Recuerdos Raídos de un Joven Brujo con el corazón partido.

  Los libros, cómo las personas, no aparecen cuándo queres, sino cuando más lo necesitas, y no sabías que lo necesitabas. Hace exactamente un año me encontraba trabajando en una heladería en un pueblo recóndito del interior de Buenos Aires. También hace exactamente un año terminaba de leer mi libro del verano: El Elefante Desaparece de Haruki Murakami. Hoy es lunes, y afuera (cómo en una película de Woody Allen) está nublado y pareciera que va a llover en cualquier momento. Entonces la nostalgia no forma parte del decorado; sino que es el corazón mismo de la película. Hoy es lunes, y tuve un sueño, como M. Luther King Jr. Yes, I lived a dream, pero a diferencia del fantástico activista: mi sueño no fue legendario, ni será recordado por una generación combativa: es apenas un sigilo escondido en los suburbios de internet.
El sueño consiste en lo siguiente: junto a X. conocía a Haruki Murakami. Nos encontrábamos (y no me pregunten por qué) en algún pueblo perdido de la India, en dónde había una playa con elefantes bañándose en la orilla del mar junto a muchos barcos pesqueros que se distinguían en el horizonte. Bajo la lógica del sueño: Haruki Murakami no era un escritor famoso del best seller, sino un hombre corriente que atendía un Quiosco de esos que suelen estar abiertos hasta la madrugada: un quiosco de algún pueblo turístico. Y fue por el motivo de acercarnos junto a X. a ese Quiosco para comprar cigarrillos que lo conocíamos.

Hay detalles en la historia que se me escapan: pero en un momento del sueño terminábamos los tres en la rambla, al frente de la playa observábamos a los elefantes bañarse en el mar. Y a esta altura del sueño ya habíamos logrado establecer suficiente confianza cómo para que el quiosquero Haruki Murakami nos hiciera una confesión: “pese a tener un empleo normal anhelo profundamente ser un escritor”. Nos confesaba que escribía poemas y cuentos frecuentemente, la gran mayoría en servilletas de papel: aprovechaba los breaks laborales dónde los turistas bajaban a tomar sol y escribía, escribía, escribía. Luego decía lo que para mí era una gran revelación: “pronto voy a publicar mi primer libro de poemas y quiero que ustedes sean las primeras personas en escuchar el último poema”. Haruki Murakami acercaba su mano al bolsillo de su pantalón, y sacaba de allí un bollito de papel maltrecho. Lo desplegaba y en la rugosa hoja podía verse un extenso escrito con letras ilegibles. Se hacía un silencio que parecía infinito. Haruki, primero nos miró a los ojos, y luego en un ejercicio de concordancia, miró la hoja en sus manos. Comenzó a leer el papel con tranquilidad. Lo leía y te juro que era el poema más hermoso que había escuchado en mi vida. Era un poema tan hermoso que terminábamos llorando, X. y yo de emoción. Haruki Murakami de orgullo. Eventualmente la tarde pasaba y el cielo iba cambiando de amarillo pastel a violeta. Luego Haruki rompía la hoja a la mitad, nos regalaba ambas partes y nos invitaba a acompañarlo hasta el mar. Allí, en una orilla se despedía de nosotros. No recuerdo con exactitud la formalidad de la despedida. Decir que él se convirtió en un elefante es muy pretensioso: pero sería un hecho lindo, casi ideal, así que digamos que así se despidió de nosotros: se acercó al mar, y a medida que iba incorporando el cuerpo al agua mutaba a elefante, un elefante que luego de caminar adentrándose al océano se traslucía y desaparecía muy tenuemente, como si fuese aire o una gran neblina.

Sin embargo, la última imagen que conservo del sueño es de X. y yo acostados en un sillón. Eso es lo último que recuerdo con nitidez. No sé si hay alguna forma de interpretar la aventura del subconsciente por completo. Cómo en el principio, también en el final de la historia hay un punto de partida que me gusta, y es la sensación de la primera vez que se lee un libro: la de formar parte de algo especial e incomprendido.