En realidad, yo no quise vomitar el auto de mamá.
Esas cosas no son decisiones adrede; no es algo que uno elige o no hacer.
Digamos que son eventualidades preconcebidas por un cuerpo que no responde al deseo propio, (claro, si es que separamos el cuerpo de la mente, y escribimos que el cuerpo y la mente no son una Unidad: sino entidades separadas).A veces es como si el cuerpo tuviese vida propia: supongo que por eso escribió Spinoza que; nadie sabe lo que puede un cuerpo.
Igual, es mejor empezar por donde corresponde:
Era 2011 y tenía catorce años.
Si, esa es una buena forma de empezar la historia.
Y cuando era 2011 y tenía catorce años me mudé a Monte Hermoso.
Eso es lo que ocurrió. Nos mudamos a un departamentito junto a mi mamá.
Era mí primer año en Monte Hermoso, y mi segundo año de secundaria. Me sentía un extranjero: sin embargo, no me costó hacer amigos. Por eso quiero aclarar algo: la convivencia con mi mamá era delicada. Y dicha convivencia delicada se gestó por las malas notas de la escuela, por teñirme el pelo de rojo,  por ausentarme de casa con frecuencia, pero por sobre todo: la mayor discordia se generó por mis amistades.
Cuando tenía catorce años mi mejor amigo era Sebastián Monroy.
 Al Seba lo llamábamos por su apellido: el Monroy. Porque básicamente los Monroy tenían un apellido en el pueblo: eran cinco hermanos, y se decía que ninguno de los cinco hermanos se comían ninguna. De alguna forma esa expectativa que generaban entre la gente hacía que nadie les levantara la voz, o les hablara mal, o los mirara mal, o les dijera nada. El Monroy era el menor de los hermanos. Así que yo, al ser su mejor amigo, formaba parte sin querer de esa expectativa general que atosigaba a la gente del pueblo. La cuestión es que a mi vieja no le gustaba para nada que me juntara con él. Me decía que iba a terminar mal, me daba advertencias y amenazas frecuentes que de todas formas ignoraba.

                                                                                      ***

 El acontecimiento ocurrió el jueves.
 Fue el jueves que inauguraba el primer día de la Fiesta de la Primavera. (La Fiesta de la Primavera, para quienes no la conocen, es casi un evento histórico en la vida de un adolescente Montehermoseño. Se suelen hacer durante cuatro días recitales de rock con bandas medianamente consagradas a nivel popular, en consecuencia de este hecho el pueblo se llena de turistas de todas partes y la costa se tiñe de un ambiente festivo).
 El jueves decidí ratearme de la escuela.
A las 12:30, en lugar de ir a clases, fui a la casa del Monroy.
Cuando llegué me encuentro con El Monroy y otro chico más.
En ese momento, el Monroy me cuenta que había invitado a un amigo suyo de Bahía Blanca. El chico se llamaba Cristian Libertad. Le decían así porque él había nacido en Villa Rosas y era fanático del club del barrio local: llamado, precisamente, Libertad.
Cristian Libertad era dos años más grande que nosotros. Era muy ominoso, tenía ojeras, y parecía un oso panda. 
 La primera vez que nos encontramos Cristian Libertad dijo:
“¿Este es el Quiroga?” y mientras tanto miraba al Monroy para luego volver a mirarme a mí de arriba a abajo.
“Si” le dije, “soy yo”.
“Sos re chiquito man, cuantos años tenes, ¿diez?”
después se rió y dijo:
“Es joda man, es joda”.
Cristian Libertad nos contó sus pericias bahienses. Nos dijo que formaba parte de la barra local: así que se vivía cagando a piñas con los hinchas de otros clubes, como las barras de Villa Mitre, de Comercial, o de Liniers. Nos narró cuando fue a jodas clandestinas en los barrios de White, cuando se coló en el boliche de Rossini y el Reino. Nos contó que robaba estéreos de autos para hacerse unos pesos. Y que una vez compró, sin saberlo, una Zanellita que era robada y tuvo que quedarse detenido un par de horas en una comisaria. 
 Esos relatos fueron tajantes, y despertaron cierta fascinación.
Pensé que tenía que ganarme su respeto de alguna manera y eso intenté hacer.

