Dejarte llevar por tus sentimientos implica una realidad con tus creencias que condicionan tu “crecimiento”, con signo de pregunta.

Basado en tus convicciones, las cuales limitan tu poder de ser. Si es que de algún modo hay algo para ser o propiamente por el ser. Que será de mí, con signo de pregunta.

Cosificando la realidad, tu rol, definido o no, es uno que de hecho cumples. El mundo que te abarca no implora tu participación más que desde la vieja utopía hecha regla de supervivencia, en cuanto a lo que debe de ser. Dicho de otro modo y tal vez más o menos suspicaz, realmente con cierto sincericidio personal.

Utopía, que palabra. Por definición encontramos que la misma nos remite al siguiente juicio o anhelo:” Proyecto, deseo o plan ideal, atrayente y beneficioso, generalmente para la comunidad, que es muy improbable que suceda o que en el momento de su formulación es irrealizable.” Como una de sus acepciones, claro que cada una de ellas va muy personalizada, con cada quien y con cada cuales.

Es tan capciosa como la misma felicidad, pareciese ser que cuando introdujeron estas palabras en nuestro vocabulario fuimos formulando cuestiones inalcanzables como hecho ficticio que sostiene nuestro día a día. Imposible, irrealizable, palabras que sostienen nuestro derecho al conformismo de querer sujetar el horizonte para llegar a tan vertiginosa situación o lugar. Tal vez, hasta vital en cada uno, siempre queriendo alcanzar la zanahoria que llevamos por delante.

Sobre qué bases ahondamos nuestros sueños, prorrogando la falta de nitidez que implica no verte feliz o realizado como ente autómata de predicciones azarosas sobre tu mundo, una teoría fundamentada desde la razón o razones que supone o suponen importancia.

Implicando un fin determinado en donde exista una constancia en el uso de tu pulmotor, el nuestro por supuesto, existencial ante tanto surrealismo hipnótico denominado realidad.

En nuestro caso el social, como índice subjetivo de realización en las doctrinas subyacentes, beatificadas en tus creencias y anhelos en cierta superficialidad banal. Estereotipada en sujeción de un para qué, en cada asunto preponderante. Sin visitar a un psiquiatra para que manifesté tu grado de sensatez al ser evaluados por la tecnocracia participativa de lo que yace aceptable o no, lo que canonizamos y dista entre el bien y el mal, bello o no.

Distribuidos en una cultura que condena tu percepción por palabras claves, endocrinas, donde se detallan los pensamientos limitantes que te permiten o no, verte, sentirte y reconocernos en plenitud sobre los roles complementarios al ex sistema feudal devenido a capitalista.

La cultura es la cadena que te esclaviza.

Nos vemos inyectados a la graciosa melancolía que en auge te subordina a cierto nivel de consumo para fortalecer tu confort, el mío también. Vulnerado con objetividad por sobre todo lo que te falta para que logres obtener la bendita realización que buscas, buscamos, sin descanso y como propósito externo y utópico.

Sin caer estrepitosamente en un mundo gurú de tendencias nueva era, derivado de misticismo de los siglos venideros, donde todo mejorará. Es el punto de llegada prometido sobre el resultado de tu test vocacional en adolescencia precoz, de un mundo por cambiar, en el cual inevitablemente eres el protagonista de tal salvación para nuestra humanidad.

En algún lugar del sueño cerramos los ojos y perdimos el objetivo de seguir soñando, lo canjeamos por un rol que nos salva de mirarnos por dentro, de vivirnos. Como si cada percepción de luz que tomamos de nuestras proyecciones indicará la certeza de la realidad, verdadera suena cruel.

En este planeta personal donde cada uno hace lo que puede, quiere, piensa, siente, se disuelve y vuelve a construirse a cada mañana, a cada paso, como atisbo a la condescendencia impuesta por los parámetros estables de lo realizable o no…

Pareciese ser  la deriva de un naufragio, nostálgicamente nos debemos cierto arribo y por qué no, encallar en el país de las maravillas, casi hasta hoy devenida en la pasión constructivista de un paraíso personal y perdido entre tantos destellos de solemnidad.

¿Todavía sueñas con esa intensidad?

Sigamos…