El día es caluroso y húmedo, sabés que cualquier cosa que toques va a estar pegajosa, cruzás la calle y llegando a la esquina ves que en una tapa metálica de la vereda hay un murciélago muerto. Primero no lo entendés, es un segundo en que no hay palabras en tu mente, después es un murciélago muerto y vuelve el contexto como una maceta que te cae en la cabeza. La pegajosidad, detalles olfativos de una brisa con algo putrefacto, pero sobre todo la certeza de que estás llegando tarde. Tu transpiración brota indecorosa, vas lo más rápido que podés y para lograrlo tenés que concentrarte. Estás en el límite de lo que controlás y lo que no y aun así, o capaz que por eso mismo, se te filtran imágenes del murciélago. Es un dibujo ordenado, el cuerpo en ángulo recto con un lado del cuadrado metálico, boca abajo, simétrico. Te parece que en ese murciélago muerto hay algo aséptico.
A la vuelta el animalito sigue ahí. Parás, querés tener una foto de eso, pero te llega un mensaje: nació neftalí. Y tu impulso morboso queda en suspenso.
666 dice de antes pasar por Ferracorsi y tomar un café gratis, que les queda en el camino. Vos no querés pero van igual. Entran con actitudes opuestas, 666 no esconde su entusiasmo, nunca podría, vos vas atrás sintiéndote a cargo y físicamente una ameba. Está clarísimo que arrastran roles del pasado en una actividad que también viene de esa otra época. Ves que se mete en una de las salas y saluda gestualmente a los presentes, ves que circula, se te va alejando y por un lado pensás que es mejor porque ya empezaste a cansarte, su compañía irradia algo que te consume. Al rato se acerca y te comenta en secreto el nombre completo del fallecido, eso nada más y vuelve a irse. Por ahora nada de qué alarmarse. Mirás a tu alrededor, la asistencia es alta, te diluís fácil entre seres tan neutrales, colores sobrios, perfumes bastante correctos, se armó un murmullo cómodo y te dejás llevar. Aceptás el café que te ofrecen y estás al borde de relajarte cuando ves que 666 está en la sala del difunto con ese aura maldita que hace años aprendiste a reconocer. Se miran y sale a tu encuentro a una velocidad medio desubicada, te dice que vayas a la sala del difunto con él. Te negás discretamente y empieza a levantar la voz, se viene el huracán, pensás con angustia. Es un personaje inestable 666.
Un comentario que te hace enojar: 666 se volvió inestable por sus adicciones. Pasaste por discusiones incómodas, “el flagelo de las drogas” tuviste que escuchar, vos de color rojo ya no importaba todo lo coherente que fueras, eso nunca gana, lo único que conseguiste en estos casos fue gente asustada mirándote con los ojos bien abiertos, personas mayores en silencio evaluando qué tan peligroso era tu brote. Una vez todos comían helado y surgió esa cuestión y estropeó el postre. A partir de eso buscaste una cara más o menos seria que podría significar acuerdo o desacuerdo y eso te alcanzó. Se dejó de hablar de sus momentos de “alta inestabilidad”. Violentos. Y del episodio espectacular piromaníaco que bien te sirvió de excusa para cortar relaciones. Todo eso se fue enterrando solo y años después este reencuentro llega con algo de jurídico, un punto pendiente de un contrato.
666 tiene un tema con las manos, se le seca mucho la piel, se le escama, se le agrietan los dedos y se forman heridas transversales chiquitas que a veces evolucionan a lo que parecen letras chinas. A sus letras chinas de herida 666 les da un significado, una suerte de traducción. Te acordás de una que tuvo en el dedo gordo casi por un mes, esa fue infancia. Después otra equivalente en la otra mano, esa fue abstinencia.
Un comentario que te hace enojar: lo veo bien a 666, lo veo recuperado. Ese comentario nunca termina ahí, se hace necesario repetirlo, hay unos segundos de insistir sobre lo mismo que no pueden significar otra cosa que duda. 666 mismo ha llegado a decir que está bien. Y tres cuadras después hace contacto visual con la vereda y confiesa: nadie está bien. Aquella vez de verlo mirarse con la vereda se te reveló un 666 completo, tan repugnante como querible, cargando con su visión podrida del mundo, aguda, siempre dispuesto a quemar todo y romper paredes a patadas.
666 te arrastró al lado del cajón y llora desconsoladamente al muerto anónimo, hay otras gentes pero no se inmutan. Reflexiona a media voz, está en trance pero vos entendés lo que pasa, el núcleo duro de sus emociones quedó expuesto y hasta que eso cierre van a salir monstruos. 666 no puede digerir, implora por sentir un peso que él tenga que atajar y que le haga doler los huesos, que le duela algo en su cuerpo y no sea todo tan terroríficamente abstracto. Es fugaz pero te llega a parecer que no hay nada más sensato que llorar desconsoladamente a un muerto ajeno.
Van saliendo del lugar y los sorprende todavía el ámbito de lo diurno.
Decís de antes pasar a comprar un regalo para el bebé. 666 no quiere, pero van igual. Encuentran una juguetería chiquita abarrotada de objetos, 666 ignora toda presencia humana, detecta enseguida una zona de robotitos y se pone a mirarlos muy de cerca, con los lentes de sol puestos. Nena o nene? te pregunta el chico que atiende. Te quedás pensando. No sé, Neftalí. Neftalí, repite él. No es que importe, aclara medio a la defensiva. Al fin encontrás unos murciélagos de peluche que te gustan pero sólo ves rosas y celestes, colores inaceptables desde hace décadas. Sin que preguntes nada el chico interviene: esos también los tenemos en arcoiris. Arcoiris está perfecto, dice un 666 de buen humor, y se le dibuja una sonrisa loca.