunca permanece aislado.
Enfrentarse a balazos por las calles tiene consecuencias a futuro, porque se exigen revanchas, se pasan facturas, se pide más violencia.
Espero que el rostro del hincha muerto no se convierta en bandera exigiendo venganza.
Cuando Olimpo entró en el cataclismo actual como institución, al menos veía con una sonrisa que se recuperaba el clásico. Ahora creo que no debería jugarse otro clásico más en la ciudad.
Espero que me equivoque y que esto sea un hecho aislado y no el comienzo de algo peor.
Párrafo aparte la nota a los vecinos de la cuadra de Falucho que tenían en el medio de su calle, en la puerta de su casa, a una persona muerta rodeada por la policía, y pedían que le filmaran el parabrisas roto de su auto mientras preguntaban a mí esto quién me lo paga. Ni una referencia a la muerte, sólo enojo por el vidrio roto que iban a tener que comprar. Hay una aceptación de la muerte en ese marco, pero una indignación frente a la destrucción de la propiedad privada.
Si un partido de fútbol no es fiesta, entonces no es nada.