Tiene unos cuantos condimentos que hace rato son habituales en pelis y series hechas para adolescentes nada inquietos: la intención de identificar a un público joven mediante personajes jóvenes que buscan algo así como «el sentido de la vida» en términos bastante palmarios, un discursito más bien newage (los personajes son superhéroes índigos en cuyo futuro descansa algo así como «el porvenir de la humanidad»), el nombre de la serie suena como sensei (maestro oriental). También están las infaltables pinceladas de anarquismo light, las corporaciones conspirativas antagonistas y la recurrencia a tópicos fantásticos (en este caso, una especie compleja de telepatía comunitaria).

Me llamó la atención la abundancia de escenas de sexo homosexual explícito y el protagonismo de la transexualidad. Ahí fui a mirar y resulta que la serie está hecha por les hermanes Wachowski (les de Metrix) que desde no hace mucho se hacen llamar hermanas. Como elles tienen cierto talento para poner en escena problemas de la cultura contemporánea (por algo Matrix se ha vuelto una metáfora sobre un montón de cosas que no deja de citarse), presté un poco más de atención.

Hay ocho personajes en distintos lugares del mundo y con vidas diversas: un negrito de Kenia pobre pero honesto, emprendedor y entusiasta, una frágil diyei islandesa medio punk que refiere vagamente a una Bjork sin gracia, una empresaria coreana millonaria llena de culpas paternas y obligaciones y experta en artes marciales, un policía cabeza de Chicago acosado por el ejemplo de un padre de mierda, un ladrón alemán de cajas fuertes acosado por el fantasma de otro padre de mierda, una casamentera virginal de la India que es fan de Ganesha, un actor mejicano puto de closet y una chica trans lesbiana y hacker.

Dado el yeite fantástico telepático (y de alguna manera telekinético), los personajes se intercomunican y se hacen presentes en sus mutuas vidas, ayudándose en los trances más difíciles casi sin querer. Esto da lugar a interesantes montajes de transición: dos personajes interactúan en lenguas distintas y espacios y circunstancias diferentes. La historia de cada una de las vidas es bastante simple, pero la trama sostiene su tensión dramática en en la medida en que las historias se relacionan, se complementan, convergen. A propósito: el truco de poner personajes que ocupan por momentos el lugar de otros aparece también en la serie “Orphan Black”, en la que también se juega con la homosexualidad y lo trans.

Este concepto de estructura narrativa hace juego con la propuesta ideológica. El subtítulo de la serie es “I am we”: así como alguien puede cambiar de sexo y ser «otro» para ser más feliz, los jóvenes índigos mutan su estructura cerebral hacia una semi colectiva, en beneficio de la humanidad. La idea de lo trans (sexual) subjetivo aparece como asunto «político» en un sentido alegórico: yo soy trans, soy yo y otro; por eso también puedo ser «el otro» y ser simpático con su vida.

Lo trans como pasaje y como eje, la transición como tema y como asunto ideológico: de un cuerpo a otro, de un sexo a otro, de una vida a otra vida, de una ciudad a otra, de persona del común a un «ser elegido», ¿de una era a otra «nueva era»? La soñada integración de las diferencias en un contexto de colorida exaltación de “la diferencia” y de la subjetividad.

Para satisfacer cierto anarquismo ingenuo que es propio de los autores, la cosa por momentos se vuelve un festival de los setentas, el sueño lisérgico de un jipi emocionado: los ocho personajes cantan la misma canción al mismo tiempo y fantasean con orgías de ocho, mientras cada uno está en su casa tomando un té.

Hipótesis veloz: el superhéroe newage puede ser un ángel como en OA, o un desconfiado que se vuelve creyente y volador como en Matrix, o un grupito de putos angelados como en Sense8, pero no deja de ser un ser superior con valores política y estéticamente subordinados al sistema. Para usar categorías viejas y pasadas de moda, diría que se trata de integrados que hablan con nostalgia de un apocalipsis que no conocieron.