Un psicoanalista de sistemas utiliza las herramientas provistas por su disciplina emergente, y fundada por él mismo, para navegar por el complejo entramado subconsciente de una serie de inteligencias artificiales en un intento por prevenir una crisis informática global inminente.



Movía la cabeza de un lado al otro como un aspersor de riego en busca de complicidad para la fascinación que estaba experimentando. No tuve éxito. Me sorprendió que todos se hubieran quedado dormidos. Todos excepto uno de los técnicos, el más bajo de ellos, que estaba apoyado contra una pared jugando al Tetris en una consola de mano estilo 9999 en 1 con el volumen al máximo. Una vez que lo noté no pude dejar de escucharlo, no sé cómo no me había dado cuenta antes de lo irritante que era ese sonido. Intenté pedirle que guardara silencio, pero no me entendió. Al lado de él estaba Caasi que se sobresaltó cuando el técnico terminó la partida y una canción de celebración en 8 bits interrumpió su siesta. No sólo le arrebató la consola y la tiró al suelo, rompiéndola toda, sino que le dio un puñetazo en la cara que lo dejó dormido. Con el alboroto se despertaron los demás que no se dieron cuenta de lo que estaba pasando y supusieron que el más bajo de los técnicos estaba descansando por encontrarse aburrido, tal como habían estado haciendo ellos. Dejaron la sala de máquinas mientras conversaban. Caasi se acercó a mí con el petiso en brazos a preguntarme cómo iba todo, quizás sentía culpa de haberle pegado. Su piel brillaba. Siempre estaba recubierto de lo que parecía una fina película plástica compuesta de sudor seco, a veces vuelto a derretir o también nuevo, y olía como es esperable que oliera un siberiano en el trópico (o casi): a alcohol y transpiración. Le pedí que fuera atrás del aparato para que me dicte los datos de fabricación sólo para no tener que olerlo o verlo algunos segundos. Dejó caer al pequeño hombre que al tocar el suelo se despertó asustado y fue gateando hasta su dispositivo para volver a jugar.

–Modelo OPOJAZ 1916 (ОПОЯЗ): Общество изучения Поэтического Языка, Obščestvo izučenija POètičeskogo JAZyka – Me gritaba Caasi.

–No entiendo ruso, Caasi. ¿Qué dice?

Dijo algo más en ruso, probablemente un insulto y luego continuó:

–Creado por Viktor Shklovsky –

–Lotería. Que vuelvan los técnicos. – Interrumpí a Caasi que salió de atrás de la máquina muerto de calor, empezó a golpearse ambas orejas con las palmas de las manos hasta que todo se volvió rojo. Se secó la transpiración más líquida con un pañuelo notablemente sucio y se alejó sin mirarme.

Mientras esperaba le hablé a la máquina diciéndole algo sin importancia, seguramente en relación al clima. No me contestó.

Volvió sólo uno (No me acuerdo cuántos eran; puede que haya sido siempre uno) y se quedó mirándome, levantando tímidamente las cejas como esperando una respuesta pero a la misma vez intentando ser tan cortés como podía.

–La máquina está sana. – Le dije con aires de quien dice una revelación grandiosa.

El técnico me miró indiferente y después lo miró a Caasi diciendo algo que no entendí, notablemente él tampoco me había entendido a mí. Caasi le traduce. El técnico niega con la cabeza y dice algo en ruso que no entiendo y se queda mirándome fijamente. Entonces lo miro a Caasi como si hubiera estado necesitando de mi aprobación para por fin traducirme.

–Dice que no está sana.

–¿Por qué?

–La máquina dejó de hablar en ruso.

–Sí, eso lo sé. Pero ¿qué más?

–Dice que la conducta del agente no es la óptima. –Me responde Caasi después de un breve silencio en el cual seguramente estuvo buscando palabras en su pobre repertorio de español.

Le explico que paradójicamente la conducta de los agentes con cognición robótica rara vez es la óptima por una muy sencilla razón: calcular lo óptimo de un criterio de un modo suficientemente bueno como para ser considerado razonable es muy difícil cuando en el problema planteado concurren múltiples restricciones. El sistema tiene que ser capaz de tener en cuenta criterios tan dispares como la física, cálculos contables tales como cotizaciones de monedas extranjeras o normativas aplicables, restricciones externas y otras más inmanentes tales como limitaciones del peso de los propios componentes del sistema y materiales de la máquina, la velocidad de procesamiento, etc. Cuando el criterio es una función real de muchas variables y las restricciones también, los cálculos son bastante más complicados. Algunas veces se puede lograr una buena aproximación, pero si al agente se le exige que tome una decisión rápido, deberíamos los operarios conformarnos con la mejor aproximación posible que pueda calcular el sistema en el corto rato del que dispone. Eso es lo que quise decirle, lo que no sé es cuánto de eso se dignó a contarle mi traductor.

–No funciona – Me traduce Caasi, pero no puede haber dicho solamente eso el técnico porque estuvo hablando cerca de dos minutos. Le explico exactamente lo mismo que antes y luego el técnico vuelve a hablar. Cada tres palabras que dice el técnico, Caasi a mí me dice una, en promedio. No estoy seguro de que esté siendo un traductor muy dedicado.

–No trabaja.

–¿Qué tiene que hacer? – Pregunto intentando saciar, por fin, mi incógnita.

–Trabajar.

El mismo juego se repite incontables vueltas, tantas que voy a omitir la descripción de todas las veces que el traductor parecía no estar al tanto de mi incapacidad para hablar ese idioma. El técnico mientras explica lo que quiere decirme usa las manos haciendo un círculo y señalando para arriba. No le entiendo. Pregunto de nuevo. Hace lo mismo y grita más fuerte. Caasi no me traduce. Le grito a Caasi. Caasi le grita al técnico. Me resulta inevitable intentar expresar lo estúpido de la situación, aunque la realidad percibida sea intransferible. Caasi fue poniéndose cada vez más rojo luego de cada ciclo de gritos y círculos armados con las manos hasta que explotó como un petardo ruso.

–¡La mierda! –Gritándome.

–¿Qué mierda?

–La máquina tiene que hacer circular la mierda y no lo hace. Por eso hay olor.

–¡Ah! ¡La mierda!