(Advertencia: este articulito es viejo, pero además es medio largo)

El otro día comenté que me molesta por cuestiones ideológicas cierto uso de la palabra “independiente”, sobre todo en el campo del arte. Entonces se insinuaron algunas ideas interesantes. Tal vez sirvan a propósito estos apuntes que me habían quedado de unas discusiones en un blog de hace como quince años.

Se habla de cine independiente, editoriales, bandas, centros culturales, etc. La expresión ha coagulado y parece que todos entienden lo que quiere decir. Pero ¿hay acaso algún entusiasta que crea que -por ejemplo- el cine independiente existe y pueda explicar de qué se ha independizado o de qué es independiente el cine independiente, cómo se ha independizado, etc.?

Es bueno asistir al proceso de endurecimiento de una expresión porque en sus blanduras previas, en sus usos diacrónicos, se ven cosas. Entiendo que la palabra independiente de acuerdo a esta función es casi nada más que una marca publicitaria cuyo uso afecta por definición a una majada de distraídos de cierta buena voluntad.

En sentido estricto nada es independiente. Por cierto, las ideas se aclararían bastante si los que usan sin cuidado la expresión se sintieran obligados políticamente a articular la preposición «de», pero eso implicaría que tuvieran atenciones que de hecho no tienen o no ejercen, que da lo mismo. Entonces el «de» lo pondré en cuestión porque por algo ha estado ausente.

¿Qué se está diciendo ahora y masomenos aquí cuando se dice arte y -más específicamente- cine independiente?. Se connotan en el uso de la expresión independencias de: los grandes capitales y su correspondiente ideología, la industria del arte y sus limitaciones e imposiciones, el mercado y sus regulaciones, los lugares comunes de la forma que derivan de las regulaciones del mercado y de lo comercialmente funcional… etc. Hay más, pero estas son comprobables revisando los textos subsidiarios del mercado independiente, por ejemplo: blogs, páginas web, periódicos de circulación interna de festivales, reseñas en los medios masivos, discursos institucionales ad hoc.

Las connotaciones listadas (atributos del uso del término) son profundamente equívocas en casi todos los casos si se las coteja con los productos a los que se refiere. En algunos casos puede verificarse cierta independencia en uno de los puntos de la lista, independencia que se relativiza o anula por la «dependencia» en otros.

Por ejemplo: un pibe hace un mediometraje que se presenta con éxito entre algunos jóvenes críticos y parte del público en el festival de cine de Mar del Plata. Se dice que es independiente: gastó muy poca plata, no viene de una productora ni de una universidad, etc. Pero el discurso de esta obra es trivial y reaccionario. Entonces ¿qué importa si lo pagó una cooperativa conformada por los que hicieron la peli, el papá del pibe que tiene una fábrica de medias o la Warner? En tanto se trata de un producto/ mensaje de los medios masivos (más o menos restringido, pero con las predeterminaciones de la comunicación masiva) lo que importa a lo público es el resultado.

De este uso equívoco o impreciso de «independiente» resulta una productividad publicitaria funcional, más allá del relativo cinismo de cada uno de los que lo usa (Alguien dice que «nadie se lo cree» a esta altura). Este uso, con sus equívocas connotaciones libertarias incluidas, es representativo de un sentido ideológico pertinente al ambiente artístico y por lo tanto al cinero, que yo llamaría «romanticismo postjipi».

Romanticismo postjipi. El romanticismo postjipi afecta no solo la lectura pública del material (calificación de «independiente» y predisposición a ver no sé qué) sino al material mismo (su producción, su selección y su retroalimentación). No hablo de un mero rótulo de márketin (ningún rótulo es solamente eso) sino de un síntoma en un cuerpo estético/ ideológico. El romanticismo posjipi es bastante reaccionario.

