Hace bastante tiempo vi una muestra ejemplar en el espacio de la Fundación Telefónica. El artista se llamaba Eduardo Kac y exponía lo que llamó «instalaciones transgénicas». Lo central del trabajo eran experimentos genéticos puestos en instalaciones que a su vez estaban publicadas en la red. En algunas, los usuarios de Internet podían intervenir afectando el proceso de ciertos materiales orgánicos (plantas, células). (Quisiera aprovechar este párrafo para declararme exento de toda objeción moral vinculada a los experimentos genéticos, exeptuando ocasionalmente aquellos reazliados con animales humanos).

Algunas de las obras estaban, además, subtituladas así: «Interactivas en red» y «Telemáticas». Aquí mi primera inquietud: el gesto de acompañar la propia obra con un léxico abundante y ruidoso me produjo un tipo de molestia que podría llamar «la picazón del adorno», y que me remite a problemas de economía en los discursos y en los textos artísticos. Pero dejé en suspenso la desconfianza y miré y pensé en los objetos esos y sus circunstancias activas, que de eso se trataba.

Pasé a mirar y, en seguida, apareció mi segunda inquietud parecida a la primera: no solo el léxico sino tambien lo instalado, las referencias y la exhibición de los soportes -los instrumentos de la invención y de su comunicación- ocupaba mucho espacio. Nada nuevo, ni el gesto de ocupar espacio con la exhibición de procesos e instrumentos, ni los instrumentos mismos. Comparación: voy a ver una pintura y delante de ella están colgados los pinceles, las tinturas, los paquetes vacíos de las galletitas que comió el pintor. Y también hay cartelitos con explicaciones de regímenes escópicos posibles para acomodar mi mirada: ponga una lupa, mire de lejos, ponga música de Katunga mientras mira, etc. Todos los que andan por ahí me dicen azorados que el artista usó… ¡tela y pinturas! Pero otra vez, en un mood casi escencialista, empujado por mi bondad, fui despejando. Aunque sé que no se puede separar paja de trigo en el campo telemático ni en ningún otro campo.

Había una parte de la obra que eran unos televisores modernos que iban pasando las repercusiones periodísticas de la obra de Kac. Abundantes palabras en casi todas las paredes me hicieron pensar en mala literatura todo el tiempo. Aunque el artista diecía en una pared que «el arte es un modo no literario de… etc»

Muestra de la muestra: una frase del génesis en la que Dios ordena al hombre explotar la naturaleza había sido transpuesta a código morse, y esa frase en morse a código genético. Este código genético se había incorporado a una bacteria. Los usuarios de Internet podían enviar una orden para que se expusiera la bacteria a una luz ultravioleta y así intervenir en su evolución. De todo esto, en un ambiente oscuro, peludo y suave, se veía: primero -por supuesto- el texto explicatorio, luego una caja de vidrio con la bacteria que cada tanto recibía un chorro de luz, y, sobre una pared, la bacteria amplificada en otro televisor moderno.

No había allí ningún objeto o sistema de objetos que reclamara o regalara al ojo trabajo artístico. Tampoco había a la vista, ni implícito ni referido, algún acercamiento a idea o crítica de algo, o metáfora o posibilidad de intuir alguna cosa que no fuera lo explicado e ilustrado. La única metáfora -en el mejor de los casos- era de maestra jardinera y reaccionaria: está bien hacer intervenciones genéticas porque Dios nos dio permiso.

Cuatro líneas atrás caí en la palabra que va a hacer que este comentario termine antes: unos cuantos artistas viven de ilustrar mal ideas pobres. Esto, que es lo que me quedó de la muestra, tambien estaba pobremente explicado en un cartelito pegado en la pared. En el cartelito, el artista declaraba que para él «el arte es filosofía material». Lo leí cuando ya me iba, y me ilustró -con palabras, no con materia- sobre lo que ya me había molestado de entrada.