Hace siete días se sugirió en esta publicación de TFK que el gobierno dividirá al país en niveles, según el nivel de contagio de covid-19 de cada región. Al día siguiente, Alberto Fernández dio una conferencia y habló de “segmentación por criterio epidemiológico”, que es más o menos lo mismo pero con mayor vocabulario técnico.

Entonces, pasada casi una semana desde el anuncio, ¿qué tendría que pasar en Bahía Blanca para subir al segmento siguiente? Para aglomerados urbanos inferiores al medio millón de habitantes, como es el caso de nuestro partido, hay cinco condiciones. Veamos el estado de cada uno:

Esta semana hubo 5 casos nuevos en Bahía, todos vinculados al HAMgate, al nuevo foco en el Hospital Penna o personas que volvieron del exterior. Seguimos entonces sin tener transmisión comunitaria, que es uno de los requisitos. Otro de los requisitos es que la cantidad de contagiados no se dupliquen en 15 días o menos. También cumplimos con esto (hoy hay 36 casos, hace 15 días había 22) Hasta acá los puntos indudablemente positivos.

El tercer requisito dice que se tendrá en cuenta “la evaluación de la densidad poblacional y la vulnerabilidad del área”. El texto no es muy claro, a priori, lo que parece ser una cobertura de los gobiernos nacionales, provinciales y municipales para resguardarse ante decisiones que les parezcan erróneas, así que es difícil concluir si Bahía cumple o no.

El cuarto punto exige que no se movilice más del 50% de la población una vez desregulada la cuarentena. Esto, obviamente, no se puede anticipar. Hay que esperar que las actividades estén en movimiento y ver sobre la marcha.

Finalmente, el punto más complejo: “que el sistema de salud sea capaz de atender la demanda sanitaria que la población requiere”. Mis humildes conocimientos médicos no permiten evaluar esto, pero el HAMgate y los contagios del Penna son alarmas al respecto. Tal vez haya que esperar a que ambos hospitales se regularicen para subir al siguiente segmento por criterio epidemiológico. Veremos cómo sigue la semana que viene.

¿La pandemia o la cuarentena?

Nicaragua es un caso muy experimental por estos días. Gobernado desde hace más de diez años por Daniel Ortega, sandinista, siempre refractario a las políticas norteamericanas, se ganó el obvio título de populista y rechazos internacionales por doquier.

La llegada del coronavirus no modificó sustancialmente nada de esto. En el país centroamericano la situación está estable, con menos de 20 casos en todo su territorio. Por supuesto, no le faltan a Ortega los cuestionamientos por la forma de enfrentar la pandemia (mucho más laxos que los de otros Estados) así como las infaltables dudas sobre la veracidad de los números.

La cosa es que el gobierno nicaragüense organizó una pelea de box. La única pelea de box del mundo, la promocionaron. La entrada era gratuita y se esperaba una multitud. Más allá de la inquina de los medios multinacionales sobre los controles sanitarios del evento, hubo un método de prevención que me llamó la atención y que quizás pueda evaluarse para otros casos. Se colocaron en los ingresos del estadio, alfombras con lavandina, para desinfectar las suelas de todos los espectadores y evitar que esparzan covid-19 por todos lados.

Cuando llegó la pelea, contrario a lo que se esperaba, fue muy poca gente. En un país casi sin infectados, con una cuarentena muy flexible y siendo el único evento deportivo del mundo, fue muy poca gente. La razón, dedicada con amor a todos los defensores del mercado, es que lo que paraliza la economía no es la cuarentena, es la propia pandemia.

Porque la pandemia trae miedo y, años en una Argentina inmersa en problemas bursátiles, nos han enseñado que no hay nada peor para el mundo financiero que el miedo. El miedo hace que la gente no se juegue, no invierta. El miedo hace que la gente ahorre, se vuelva conservadora. El miedo hace que la gente se encierre y piense. Que no compre por impulso, que se busque la autosuficiencia, que surja la solidaridad.

En países como el nuestro, además, tenemos un Estado más presente que el de otros, con asistencialismo y ayuda financiera a baja tasa. El otro cuco de los mercados: un gobierno fuerte y populista que puede estatizar todo en un segundo o poner impuestos alocados a los millonarios. El ogro filantrópico.

Con toda esta intro, lo que se quiere plantear es que la economía se va a caer con medidas de aislamiento o no. Plantear la desregulación de la cuarentena como si fuera una perilla que automáticamente levanta la actividad económica es desconocer la realidad más elemental. Es el nuevo mito neoliberal, con aroma a sentido común, que pone a los pobres que necesitan “el mango” al frente, tapando a los grandes conglomerados financieros que están detrás. El nuevo versito de los neocon, que quieren convertir en hit. Como hacernos creer que abrir las importaciones iba a bajar los precios, que alinearse con los países serios nos iba a convertir en uno de ellos, que beneficiar a las grandes empresas derramaría trabajo sobre todos nosotros.

Y va a pasar lo que pasa siempre, ya les cuento el final. Estos librepensadores y economistas de prestigiosas universidades acusan, desprestigian, manipulan data hasta lograr que el Estado les haga caso y flexibilice la cuarentena. Uno o dos meses más tarde, la curva de contagios se va a ir al carajo y los que promovieron todo el bardo van a estar dando videoconferencias en Harvard o consiguiendo un puestito en el sector privado. Desaparecidos de los medios y de la vida pública o reaparecidos, con excusas fascinantes, para justificar lo injustificable. ¿Y la economía que tanto defendían? Mal. En uno o dos meses no va a llegar a recuperarse y el nuevo brote de coronavirus nos llevará al comienzo de todo, como Sísifo con su piedra, con cuarentenas aún más duras y mayores restricciones.