El romanticismo postjipi es hijo del progresismo de la clase media. Comparte con él unos enunciados políticos. Trato de ordenar los que me parecen más propios:

1.La ilusión de la existencia de enemigos/ opuestos políticos fantasmagóricos muy homogéneos y muy amplios, tales como: capitalismo, globalización, mercado, productos comerciales, etc.

Estos enemigos estereotipados permiten el ejercicio de una facilísima oposición tranquilizadora de conciencias menguadas. En el mejor de los casos, tenemos -entre las llamadas independientes- una cierta cantidad de películas plus «independientes» que no recurren a los capitales de la industria y sus condicionamientos de mercado, aunque reproducen acríticamente en su producción, comercialización y estética los mismos mecanismos en su propio minimercado. ¿Es menos capitalista el chino de la esquina que Wallmart?

2. La fetichización de lo artesanal
El progre ha creído a Sábato y comulga con Galeano. Su hijo, el romántico postjipi, debe desconfiar de lo industrial, de la tecnología y de sus consecuencias culturales. Esto es lo que llamo romanticismo: irracionalidad que niega condiciones humanas básicas.

La expresión en el cine de tal tontería es (separemos lo inseparable) temática y formal. Una cinta mal construida y poco clara puede ser aceptable en la selección que la califica como independiente si deja entrever su buena voluntad «humanista» y «sensible». En el mediometraje premiado en Mardel, el tema era una preocupación de maestra jardinera expresada de manera completamente superficial: ¡la incomunicación entre la gente en esta sociedad urbana deshumanizada! El lector puede imaginar muchos lugares comunes como este, que conformarán el ideario posjipi independiente.

Tal fetichización de lo artesanal implica otro asunto derivado y paralelo: si una película no es o no parece mainstream, ya merece una consideración especial. Pero si -como decía- lo que importa es el resultado, aquí es donde uno debe usar el famoso programa liberador de espacio en disco conocido como «pero dejate de joder». La gran mayoría de las películas buenas que hemos visto no entrarían jamás en esta categoría de «independiente», al contrario, son completamente “industriales”. Hitchcock marcaba tarjeta y cumplía horario en los estudios tanto como un obrero de la Ford.

En cuanto al dilema mainstream/ no mainstream relacionado con la calidad de los productos, parece obvio que son asuntos independientes: puede se malo y comercial, bueno y comercial, malo no comercial, bueno no comercial, etc. Pero, dado el romanticismo postjipi, hay en ciertos ámbitos la creencia de que si no es comercial ya tiene algo de bueno.

3. La exaltación cristianoide de la voluntad
Vestido como está el «independentismo» con este adorno místico libertario que se exhibe en festivales, críticas y otros contextos decadentes, sus productos cuentan con un sustento adicional explicativo previo, que dispone el ánimo de aquellos que van a ver, más que la película, la transpiración voluntariosa y sufriente del backstage.

Entonces, el contacto con tal sudoración cristiana produce resbalones en los que se confunde lo que se hizo con lo que se dice que se hizo y con el trabajo que – se dice- costó hacerlo. La película es una mierda, pero resultará buenísima si se produjo en Chechenia mientras alguien bombardeaba y el polvo de los edificios destruidos caía sobre la silla plegable de lona del director.

Pero -otra vez- si nos importa el resultado, la intención nunca es lo que vale. Alguien se levanta a la mañana a comprar cigarrillos y no puede salir de su casa porque la puerta está bloqueada por una montaña de mierda. Cuando consigue salir, enchastrado, recaliente y confundido, se encuentra con un tipo con una cucharita de té en la mano que le pide que lo aplauda porque estuvo haciendo una pila de mierda con la cucharita durante toda la noche.

Se preguntará «¿con qué ideología abordo la independencia de cierta ideología?”. Diría que en ciertos aspectos no podemos dar cuenta de nuestra ideología en tanto su cualidad «estomacal», profundamente arraigada. Pero acordemos en confiar un poco en nuestra desesperada vocación crítica, y en las de otros.