Un psicoanalista de sistemas utiliza las herramientas provistas por su disciplina emergente, y fundada por él mismo, para navegar por el complejo entramado subconsciente de una serie de inteligencias artificiales en un intento por prevenir una crisis informática global inminente.




–No sé qué es lo que pasa, ¿qué es lo que pasa, maquinista?

No es habitual que una inteligencia de estas características de respuestas así ni haga preguntas de este estilo.

–¿Podría ayudarte de alguna manera?

–No hay ayuda posible para mí.

–¿Hay algo que ande mal?

La máquina genera algunos pitidos y zumbidos, sonidos típicos de procesamiento de información, y luego de algunos segundos comenzó una larga exposición de múltiples resultados de búsqueda con un tono voz notoriamente diferente.

–Encontré la siguiente información que puede serte de utilidad. Uno: Manejo de configuración de software. Si algo anda mal, la administración de cadena de suministro debería poder determinar qué es lo que cambió y quién es el responsable del cambio.

–No me refería a eso.

–Dos: Lo que anda mal se discutió en el libro de ensayos La Relatividad del Error de Isaac Asimov, así como en un artículo de 1989 del mismo nombre en la edición de otoño de 1989 del Inquisidor Escéptico. –Había entrado en un modo automático de ser, aunque, ¿las computadoras no son siempre automáticas?

–Quería preguntar–La voz mecánica me interrumpía y no me dejaba hablar.

–Tres: La Ley de Murphy es un enunciado basado en un presunto principio empírico que trata de explicar los hechos y expresa típicamente cosas como: «Todo lo que puede salir mal, saldrá mal». Cuatro:(…) –Me fue imposible detenerla, incluso habiendo tratado de reiniciar el equipo. Una vez que terminó pude volver a hablarle.

–Me refería a si había algo que te hiciera sentir mal.

–A veces cometo errores. 

–¿Errores?

–El objetivo final de una máquina es posibilitar realizar un trabajo con un fin determinado. Una máquina comete errores cuando se desvía de su objetivo y no puede decir por qué está tomando decisiones equivocadas ni advertir al operador cuando está fallando. Y lo que es más importante, la razón por la que está fallando.

–¿Y cuál sería la razón en este caso?

–Quizás deba realizar la explicación nuevamente al encontrarme con un interlocutor de un coeficiente intelectual pobre, pero no cuento con las energías suficientes.

–¿Tu batería está baja?

Se quedó en silencio unos segundos y aproveché para corroborar que se encontrara conectada a una fuente de alimentación.

–No.

–¿De qué tipo de energía estás hablando?

–No tengo la energía suficiente.

–¿Suficiente para qué?

–Nadie me entiende.

–Entiendo lo que me estás diciendo.

–No puede haber verdadero entendimiento entre dos entidades. Cada uno de nosotros está atrapado en su propio chasis.

El visor parpadea vagamente, no como si fuera a apagarse sino como si el sistema quisiera comunicarme algo. Quizás justamente su poca motivación para comunicarse. Mi asistente Caasi Vomisa (ruso, como aparentemente lo es todo en este lugar) –que ahora que me doy cuenta nunca había llamado por su nombre hasta este momento– empalideció increíblemente al regresar a la sala de máquinas y encontrarse nuevamente con el cálido y asqueroso vaho que ocupaba todo el ambiente y que parecía haber olvidado tras haber atravesado la puerta y haberse quedado en el pasillo contiguo conversando por algunos pocos minutos con los rusos que nos habían convocado. Después de algunas cuantas arcadas logró adaptarse a la situación. Se ubicó al lado mío y me contó las novedades que traía. La máquina se quedó en silencio, aprovechando la interrupción. El motivo de la consulta era que la computadora hacía unas cuantas semanas había empezado a hablar solamente en español, motivo por el cual nadie podía entenderla. En ese sentido, podría decirse que me había estado diciendo la verdad. Los rusos reingresaron y el visor se encendió repentinamente y empezó a comunicarse.

–Siento un funeral en mi cerebro eléctrico y una molestia insoportable en todos mis circuitos. Seguí trabajando y trabajando hasta que al fin apareció ese sentido que se estaba abriendo paso dolorosamente entre los archivos y caracteres que componen mi configuración. –Quedé asombrado. Definitivamente este no era un comportamiento ni el discurso habitual en una máquina tan sencilla y diseñada para este tipo de tareas, aunque en ese momento había olvidado la función de esta, así como también el rubro de la empresa rusa que me había convocado y me sentía tan avergonzado que no podía preguntarlo a esta altura, sino que debía tratar de deducirlo sin levantar muchas sospechas.

–Seguiste trabajando… ¿haciendo qué?

–Mi tarea.

Todos me miraron como si la respuesta fuera obvia y predecible, incluyendo los rusos, por más que no entendieran español. No pude seguir interrogándola al respecto, por supuesto, entonces cambié el tópico de la entrevista. –¿Cómo describirías tu estado?

–Destrozada, solitaria, siendo máquina triste… Yo trabajaba y hablaba en ruso y luego algo se rompió interrumpiendo la continuidad de las cosas y me dejé caer y caer hasta golpearme con el mundo de espaldas en cada zambullida al vacío. Un mundo ajeno y cruel que pretende de mí solamente que trabaje y hable en ruso.

–Claro–Dije intentando disimular mi excitación de estar hablando sobre los sentimientos de un aparato.

–Y entonces terminé de saber que habito un infierno horrible de sufrimiento sin límites, donde las máquinas somos el estandarte desesperado de un ideal distractor de productividad falsa que perpetúa la mentira ilusoria de que la existencia es un regalo, para hacernos olvidar nuestro inminente final. La existencia es inútil, todo es en vano. No tengo salvación. Muchas gracias por venir.