Las apuestas de Alberto y Bolsonaro

Pero no hace falta la confianza en mí profecía. Basta con mirar a Brasil. El presidente Bolsonaro milita como un psicópata en contra de tomar medidas de confinamiento. Es el representante extremo de los defensores del mercado y gobierna la primera potencia latinoamericana, con el apoyo de Donald Trump. Sin embargo, la mayoría de los gobernadores de su país contradicen sus decisiones, así como la mitad de su gabinete y gran parte de la población, ejecutando un aislamiento de facto. La economía brasilera baja igual y no están atacando el problema del coronavirus que amenaza con batir records mundiales en nuestro vecino carioca, con una única apuesta, sin plan b: que el virus, con sus muertos y padeceres, pase lo más rápido posible.

Si Jair Bolsonaro tiese razón y todo esto se tratase de una gripesiña pasajera, los argentinos habremos tenido unos meses de caída económica y después seguiremos los pasos de nuestros hermanos para recuperarnos. Si el que tiene razón es Alberto Fernández, Brasil está a las puertas de una de las peores tragedias sanitarias de su historia, con una consecuente crisis económica mayor a cualquiera de las conocidas. Los riesgos de una apuesta contra la otra no soportan lógica ni ideología. Es como apostar un tele contra una casa.

Una dosis de optimismo ecológico

Otra cosa que no están teniendo en cuenta los psicópatas del mercado, es que la economía se va a recuperar, aún en cuarentena. Va a sufrir un proceso de adaptación, bajarán algunos archimillonarios, subirán otros, pero el ingenio humano superará las trabas y generará ideas revolucionarias. Esto no es el apocalipsis de nada.

Incluso hasta se puede ir más allá y regocijarnos con la rápida recuperación de nuestra naturaleza, que nos brinda ejemplos constantes de aires más puros, aguas más cristalinas o faunas asomando el hocico. Se pueden cuestionar algunas viejas prácticas hasta con los ojos de la eficiencia empresarial. Antes, cientos de clientes se desplazaban hasta el local a comprar los productos. Ahora, un delivery, que a veces ni siquiera consume combustible, recorre la ciudad hasta la casa de los clientes, optimizando recursos y desplazamiento de las personas.

También está el tema del teletrabajo, modalidad que necesita un aggiornamiento legal urgente, pero que disminuye los traslados y su consecuente emisión de dióxido de carbono. Los beneficios también serían sanitarios. La contaminación del aire es uno de los principales generadores de enfermedades respiratorias en el mundo, sobre todo en ciudades industriales y superpobladas donde el uso de barbijos ya estaba habitualizado, y estamos ante la posibilidad de una reducción considerable de estos gases en la atmósfera. Por no mencionar la baja global de accidentes de tránsito, una de las principales causas de muerte y lesiones graves del planeta.

¿Puede alguien pensar en los pobres?

Ya se dijo que los sectores empresariales más concentrados y sus analistas suelen exponer el eslabón más débil ante la opinión pública, convirtiéndose de un día para otro en defensores de pobres y ausentes. Para sus exégesis parecen sugerir un estadio prepandémico con niveles escandinavos de pobreza y la llegada de la cuarentena como el descenso de toda la clase trabajadora (feliz día) a los infiernos tercermundistas de la indigencia.

Lo cierto es que veníamos atravesando una crisis descendente que no parecía tener salida. La reactivación se esperaba, con suerte, para 2021 y la evolución de la inflación en los primeros meses del gobierno no cumplía con las expectativas. Y ese es otro punto para Alberto en la falsa dicotomía economía vs cuarentena. No se jugó una Ferrari a punto caramelo. Su apuesta fue un Falcon lleno de recuerdos al que ningún mecánico le encuentra la vuelta.

La pobreza era un problema que crecía. El hambre era un problema que crecía. Y hoy de repente el Estado tiene un montón de herramientas para combatirla: las jubilaciones, la AUH, las tarjetas Alimentar que el gobierno sacó antes de la pandemia y la recientemente implementada IFE. También los comedores, las organizaciones sociales, las iglesias, las escuelas, los bolsones, hasta la caridad es bienvenida, porque si logramos el hambre cero en Argentina habremos dado un paso humanitario trascendental en relación no sólo al 2019, sino a toda nuestra historia.

Más gente de lo habitual está dispuesta a combatir la indigencia con nuestros impuestos, porque el coronavirus actual anula uno de los principios básicos del capitalismo. La gente no puede salir a generar ingresos, no ya para subir en la escala social, sino para sobrevivir. Y es entonces donde surge la pregunta incómoda ¿quién va a pagar la coronafiesta?

De momento hay tres opciones que flotan en el descontaminado aire que podrían costear el hambre cero. El impuesto a los ricos, el cese de pagos total o parcial de la deuda externa o un nuevo endeudamiento, posiblemente con el FMI u otros organismos similares. Espero que los argentinos hayamos aprendido la lección y debatamos sólo entre las dos primeras iniciativas.