Uno trata de pensar con la cabeza del servicio penitenciario. Mi seguridad como docente, la de todos los civiles, la de los presos y la de sus compañeros es responsabilidad del servicio. Todo mecanismo de control que limite la autonomía del preso genera seguridad. De ser por ellos, imagino, todas las cárceles serían de máxima seguridad.

Pero cada medida que implique la pérdida de autonomía dentro del penal es un paso atrás en el objetivo de resocialización de quienes están presos, objetivo base de la Ley 24.660, ley de ejecución de las penas. La palabra resocialización es conflictiva, llena de grises, muy cuestionable. Pero ni entremos en eso. El objetivo según la ley es la resocialización.

Alguien preso pierde autonomía al punto de volverse una especie de adolescente. Todo lo tiene que pedir, negociar. A veces los escuchan, a veces no. Como un pibe con sus padres. La recuperación de la autonomía es parte de la resocialización.

Ahí está la pelea. Por un lado el servicio penitenciario, que siempre se manejó de manera endogámica, sin que nadie le pidiera demasiadas explicaciones y por otro lado la escuela, disputando espacios y obligando a justificar las decisiones que se toman.

Hay una película interesante, El experimento. Ponen civiles voluntarios a actuar de presos y de guardias en una cárcel de mentira para hacer estudios psicológicos. Si se exceden en el trato, si utilizan la violencia física, pierden y se van sin cobrar. Un civil que hace de guardia se excede y nadie lo reprende. Entonces se excede de nuevo y cada vez más hasta que se transforma en una especie de dictador sin límites.

La mayoría de los guardias son más jóvenes que yo. Dos alumnos míos del nocturno quieren meterse para penitenciarios. Dos buenos chicos de clase trabajadora que están terminando la secundaria a la noche y que ven ahí una oportunidad laboral.

Vos vas con el guardapolvo blanco de niño grande exigiendo más educación porque es un derecho. El guardia dice que la razón por la que no todos «bajan» a educación es una cuestión de seguridad. Vos sabés que los conflictos ahí adentro incluyen siempre facas, sangre, promesas de venganza que se concretan en pabellones. Algunos no bajan porque van a cobrarse cuestiones personales a la escuela, que es el lugar en el que los pabellones se juntan. No hay que ser hipócritas, las consecuencias de no atender a esas cuestiones quedaron en evidencia con sangre en los pasillos de la escuela.

Pero si no va a la escuela, difícil que se resocialice. No sé cómo resolver eso en la cabeza.

Alguien que delinque violenta un derecho. Va preso a una institución en donde la violencia se multiplica. Cómo desmantelar esa violencia es la clave de la resocialización. «No todo pasa por la educación», me dice un alumno. Y puede que tenga razón, pero yo no tengo más que libros para ofrecer. Un horizonte artificial, en todo caso