Palomeque Querido.

Hay que llamarse Palomeque Querido, y sobrevivir. El Palomeque te lo habrá impuesto alguno de los borrachos que acompañaron a tu padre a anotarte. Por broma o porque le gustaba, andá a saber. El Querido era el apellido de tu madre, bastante común por la zona: le venía, decían, de un español que anduvo por los cerros “repartiendo simiente”, hace años. Mamaste de los pechos escuálidos de tu madre, que ya había alimentado a otros siete antes que vos, y que todavía iba a atender a otros cuatro más adelante. Para nosotros eras el Palo, o Maca, según la época. El ranchito de tu familia estaba al fondo de la finca, en un vallecito donde decían que algunas noches aterrizaban avionetas. Cuando lo acompañaba de recorrida a mi viejo, mientras él atendía sus cosas, vos y yo íbamos a tirarle piedras a los árboles. Mi viejo después me decía que no me junte con esos rotosos. Los primeros años de escuela fuimos compañeros, te acordás? Vos te la pasabas borroneando hojas Rivadavia con los colores de los cerros. Ya eras raro, pero por algún motivo, yo diría que por alguna percepción, los chicos te respetábamos ese raye. Después, cuando con mi familia bajamos a San Salvador ya no te vi más. Hasta aquella vez de la exposición. Nos llevaron con la escuela a un acto en la gobernación y ahí estabas vos, paradito al lado de un cuadro, primer premio y mención de honor. Creo que fue Tizón el que te consiguió la beca para ir a Buenos Aires. Y te fue bien. Muy bien. Cuando te nombraban en algún suplemento cultural, en Jujuy eras noticia. Hablaban del Rothko de la puna. Nada que ver. Yo no entiendo de arte, pero las pinturas del Rothko ése eran bandas de colores. En las tuyas se respiraban los cerros, los terracotas, los ocres, los violetas. Y se ve que para los que manejan el negocio del arte, esa maldición de llamarse Palomeque Querido, y haber nacido en un ranchito del color de tus cuadros en vez de maldición les pareció una ventaja. Firmabas con todo tu nombre, bien grande y al pié de cada cuadro. Palomeque Querido se convirtió en una marca, en un símbolo. Y en una muy buena inversión.

No te juntes con esos rotosos…

Te cuento que con el tiempo a mí también Jujuy me quedó chico. Me dí cuenta bastante rápido que marcar la pista para las avionetas como hacía mi viejo no era negocio. El negocio estaba en otro lado. Me fui haciendo un lugar. Hice mi diferencia. Hasta me di el lujo ayer de comprar dos cuadros tuyos, fijate. Sé que es una muy buena inversión y un legado para mi hijo. No fue fácil. Nunca fue fácil. Por eso alguna cosa puede salir mal. Ahora resulta que ellos creen que me quedé con un vuelto. Capaz. En este rubro no hay explicaciones que valgan. Así que acá estoy, jugado. Sé que de ésta no salgo. Pero sabés qué Palo? Sabés qué Maca? Te vengo a hacer un favor: quiero que nos vayamos juntos, vos desde arriba y yo desde abajo, juntos. Y el momento es ahora. Yo ya no tengo otro tiempo que el ahora, en este acto tan finoli en el que a vos te van a entregar un premio Konex o algo así. Lo que no tengo decidido es el momento. Cuando te llamen al escenario o mejor cuando salgas por esa puerta. No creo que me lo puedas agradecer, pero te voy a ahorrar la desgracia de los años de vejez y decadencia. Vamos a salir juntos, vos en la cumbre de tu fama y yo no voy a morir como narco, sino como el loco que mató a un talento. Mi muerte es inevitable. La tuya, por mi hijo, me resulta imprescindible. Palpo el bufoso en la sobaquera. Se abre la puerta. Ya veo nuestros dos nombres en las noticas. El tuyo, Palomeque Querido, afeando los titulares.