                                                                                  ***

El jueves  nos la pasamos caminando toda la tarde.
A eso de las seis estábamos en el centro del pueblo, dando vueltas por la peatonal. Me había impactado la cantidad de gente que había. Era mi primera Fiesta de la Primavera y desconocía el ritmo que manejaba. En ningún momento tuve expectativas previas, así que todo el paisaje era una novedad. Era, digamos: una revelación.
Nos sentamos junto al Monroy y Cristian en un banquito al frente de Sacoa.
Estábamos pensando en hacer algo a la noche.
Cada uno tiró una idea: Cristian Libertad dijo que nos podíamos juntar con unas amigas suyas de Bahía, pero que se iban a juntar con nosotros si es que encontrábamos un lugar dónde poder escabiar y escuchar música. El Monroy sugirió ir a la playa. Pero descartamos enseguida esa idea porque no teníamos una conservadora para guardar el alcohol, tampoco teníamos algún parlante dónde escuchar música.
Recordé lo siguiente: a la noche mi mamá tenía que trabajar.
Ella trabajaba en el Casino. Entraba a las nueve de la noche y salía alrededor de las cuatro de la mañana. Entonces teníamos tiempo de hacer una previa. Pensé que esa era mi oportunidad. Les propuse una idea: yo ponía el departamentito en el que vivía para hacer una previa, pero con una condición: “Solamente si son pocas personas” dije.
“Si man, son tres amigas solamente, vos confía en mí” contestó Cristian.
 Cristian Libertad le avisó por un mensaje de texto a las chicas que había encontrado un lugar. Cuando se hizo la hora en que mi vieja debía ir al Casino a trabajar, decidimos ir al departamento y para ordenar todo: colgamos luces de navidad alrededor de las cortinas, El Monroy le pidió prestado a sus hermanos un equipo de música y un pendrive con un mixtape de cumbia berreta. Después fuimos a comprar un par de birras, un vino, y pedimos una docena de empanadas que cenamos mientras mirábamos televisión.

                                                                                         ***

Alrededor de las doce Cristian Libertad me dijo que las chicas ya estaban saliendo para el departamentito.
Cuando escuché el timbre le dije a Cristian que vaya a abrir.
Regresó y entraron por la puerta, no tres pibas, sino cerca de quince personas: un menjunje de gente desconocida. La mayoría eran muchos más grandes que yo. Algunos llevaban remeras del club de fútbol y entraron riéndose de forma muy exagerada.
Me puse nervioso.
Pensé: “este es un gil de mierda, me re chamuyó”. Pero no dije nada.
Empezamos a poner música y repartir los vasos para escabiar.
Cristian se acercó y me presentó una amiga suya: Micaela.
Micaela tenía un pircieng en el costado del labio y se encontraba tomando vino con jugo en un vaso de metal.
Pensé: «tal vez no estaba tan mal lo que esta pasando».
Algunas personas empezaron a fumar cigarrillo en el departamento y les dije que abrieran la ventana, o de última que salieran al balcón. Mientras tanto yo bailaba con Micaela.
Me había empezado a divertir; sentía que el vino me había hecho efecto. Cristian se acercó, y me preguntó si podía invitar a otra gente amiga de Bahía que estaba buscando un lugar donde previar.
Le dije que no había problema.
Eventualmente Micaela me preguntó lo mismo.
Le dije que tampoco había problema.
El lugar empezó a llenarse de gente.
Me di cuenta que el departamento estaba quedando chico: así que decidí abrir la puerta de mi habitación para que la gente se distribuyera con mayor comodidad e incluso ofrecí ir a la terraza.
Después miré la hora: eran apenas la una y media de la mañana.
Sobraba tiempo.

