L- Gante fue elegido “uno de los cincuentas artistas más importantes del mundo” por la revista digital estadounidense Pitchfork. Entonces alguna gente comenta en las redes “¿Artista…? Naaa…”.

Pareciera que hoy, más que antes, se consideran las cosas casi exclusivamente por la función que tienen, sin tener en cuenta lo que “son” más allá de su lugar actual. Que lo son porque lo han sido tradicionalmente, porque fueron tal cosa en algún momento, porque tomaron cierta forma históricamente. Pero no: si se consume como música es música; si se consume como salchicha de cerdo es eso aunque sea harina de soja, grasa de mono y colorante.

La prensa por ejemplo: es entretenimiento, propaganda fide, aglutinación y validación de las ideas hegemónicas del neoliberalismo, ficción que sostiene unas cuantas creencias. Parece ya lejos de alimentar la duda, la curiosidad, la novedad, la posibilidad crítica, el deseo de conocimiento, la necesidad de ubicarse históricamente. Parece lejos de tener una relación íntima con lo que se hubo llamado lectura.

Tal cosa pasa con lo artístico. Si unos cuántos valoran con su presencia, sus aplausos, su ansias y su actividad comercial o lo que sea a un objeto, este objeto es considerado artístico porque cumple esa función social y económica; no importa cómo la cumpla.

Si encontramos algunos pedazos de madera y nos sentamos encima ¿es eso una silla? No nos queda otra que pensar en eso porque las astillas de la madera nos agujerean las nalgas.

¿Es el consenso un criterio de verdad? Somos pocos en el mundo los que negaríamos que esto, que parece hace tanto tiempo una mesa, es una mesa. Sin embargo, no somos tan pocos los que decimos que no es arte la mayor parte de lo que circula y se vende como arte, ni es razonable lo que circula como razón.

No intento resucitar ningún tipo de esencialismo. Se trata más bien de identificar la condición humana histórica. Los cambios en las funciones de las cosas sucedieron siempre, asunto inevitable que en sí mismo no es un signo de deterioro de la cultura. Por ejemplo: la lectoescritura fue un signo de estatus social, y ahora es un signo de equidad mínima necesaria, se cumpla o no.

 Pero ¿siempre las cosas han cambiando de función para que vivamos mejor? Evidentemente no. Vale preguntarse ¿pará que cambian estas cosas que están cambiando?, ¿en función de qué cambian?, ¿qué se cambia para qué?

El asunto es que el rédito y su acumulación es la función que se usa de patrón: se prioriza extensamente, digitalmente, cuantitativamente, y no en profundidad y sentido. Ya no tenemos derecho a decir que tales textos son funcionales al poder o a la esclavitud o la idiotez, porque no parece haber alternativas en marcha.

La satisfacción supuesta posible, inmediata, subjetiva y única, el borramiento del espacio común (todo es flujo, es contable, es digital) aparecen para que nuestro intercambio con las cosas y las personas sea cada vez más financiero, más refinadamente capitalista, menos nuestro, más privado, más privatizado. Ilusión de libertad para que la gente se crea libre como un jipi pelotudo y se explote a si misma suponiendo que elije.