Era del año la estación maldita;
el sol, estancado en pleno ocaso
como si las calles no pudieran digerir
su partida, o el duro asfalto se negara
a dejarlo hundirse a su lecho;
el aire inmóvil, sólo perturbado
por un pulso de origen desconocido,
el lento latido de una fiera que derribó a otra,
desgarró su piel, bebió su sangre,
y satisfecho con la carne cruda de su enemigo,
busca una caverna donde hibernar.

Pero la noche llega, y las ráfagas
que dicen vos no descansarás,
y la sombra que huye tu mirada
mientras la perseguís para apartar los ojos
de lo que bien sabés te aguarda en el cielo.

¿De dónde viene esto, o más bien,
por qué te importa si no te creés
ese cuento de que un génesis cualquiera
sea algo más que un parto accidentado
y sobre todo azaroso,
donde no hay clave, enigma o secreto
que te saque de vos mismo, o de Buenos Aires?