                                                                                       ***

 En un momento había mucha gente alrededor de la mesa, así que decido acercarme, y veo lo siguiente: Cristian estaba sentado tratando de desmenuzar con las manos una gran piedra marrón. Cuando nota que lo estoy mirando, me devuelve la mirada y me dice: “amiguito, voy armar un par de porros”.
Me sentí nervioso: pero le dije que no había problema. Él siguió desmenuzando la gran piedra marrón y armó alrededor de cuatro porros. Cuando terminó: me regaló uno a mí.
Micaela, que estaba al lado mío dijo de ir a fumarlo juntos.
Nos acercamos a la ventana para compartirlo. Estaba nervioso: traté de estirar ese hecho lo máximo posible. Empezamos a hablar sobre música. Micaela me dijo que le encantaba Spinetta, sobre todo Pescado Rabioso. Cómo vio que estaba nervioso y que no iba a activar, ella agarró el porro que tenía en mi mano derecha, y decidió prenderlo. Sentí un olor fuerte. Me lo compartió, la primera seca me hizo toser: pero no sentí ningún efecto. Eventualmente seguimos fumando, hablando y compartiendo el mismo vaso de vino. En un momento, mientras fumaba me disocié: sentí un golpe; fue como si me pegaran con un bate de beisbol en la nuca. Empecé a sentirme raro. Entonces abrazo a Micaela y le digo que la quiero mucho. Ella me aparta y se ríe: en ese momento me empiezo a reír yo también, y pensé: “uuuuuh no, que hiceeee”, pero no lo pensé, sino que lo dije en voz alta. Micaela me preguntó si es la primera vez que fumaba y le digo que “sí”, pero en realidad no dije nada, sino que lo estaba pensando. Me lo vuelve a preguntar, entonces esta vez le digo que “sí”, que era la primera vez que fumaba. Me dijo que lo disfrute, porque las primeras veces son excepcionales. Después me ofreció un chicle; era un Beldent de menta. Tardé mucho en sacarle el papelito, así que me terminé comiendo el chicle con el pedacito de papel metalizado que lo rodeaba. Mientras fumábamos me doy cuenta que el departamento era un caos: los pibes estaban fumando en cualquier lugar, las puertas de las habitaciones estaban abierta y alguien estaba saltando arriba del sillón. No me importó.
 En un momento se produjo lo que Slavoj Zizek llama un desequilibrio cósmico: miré a Micaela, y pensé en besarla, y lo hubiese hecho; pero la puerta de la entrada del departamento se abrió de par en par, y la luz blanca del living se encendió encandilándome. Había llegado mi vieja del trabajo: había salido dos horas y media antes. Cuando entró y vio esa fiesta improvisada: se frikió. Apagó la música y pegó un grito tan fuerte que todos salieron corriendo. Yo me quedé estático: no había correspondencia entre lo que deseaba hacer y lo que estaba haciendo. En el escape recuerdo que volcaron la bebida y se rompieron un par de vasos: pero todo muy lentamente, todo como en esos sueños donde queres escapar y el cuerpo te pesa.

                                                                                             ***

 Con la luz encendida me di cuenta que el lugar estaba muy sucio. A todo esto: yo estaba parado en el mismo lugar, quieto, con el porrito en una mano y el vino en la otra.
Mi vieja cuando me vió así me metió un voleo en el orto que me hizo reaccionar.
Como dije antes, con la luz prendida el departamentito se presentaba como un caos: había algunas manchas de vino en las paredes, el piso estaba pegoteado y en la mesa habían rastros del prensado. Cuando fui al baño, noté que alguien había vomitado en el bidet y se encontraba suspendido en el aire un olor horrible a cigarrillo. Una mirada de mi mamá fue suficiente.  Y todo parecía indicar que lo peor había concluido, pero escuchamos un griterío desde afuera: salimos al balcón y pasó esto: dos pibes intentaban levantar a otro chico, el cual se encontraba llorando desconsoladamente. Se ve que cuando llegó mi vieja y empezó a gritar el chico se encontraba en el balcón fumando, y al ver que todos por alguna razón salían corriendo, en un ataque de inconsciencia alcohólica decidió escapar saltando del balcón a la callecita. Cayó mal y se rompió un tobillo. Dos amigos suyos que estaban igual de borrachos intentaban ayudarlo a recomponerse. Mientras tanto un grupo de pibes y pibas que habían asistido a la previa miraban desde cierta distancia. Entre ellos estaba Cristian Libertad abrazando a Micaela.
Cuando los pibes que estaban abajo nos vieron, nos empezaron a pedir ayuda porque tenían que llevar a su amigo al hospital. El pibito del tobillo roto lloraba y le pedía por favor ayuda a mi mamá. Y acá pasó algo raro, porque no recuerdo con claridad el resto de la historia, solamente hay imágenes: es un loop intermitente desarrollado en escenas continuas cada vez que parpadeaba. La situación puede ser transcripta a partir de fotogramas:

1) Estoy mirando desde el balcón a los tres chicos que gritan desesperados.

2) Estamos bajando la escalera junto a mi mamá.

3) Estamos adentro del auto, y mi mama está intentando encenderlo. Detrás se abren las puertas y entran los tres chicos.

4) Veo las luces de la avenida Faro Recalada cómo si fuese la primera vez que viajaba en auto por aquella avenida.

5) Los tres pibitos estaban agradeciéndole a mi vieja a cada rato. Le decían que era la mejor persona que conocían en el mundo.
“Te amamos profe” decían.
Por alguna razón pensabas que era una profesora de la escuela.

6) Yo estaba en silencio. Me recosté en el asiento. Sentía que todo me daba vueltas. Tenía entre ganas de reír y de llorar al mismo tiempo.

5) Cuando noto que llegamos al hospital. El auto frena, me siento mareado, hay una presión que nace desde el estómago hasta la garganta: me falta el aire, apenas me muevo y entonces: vomité.