Las vampiras Tucumanas no se enamoran como las de Hollywood.

Hay una constante que se presenta, casi como un oropel vacío; hay una constante justo ahí, en el corazón de todo material teórico, en el comienzo de cada párrafo, en el entusiasmo de cada crítico literario, de cada gran pensador, e incluso en el silencio textual que cala hondo pintando de blanco una hoja de Word, o quizá un papel magro arriba de una mesa de madera en el centro de una habitación vacía. Esa constante no es solo externa, no es solo el reflejo de un malestar general provocado por una demanda social, no es solo histórica; sino personal, sino vital, sino humana: y es un problema que responde al orden de las palabras. Es que las palabras, pueden realmente corroer cuando están ausentes, pueden provocar un eco angustiante en su silencio, en su vacío, en su carencia, sí que lo pueden, pero las palabras también pueden construir en su presencia algo único, algo de verdadero valor, algo que hace desaparecer toda desgracia, o en el mejor de los casos, algo que ayuda a metabolizar el dolor para transformarlo en algo más, en algo útil; no solo para el lector, sino para el propio escritor. Las palabras, en fin, pueden crear, y crear este hecho no es menor, más en un contexto dónde nos limitamos a copiar y reproducir.

Frente a las preocupaciones: aquellas insensatas, imprecisas, solemnes y austeras: Drogas y un libro de poesía a la moda de Guadalupe Valdez Fenik reivindica una resistencia. Una resistencia vital y literaria. Una resistencia vital porque se encuentra en post de surfear una angustia que nos excede cómo sociedad de forma precisa. Y una resistencia literaria, porque en un contexto dónde las propuestas raramente confrontan a los modos canónicos, encontrar un estilo y una voz extraña que arriesgue, cada vez resulta más difícil. Sin embargo, la originalidad en este caso no es un problema para la poeta; sino una oportunidad. Es de este modo que Guadalupe Valdez Fenik propone, por momentos, una especie post-poesía confesional, en donde la candidez, la microscopía de detalle y la densidad psicoanalítica con la que se revela, devela temas clínicos y privados: es decir, por momentos hace público lo más íntimo. De este modo reivindica el uso del material crudo, íntimo y psicológico, proveniente de su propia vida como un combustible perfecto.

Como escribió Fabián Iriarte; “la poesía confesional representa la apoteosis de la subjetividad en la escritura”. La subjetividad yace en la elección, descripción y evaluación del objeto elegido por la poeta para su poema, incluso en aquellas ocasiones en que el objeto es la propia poeta escribiente. Pero aquí radica lo interesante: podemos pensar la auto-referencialidad emulada por G.V Fenik cómo una propuesta de rebelión, más en un contexto donde la impersonalidad gana terreno. De este modo, en Drogas y un libro de poesía a la moda la poeta desnuda el yo pero no lo despoja, sino que intensifica sus «obsesiones», presentando de forma concisa un lenguaje visceral: placer, soledad, obsesión, locura, sexo, y también contemplación.

Al igual que Sharon Olds: la poesía de G.V. Fenik, parte por momentos desde el cuerpo, ya que allí se encuentran las emociones a través de las cuales capta el universo exterior, aquí un ejemplo: Transmuto con drogas/la noche de año nuevo/ necesito limpiarme/La impostora se arranca las escamas/ la piel hambrienta/ los pies en el aire/ Bailo con mujeres rotas/en telas brillantes.
 En palabras de Victoria Scholnik: “el cuerpo es un laboratorio de sensaciones que nos revela marcas en el ambiente, difíciles de tocar si cuando uno mira, solo ve formas, razonamientos, secuencias”. Pero en este caso: “la percepción es un engranaje entre las huellas de nuestra propia mirada y es lo que irrumpe en el cuerpo en el momento en el que estamos expuestos a lo que vemos”. Las imágenes en la poesía de nuestra escritora son precisas, y las representaciones claras. La precisión se ve presente: en la problemática maternal (pienso en dos poemas: querida mama, y plan de huida), en la ruptura utópica de un sueño general de un futuro, en el sexo, en las amigas que siempre están, o en el camino que se traza de Tucumán a Buenos Aires: en el volver para ver lo que antes no, aunque su tierra, como dice la poeta, siempre la acompaña.

 Es así que la intensidad de su mirada se vuelca en su técnica: que a su vez no responde solamente a las decisiones estéticas, tales como las palabras que se usan, sea el coloquialismo, el uso de puntos, el corte de los versos, sino también a la intensidad de nuestro contexto social: la noche, las drogas, el rock n roll, las tradiciones, las redes sociales, el pensar en poetas que ya no están, el dinamismo estimulante del querer todo en todo momento, o en el peor de los casos; no saber que querer. Frente a todo esto G.V. Fenik arrasa, y por momentos va más allá: incluso, arriesga jugando con el lenguaje creando su propio gíglico cotidiano, que a diferencia de Cortázar, no evoca escenas del idilio, sino de lo cotidiano y lo indescriptible: como ocurre, por ejemplo, en el poema flashastica o una madre.

Remito a Iriarte nuevamente, son tres instancias temáticas las que sirven de piedra angular para el examen de la subjetividad en lo que se considera poesía confesional, las cuales se presentan por momentos en Drogas y un libro de poesía a la moda: la poeta puesta frente a sí misma en una búsqueda de la identidad y de las marcas de su identidad; la poeta frente a la experiencia límite de la muerte, que define su identidad a la vez que dibuja los contornos de lo subjetivo; y finalmente la poeta frente a su propia escritura, en la manifestación concreta de la subjetividad. Es así, que cada una de estas consideraciones se presentan distribuidas en cada uno de los dos capítulos: “la muerte de Atahualpa” y “vaqueliticas, hijas de la oscuridad”.

 Pienso como ejemplo, en el último poema del primer capítulo:

En algún momento dejé caer el ideal: la casa, el marido con barba y progresismo, la biblioteca enorme con raíces en las montañas. El típico sueño de los que nos vamos: volver a llevar lo que aprendimos, volver a llevar nuestro arte. ¡¡ Como si allá no hubiera uno!! Invitar amigxs poetas de todas las latitudes a comer empanadas sería muy divertido, posar de provinciana a lo Atahualpa, crear una mística de “retirarse a las montañas para crear”, etc. Pero algo del sueño murió, se rompió en pedazos, porque entre tantas mudanzas perdí muchos libros, perdí gente, perdí a esa chica y al marido. 
 Eso sí, me acompañan hombres buenos y mi gata camina entre las macetas con flores. La luz atrevida del sol estalla contra las hojas de los árboles y me impide olvidar. No es que las montañas no estén en mí, vuelven como imágenes de mi vieja leyéndome un cuento de una mujer que dirigía un circo, o de mi padre leyendo el diario y comentando los sucesos de la política local. Vuelven las tardes fosforescentes tomando drogas en Raco con amigas. Pero ahora, solo un viento fresco entra por el balcón, escucho Loli Molina y en la mesa un cuaderno con los poemas que escribo.

En palabras de Bossi, es cierto que estamos frente a una apuesta poética hilarante y conmovedora, que va del poema en prosa al verso libre, de la inocencia a la ironía. Es cierto que la poeta presenta de forma genial una fatalidad idílica y solitaria, que convive provocando gran tensión durante todo el librito. También es cierto que estamos, en definitiva, ante una poeta contemporánea que sin dudas vale la pena ser leída.